La autenticidad lleva a un descubrimiento pleno de la naturaleza de uno
mismo. Pero la persona que vive únicamente vertida hacia un modo corriente
de vivir, difícilmente puede llegar a esto. Solamente puede llegar a
realizar esta autenticidad aquella persona que tiene una absoluta necesidad
de ella, aquélla para la que es absolutamente preciso llegar a vivir su
propia Verdad Central, aquella persona para la que esto es lo más
importante, más importante que su personaje social, más importante que el
llegar a triunfar en cualquier circunstancia de la vida. Cuando esta persona
descubre que aquí está la base de toda realidad, que en esto está el
sentido, que esto es lo único que puede dar realmente sentido a nuestra
existencia, entonces puede estar dispuesto a pagar el precio, la entrega, el
trabajo necesario para esta Realización Central.
En segundo lugar, la persona
necesita situarse en un ambiente especial, salirse temporalmente de la vida
usual, según la propia necesidad, durante algunos días “especiales”,
durante horas, durante cuartos de hora, hacer pequeños paréntesis en su
vida habitual, para crecer y desarrollarse en aquellas direcciones en que no
se ha desarrollado interiormente. Nuestra vida corriente nos desarrolla
hacia fuera, pero nosotros tenemos otras dimensiones que desarrollar. Y esto
solamente lo podemos hacer efectuando un pequeño paréntesis, un pequeño
alto, en esta constante proyección hacia fuera, situándonos en ese ambiente
ideal en el que se puede trabajar de un modo ideal, de un modo concreto,
bajo una dirección, para desarrollar todo lo que es nuestro proceso dinámico
natural.
Nuestra vida está hecha de
acción. Acción significa expresión. En nuestra vida estamos expresando
constantemente, expresamos impulsos, aspiraciones, necesidades. Nuestra
vida está hecha de un intercambio constante; este intercambio es esencial,
es inherente al mismo existir. ¿Por qué, pues, no aprovechar todo esto como
un medio de realización interior?
Lo que nos hace falta es
aprender a expresarnos de un modo total. Hemos aprendido a expresar algo,
pero no a expresarnos del todo en cada algo. Es necesario que aprendamos a
expresar aquello que no expresamos, que aprendamos a convertirnos por
completo en expresión, porque cuando todo uno se expresa, todo uno se
objetiva y de este modo queda vacío y dispuesto para descubrir al sujeto.
Mientras uno mantenga contenidos dentro de sí, contenidos con los que uno
se encuentra confundido, mientras uno crea que “es” estos sentimiento
íntimos, o esta historia que le ocurrió, o estas ideas, y todo esto lo
guarde constantemente para sí, como un tesoro o como un peligro, mientras
uno esté reteniendo algo dentro de sí, esto que retiene le impedirá ser él
mismo.
Solamente cuando soltemos
todo esto -y lo soltamos cuando lo damos, cuando lo sacamos o lo expresamos-
más y más llegamos a ser “yo” de veras. La expresión disciplinada como
técnica, como esfuerzo sistemático, es un medio directo para acercarnos
cada vez más a esta Realidad Central; pero la expresión ha de ser una
expresión que abarque todos nuestros niveles, una expresión a nivel mental,
a nivel afectivo, a nivel corporal y a nivel espiritual.
Todo lo que está viviente en
nosotros, todo lo que está dinámico en nosotros, debemos dinamizarlo, no
debemos guardarlo, no debemos mantenerlo; todo lo que tenemos lo tenemos
para darlo, todo lo que existe, existe dinámicamente, existe para darlo, no
para retenerse, no para cristalizarse.
La vida es movimiento, es
fluidez. Siempre que estamos reteniendo algo, sea lo que sea y en nombre de
lo que sea, estamos yendo en contra de la verdad de la existencia, en contra
de la verdad de uno mismo. En la medida en que uno es capaz de entregarse,
de desprenderme, de fusionarme dinámicamente con todo, en la medida en que
uno es capaz de darse del todo con inteligencia, con plena consciencia, con
pleno centramiento, en esta medida es cuando uno empiezo a ser “yo”.
Cuando me quedo sin nada, es
cuando yo soy realmente lo que soy; mientras creo ser esto o lo otro, no soy
“yo”. El camino de la autenticidad gasa por un despojamiento de lo que no es
auténtico. Mientras no demos todo lo que ha entrado, todo lo que se ha
elaborado en nosotros, no volveremos a ser “yo”, es decir, ser lo que está
detrás de todo lo adquirido, detrás de todo. La entrega total es el
encuentro real con uno mismo. Es aquí donde tienen sentido esas ideas sobre
la abnegación, sobre el sacrificio: es el retornar las cosas a su sitio,
devolver lo que no es de uno, devolver lo que no soy “yo”.
