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LA VERDAD

Creemos, equivocadamente, que aquello que vemos, es la verdad. No nos damos cuenta que siempre hay más en la Vida de lo que somos capaces de ver y que la Verdad no siempre es visible, pero siempre nos acompaña.

La verdad, para el ser humano, no puede ser una verdad abstracta, erudita y aislada de la propia vida personal, porque la mente por sí sola no puede comprender la realidad. La verdad es la realidad, y ser consciente de la verdad es conocer y amar. La consciencia es ver la verdad, darse cuenta de la realidad, y esto significa siempre ser uno con la verdad. Sólo mediante la consciencia, la verdad, el conocimiento y el amor surge la acción adecuada.

El ser humano poco evolucionado elige la verdad que quiere creer. Pero el camino que disipa el sufrimiento no se basa en crear algo que no exista ya, ni en adquirir algo que no esté a nuestro alcance. Debemos investigar en el mayor número de fuentes que nos sea posible, que el discernimiento vaya haciéndonos asimilar los diferentes aspectos de la verdad y, al final, encontrar la propia verdad. Se necesita desterrar la ignorancia, percibir la fuente de la Verdad y entrar en la propia verdad individual para obrar adecuadamente. Hay que ver con claridad que la verdad se encuentra en todas partes, incluso donde no se piensa encontrarla. Hay algunas verdades que son fáciles de encontrar, otras requieren esfuerzo y voluntad, y algunas de ellas... dolor.

La verdad es una Tierra sin caminos. No hay sendero hacia la verdad, ella debe llegar a nosotros. La verdad puede llegar a nosotros sólo cuando nuestra mente y nuestro corazón son sencillos, claros, y en el corazón tenemos amor. Pero no vendrá si nuestro corazón está lleno con las cosas de la mente. Cuando en el corazón tenemos amor no hablamos acerca de organizar la fraternidad ni de creencias, de división o de poderes que crean división, tampoco necesitamos reconciliarnos. Entonces somos, cada uno de nosotros, sencillamente un ser humano, sin rótulo alguno, sin una nacionalidad. Esto significa debemos despojarnos de todas esas cosas y permitirle a la verdad que se manifieste. Y la verdad sólo puede manifestarse cuando la mente está vacía, cuando cesa en sus creaciones. Entonces la verdad vendrá sin que la inviten. Llegará tan rápida y sorprendentemente como el viento. Llega en secreto, no cuando la aguardamos, cuando la deseamos. Está ahí, tan súbita como la luz del sol, tan pura como la noche. Pero para recibirla nuestro corazón debe estar lleno y la mente vacía. Ahora tenemos la mente llena y el corazón está vacío.

La verdad no se puede acumular. Lo que se acumula es siempre destruido, se marchita. La verdad no puede marchitarse jamás, porque sólo se puede dar con ella de instante en instante, en cada pensamiento, en cada relación, en cada palabra, en cada gesto, en una sonrisa, en las lágrimas. La verdad no tiene morada fija, la verdad no es continua, y tampoco tiene lugar permanente. Es siempre nueva; por lo tanto es intemporal. Lo que fue verdad ayer no es verdad hoy, lo que es verdad hoy no será verdad mañana. Sólo se encuentra la verdad cuando se ve de un modo nuevo la Vida. ¿Puede la verdad ser hallada en un medio particular, en un clima especial, entre determinadas personas? ¿Está aquí y no allá? ¿Es tal persona la que nos guía hacia la verdad, y no otra? ¿Puede existir, acaso, guía alguno? Cuando se busca la verdad lo que se encuentra sólo puede provenir de la ignorancia, porque la búsqueda misma nace de la ignorancia.

Quienes ofrecen algo "positivo", aquellos que definen y clasifican aspectos de la Vida como son Dios, el amor, o la verdad son unos explotadores. Únicamente se es capaz de explicar lo que no son estas cosas, pues vivir a Dios, al amor o a la verdad le corresponde a uno mismo.

La verdad no es buena ni mala. Sólo los hombres superiores beben de las fuentes del conocimiento, pues ese conocimiento puede desquiciar la mente de quien no esté preparado para asumir la verdad. La verdad no puede ser conquistada, no puede ser tomada por asalto, si se intenta atrapar se escabullirá de las manos. Nadie puede acercarse a la verdad a través de ninguna organización, credo, sacerdote, o ritual, ni a través de alguna técnica filosófica. Se debe encontrar a través del espejo de las relaciones, a través de los contenidos de la propia mente, de la observación, y no a través del análisis intelectual o la disección introspectiva. Hemos construido en nosotros mismos imágenes -religiosas, políticas, personales- como una valla de seguridad. Estas se manifiestan como símbolos, ideas, creencias, etc. La carga de estas imágenes nos domina el pensamiento, las relaciones y toda nuestra vida cotidiana. Estas imágenes son la causa de nuestros problemas, pues dividen a la humanidad.

