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EL TIEMPO
El pasado, con todo su peso, su dolor, puede disolverse de inmediato, no
hace falta que pase tiempo.
Somos un resultado del pasado. Nuestro pensamiento se basa en el ayer, y
en muchos miles de “ayeres”. Somos un producto del tiempo, y nuestras
reacciones, nuestras actitudes presentes, son efecto acumulado de muchos
miles de instantes, incidentes y experiencias. De modo que el pasado, para
la mayor parte de nosotros, es el presente. Ese es un hecho innegable.
Nosotros, nuestros pensamientos,
nuestros actos, nuestras respuestas, son resultado del pasado. Pensamos
que ese pasado acumulado y que domina nuestra vida de cada día requiere de
tiempo para que la mente se libre de él en el presente. Sin embargo,
la presión y el dolor que provoca el pasado puede borrarse de inmediato;
es decir, no con el andar del tiempo sino instantáneamente. Siendo que
cada uno de nosotros es resultado del pasado, con un fondo de innumerables
influencias que varían y cambian constantemente, es posible borrar todo
ello, sin pasar por el proceso del tiempo. La mente puede ser libertada,
esa mente ‑resultado del tiempo- puede instantáneamente dejar de ser;, sin
necesidad de pasar por una larga serie de exámenes y análisis y así librar
la mente de su contenido.
¿Qué es el pasado? Debemos tener muy claro lo que entendemos por “pasado”.
No entendemos, ciertamente, el pasado cronológico. Entendemos, sin duda,
las experiencias acumuladas, la acumulación de reacciones, recuerdos,
tradiciones, conocimientos, el depósito subconsciente de innumerables
pensamientos, sentimientos, influencias y respuestas. Con ese fondo mental
no es posible comprender la realidad, porque la realidad no debe ser de
tiempo alguno: ella es “atemporal”. No se puede comprender lo “atemporal”
con una mente que es producto del tiempo.
La mente es el trasfondo; la mente es el resultado del tiempo; mente es el
pasado, no el futuro. Ella puede proyectarse en el futuro, y utiliza el
presente como tránsito hacia el futuro. De modo, pues, que haga
lo que haga, sea cual sea su
actividad ‑pasada, presente y futura-, la mente está siempre en la red del
tiempo. Pero, es posible que la mente cese por completo, es decir, que el
proceso del pensamiento llegue a su término. Hay, evidentemente, muchas
capas en la mente. Lo que llamamos “conciencia” tiene muchos niveles, cada
uno relacionado con otro, dependiente de otro, obrando unos sobre
otros; y nuestra conciencia, en su totalidad, no sólo vivencia sino que
denomina, emplea palabras y acumula los recuerdos. En eso consiste todo el
proceso de la conciencia.
Cuando nos referimos a la conciencia,
vemos que ella experimenta algo a lo que da un nombre, almacenando así esa
experiencia en la memoria. Todo esto, en diferentes niveles, es la
conciencia. Y la mente, que es resultado del tiempo, no puede ir paso a
paso en un proceso de análisis para librarse del trasfondo, aunque le es
posible mirar la realidad directamente y estar enteramente libre del
tiempo.
Muchos analistas dicen que, para
estar libre del trasfondo, hay que examinar toda reacción, todo
complejo, todo impedimento, toda obstrucción, lo cual representa,
evidentemente, un proceso de tiempo. Ello significa que el analizador debe
comprender lo que analiza y no interpretarlo erróneamente. Si interpreta
mal lo que analiza, en efecto, llegará a conclusiones falsas,
estableciendo con ello otro trasfondo. El analizador debe ser capaz de
analizar sus pensamientos y sentimientos sin la más ligera desviación; y
no debe equivocarse en ninguna etapa de su análisis, porque dar un paso en
falso, llegar a una conclusión errada, significa establecer otro trasfondo
siguiendo otra línea, en un nivel diferente. Y también, el ser humano debe
comprender que el analizador no es diferente de lo que analiza. El
analizador y lo analizado son un fenómeno conjunto.
El experimentador y la experiencia
son ciertamente un fenómeno conjunto; no son dos procesos separados.
Veamos, pues, en primer término, en qué consiste la dificultad del
análisis. Es casi imposible analizar el contenido integro de nuestra
conciencia para ser libres mediante dicho proceso. Porque, después de
todo, el analizador no es diferente, aunque crea serlo, de aquello que
analiza. Podrá separarse de lo que analiza, pero el analizador forma parte
de lo que analiza. Surge en mí un pensamiento, un sentimiento; digamos,
por ejemplo, que estoy encolerizado. La persona que analiza la cólera, la
ira, no deja por ello de formar parte de la ira; el analizador y lo
analizado son un fenómeno conjunto, no dos fuerzas o procesos separados.