Cuando devolvemos toda la
vida, cuando lo hacemos circular todo, cuando no retenemos nada, porque no
nos confundimos con nada, entonces es cuando estamos realizando el Gran
Sacrificio, que, en realidad, no es un sacrificio sino una restitución, un
volver las cosas a su sitio, un ordenar nuevamente las cosas. En este
momento es cuando “yo”, eso que soy, esa realidad que soy y se expresa en
mí, aparece de nuevo de modo claro.
Este proceso de expresión va
inevitablemente acompañado del proceso de impresión. Impresión quiere decir
que uno sea capaz de dejar que la vida entre, es decir, no solamente que
uno la exteriorice, la dé, sino que uno sea capaz de recibir, de admitir.
Debemos abrirnos a las experiencias. No estar siguiendo siempre una táctica
de escamoteo respecto a las situaciones de las cosas. Pero solamente
podremos abrirnos si nos sentimos fuertes, y sólo nos sentiremos fuertes
cuanto más seamos “yo mismo”, cuanto más nos acerquemos a nuestro fondo.
Entonces nos podremos abrir, y, al hacerlo, las experiencias, los impactos,
entrarán hasta el fondo de mí, y, desde ahí, se producirá una respuesta
auténtica, una respuesta total.
Pero, mientras mantengamos un
filtrado a través de nuestra mente, a nivel superficial, estaremos
constantemente juzgando, interpretando, en función de nuestros deseos y de
nuestros temores, todas las experiencias, y así no podremos vivir de un modo
completo, total, ninguna experiencia; nos quedaremos en esquemas, en
críticas, pero nunca con la verdad total de la experiencia, con la verdad
total del instante.
Esa impresión es un proceso
totalmente necesario. Es lo mismo que ocurre con el proceso de respiración
en determinadas prácticas de respiración: cuando somos capaces de dejar que
todo el impulso vital se exprese sin trabas, entonces la expresión de este
impulso produce una entrada de aire, y esa entrada de aire nos renueva.
Entonces responde todo nuestro ser a esta renovación, es nuestra nueva
respuesta, respuesta creadora en cada instante.
Podemos ver los problemas o
el grado de realización de la persona observando la capacidad que tiene de
recepción o dé impresión; una cosa es inseparable de la otra. Cuando existe
miedo en el dar, hay también miedo en el recibir. Cuando uno se protege, se
protege del todo, lo mismo que, cuando uno tiene miedo, no puede respirar
profundamente. En la vida misma, observando nuestra dinámica natural,
tenemos el medio para realizar un trabajo de ahondamiento, de
desprendimiento, de autodescubrimiento constante de nosotros mismos.
Y esos dos movimientos:
inspiración/espiración, recibir/expresar, tienen un tiempo de silencio,
momento en que uno ni expresa ni recibe, instante en el que uno no hace
nada, lapso de tiempo en el que parece como si la existencia se suspendiera
por un momento, como si por un instante se detuviera el proceso del devenir.
Esto que normalmente pasa inadvertido es la puerta de entrada a una Realidad
Superior.
Cuando estamos vertidos en el
movimiento de entrar y salir, nos realizando horizontalmente; pero, cuando
aprendemos a estar despiertos, presentes, en el Silencio, en aquel momento
en que no hay acción -pero que no hay acción de un modo natural, no una
falta de acción que uno haya producido forzando y acallando su mente, sino
un silencio que es el producto de haberlo dado todo, de haberlo entregado
todo, de haber vivido del todo el instante-, entonces este silencio que
ocurre es un silencio realizador, un silencio que nos conduce, no a nuevos
conocimientos, sino a la conciencia de lo que es el eje de toda la
experiencia, a lo que es la Persona Profunda, la Persona Central, este “yo”
Espiritual del que estamos hablando.
El ejercitamiento físico, la
respiración, todas las prácticas que se hagan, son ayuda, son medios de
trabajo. Pero, cuanto más profundamente lleguemos a comprender que nuestra
realización depende de nuestra entrega total en el instante, de este
abrirnos a la situación de un modo pleno, sea cual sea la situación, tanto
si son en las prácticas, como en los negocios, como en la situación
familiar, cuanto más veamos que el secreto de esta realización está en que
todo “yo” me exprese en cada instante del todo, entonces es cuando
convertiremos cada momento de la vida en un instante de trabajo, en un
instante de Realización.
Hasta que llega un momento en
que ya no hay que romper resistencias, porque hemos ido sintonizando con esa
dinámica que desarrolla todo cuanto existe, un momento en que ya podemos
vivir dinámicamente, pero en un silencio profundo, porque hemos descubierto
que el Silencio y la Acción Exterior son dos planos distintos del mismo Ser,
un silencio profundo que lo envuelve todo y una expresión de ese silencio
que es lo que llamamos Manifestación.