No existe únicamente una verdad; en el plano que nos movemos no podríamos asimilarla. Solo las personas verdaderamente evolucionadas pueden tener acceso a una parte de ella. La verdad, nuestra verdad, es que la que nos permite obrar adecuadamente en nuestras vidas, por eso no hay dos verdades iguales. Nuestra verdad, nuestro objetivo personal, no es el mismo que el de otras personas. Cada uno de nosotros debe ver su verdad, y al verla nos encontraremos más cerca de la Verdad con mayúsculas, la que sólo se puede vivir con la totalidad del ser.

La verdad, la que se escribe con minúsculas, sólo la podremos vivir... viviendo. Viviendo lo que despreciamos, lo que nos parece aburrido, lo que nos parece absurdo, lo que es insustancial, lo que desearíamos borrar. Esa es nuestra verdad. Y justo ahí, está la sencillez.

La verdad es la propia realidad de las cosas. No hay que irse muy lejos a buscarla, no hay que leer libros, ni siquiera necesitamos tener determinadas experiencias para ver la verdad. No se necesitan conocimientos, ni creencias, ni experiencias para poder ver la verdad. Muy al contrario, libros, conocimientos, experiencias, recuerdos... todo ello nos ciega a la luz que viene de la realidad de las cosas, tanto en "nuestro interior" como en "nuestro exterior", que viene de las cosas y las personas que nos rodean.

Si no podemos buscar la verdad es porque la tenemos delante de nuestros propios ojos. Y la verdad, la Vida, es un libro abierto que nos habla de ella misma. Pero para leerlo tenemos que atender intensamente a todo lo que nos rodea -personas, animales, plantas y cosas- sin dar nombre a nada, sin juzgar, con la mente en silencio pero el cerebro intensamente alerta. Al ver la realidad todo nos parece intensamente nuevo y fresco. Porque no es cierto que conozcamos a nuestra esposa, a nuestros hijos o a las personas que nos rodean, y, si lo miramos bien, todo parece nuevo, desconocido e imposible de nombrar sin perder consciencia de su realidad.

Es imposible nombrar con la mente y contener en ella la inmensidad de la Vida presente, la Vida que se encuentra en una rosa, en un niño o en una estrella. Si se nos ocurre "nombrar", utilizar la mente, y con ella todos sus recuerdos y experiencias perderemos ese "lugar privilegiado de observación" que nos permite y nos impulsa a obrar adecuadamente.

Si juzgamos, condenamos o aprobamos, dejamos de ver la realidad, nos resulta imposible verla. Si contemplamos algo a través del juicio colocamos el principal obstáculo que nos impide observar y comprender las cosas tal como son. Decimos “tal persona es buena o mala, fea o hermosa”. A la hora de ver a una persona concreta ya es suficiente obstáculo el tener la idea de “inglés”, “gitano”, “mujer” o cualquier pensamiento que, además, le añadimos el juicio de “bueno”, “malo”, “guapa”, “fea”, etc. Todo ello nos impide ver porque, en realidad, una persona no es ni “buena” ni “mala”, es sencillamente “ella” en toda su singularidad. El cocodrilo, el león o el tigre no son “buenos” ni “malos”. “Bueno” y “malo” dicen algo con relación al exterior de ellos. En la medida en que son útiles y sirven a nuestros propósitos, o son gratos a nuestros ojos, o constituyen para nosotros una amenaza, en esa medida les llamamos “buenos” o “malos”.

Si vemos una mesa y nuestra mente nos dice "esto es una mesa”, y enumeramos las características de esa mesa perderemos la frescura, porque lo que vivimos en ella no es en verdad la mesa. Si juzgamos perderemos "la Vida", entraremos dentro de nuestra mente, de nuestra memoria, de nuestros recuerdos y experiencias... y eso no es la realidad. Sencillamente debemos ver con intensidad. Si lo hacemos así entraremos en el momento eterno, en la eternidad, y desde aquí podremos comprender el tiempo, la muerte, el amor... y posiblemente la Verdad.

 

 

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