De ahí que sea incalculablemente grande la dificultad de analizarnos a
nosotros mismos, de abrirnos, de leernos página a página, observando toda
respuesta, toda reacción. Ese no es, por consiguiente, el modo de
librarnos de nuestro “trasfondo”. Tiene, entonces, que haber un camino más
simple y directo; y eso es lo que vamos a indagar. Para ello, sin embargo,
no debemos seguir adheridos a lo que es falso sino descartarlo. Aunque
estamos habituados tan sólo a analizar, el análisis no es el camino a
seguir; debemos desechar el proceso de análisis.
El hecho de que el observador
observe ‑siendo el observador y lo observado un solo fenómeno- y de que el
observador intente analizar lo que observa, no nos librará de nuestro
pasado ni nuestro trasfondo. Si ello es así ‑y lo es- abandonaremos ese
proceso. Si vemos que el análisis mental se trata de un enfoque falso, si
nos damos cuenta no sólo intelectualmente, sino realmente, de que ese es
un proceso falso, dejaremos de analizar.
Entonces, si no nos sirve el análisis, lo que nos queda es
ver, estar atentos y observar en el ahora, en el presente, sin juzgar ni
condenar, sólo ver. Si comprendemos esto y lo realizamos veremos cuán
rápida y prontamente uno puede verse libre de su trasfondo.
A la persona que está acostumbrada al análisis, a la indagación, a la
disección y todo lo demás le puede
sorprender y parecer un poco difícil esta sencillez. Cuando descartamos lo
que ya nos es conocido por ser falso y permanecemos en el ahora, con una
atención alerta, lo que le ocurre a nuestra mente es que se queda en
blanco, vacía.
Después de todo, lo que hemos descartado ha sido el falso proceso de
analizar mentalmente que era una consecuencia de nuestro trasfondo. De un
soplo, por así decirlo, hemos descartado todo eso. Nuestra mente, por lo
tanto ‑cuando dejamos a un lado el proceso de análisis con todo lo que él
implica, cuando vemos que es falso-, queda libre del ayer y se capacita
para captar directamente, sin pasar por el proceso del tiempo. Y con ello
descarta en seguida su trasfondo.
Expresemos todo esto de diferente manera: el pensamiento es resultado del
tiempo. El pensamiento es un producto del medio ambiente, de las
influencias sociales y religiosas, lo cual forma parte del tiempo. El
pensamiento no puede estar libre del tiempo. Es decir, el pensamiento ‑que
es resultado del tiempo- no puede cesar y quedar libre del proceso del
tiempo. El pensamiento puede ser dominado, regulado; pero esa regulación
sigue estando en la esfera del tiempo, de modo que nuestra dificultad está
en cómo puede una mente que es resultado del tiempo, de muchos miles de
“ayeres”, quedar instantáneamente libre de ese trasfondo complejo. Ello os
es posible en el presente, no en el mañana; nos es posible en el “ahora”.
Podremos si nos damos cuenta de lo que es falso; y lo falso es
evidentemente el proceso analítico, que es lo único que tenemos. Cuando el
proceso analítico haya cesado completamente ‑no por coacción sino
comprendiendo la inevitable falsedad de ese proceso-, hallaremos que
nuestra mente está completamente disociada del pasado. Ello no significa
que no reconozcamos el pasado, sino que en nuestra mente ya no hay
comunión directa con el pasado. La mente puede, pues, librarse del pasado
instantáneamente, ahora; y esta disociación del pasado, esta completa
emancipación del ayer ‑no en un sentido cronológico sino psicológico- no
sólo es posible sino que es la única manera de comprender la realidad.
Dicho de un modo más sencillo:
cuando queremos comprender algo, cuando deseamos comprender a uno de
nuestros niños, a cualquier persona, o comprender algo que alguien dice,
el estado de nuestra mente, nuestro estado mental no es el de analizar.
Entonces no analizamos, ni criticamos, ni juzgamos lo que esa
persona dice; percibimos y escuchamos, simplemente. Nuestra mente se halla
en un estado en que el proceso de pensar no es activo, pero sí muy alerta.
Y en ese estado de alerta el tiempo no existe. Sólo estamos atentos,
alertas, pasivamente receptivos, y sin embargo plenamente conscientes; y
es sólo en ese estado que hay comprensión. Cuando la mente está agitada,
preocupada, con ánimo de inquirir, de disecar, de analizar, no hay
comprensión. Cuando con toda intensidad se quiere comprender, la mente,
sin duda alguna, está tranquila. Esto, por supuesto, habremos de
experimentarlo; no lo creamos tan sólo porque está aquí escrito. Pero
podemos ver que, cuanto más y más analicemos, menos y menos
comprenderemos. Podremos entender determinados sucesos o experiencias;
pero no podremos vaciar nuestra conciencia de todo su contenido mediante
el proceso analítico. Sólo podrá ser vaciada cuando veamos cuán falso es
enfocar el problema a través del análisis. Cuando veamos lo falso como
tal, empezaremos a percibir lo que es verdadero; y es la verdad la que nos
librará de nuestro trasfondo.
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