|
La moral: el bien y el
mal.
¡Un
bien y un mal que fuesen imperecederos no existen! Por sí mismos deben una
y otra vez superarse a sí mismos.
Con
vuestros valores y vuestras palabras del bien y del mal ejercéis violencia,
valoradores: y ése es vuestro oculto amor, y el brillo, el temblor y el
desbordamiento de vuestra propia alma.
Pero
una violencia más fuerte surge de vuestros valores, y una nueva superación:
al chocar con ella se rompen el huevo y la cáscara de lo viejo y caduco.
Y
quien tiene que ser un creador en el bien y en el mal: en verdad, ése tiene
que ser antes un aniquilador y quebrantador de valores.
¡Y
que caiga hecho pedazos todo lo que en nuestras verdades pueda caer hecho
pedazos! ¡Hay muchas casas que construir todavía!
*********
En mi
peregrinación a través de las numerosas morales, más delicadas y más
groseras, que hasta ahora han dominado o continúan dominando en la tierra,
he encontrado ciertos rasgos que se repiten juntos y que van asociados con
regularidad: hasta que por fin se me han revelado dos tipos básicos y se ha
puesto de relieve una diferencia fundamental. Hay una moral de señores y
una moral de esclavos; - me apresuro a añadir que en todas las culturas
más altas y más mezcladas aparecen también intentos de mediación entre ambas
morales, y que con más frecuencia todavía aparecen la confusión de esas
morales y su recíproco malentendido, y hasta a veces una ruda yuxtaposición
entre ellas -incluso en el mismo hombre, dentro de una sola alma.
Las diferenciaciones morales de los valores han surgido, o bien entre una
especie dominante, la cual adquirió consciencia, con un sentido de
bienestar, de su diferencia frente a la especie dominada - o bien entre los
dominados, los esclavos y los subordinados de todo grado.
En el
primer caso, cuando los dominadores son quienes definen el concepto de
"bueno", son los estados psíquicos elevados y orgullosos los que son
sentidos como aquello que distingue y que determina la jerarquía. El hombre
aristocrático separa de sí a aquellos seres en lo que se expresa lo
contrario de tales estados elevados y orgullosos: desprecia a esos seres.
Obsérvese enseguida que en esta primera especie de moral la antítesis
"bueno" y "malo" es sinónima de aristocrático y "despreciable": -la
antítesis "bueno" y "malvado" es de otra procedencia. Es despreciado el
cobarde, el miedoso, el mezquino, el que piensa en la estrecha utilidad;
también el desconfiado de mirada servil, el que se rebaja a sí mismo, la
especie canina de hombre que se deja maltratar, el adulador que pordiosea,
ante todo el mentiroso: -creencia fundamental de todos los aristócratas es
que el pueblo vulgar es mentiroso. "Nosotros los veraces" -éste el nombre
que se daban a sí mismos los nobles en la antigua Grecia. Es evidente que
las calificaciones morales de los valores se aplicaron en todas partes
primero a seres humanos y sólo de manera tardía y derivada a las
acciones: por lo cual constituye un craso desacierto el que los
historiadores de la moral partan de preguntas como "¿Por qué ha sido alabada
la acción compasiva?".
La
especie aristocrática de hombre se siente a sí misma como determinadora de
los valores, no tiene necesidad de dejarse autorizar, su juicio es: "lo que
me es perjudicial a mí, es perjudicial en sí", sabe que ella es la que
otorga dignidad en absoluto a las cosas, ellas es creadora de valores.
Todo lo que conoce que hay en ella misma lo honra: semejante moral es
autoglorificación. En primer plano se encuentran el sentimiento de la
plenitud, del poder que quiere desbordarse, la felicidad de la tensión
elevada, la consciencia de una riqueza que quisiera regalar y repartir:
-también el hombre aristocrático socorre al desgraciado, pero no, o casi no,
por compasión, sino más bien por un impulso engendrado por el exceso de
poder. El hombre aristocrático honra en sí mismo al poderoso, también al
poderoso que tiene poder sobre él, que es diestro en hablar y en callar, que
se complace en ser riguroso y duro consigo mismo y siente veneración por
todo lo riguroso y duro. "Wotan me ha puesto un corazón duro en el pecho",
se dice en una antigua saga escandinava: ésta es la poesía, que brotaba con
todo derecho, del alma de un vikingo orgulloso. Esa especie de hombre se
siente orgullosa cabalmente de no estar hecha para la compasión: por ello el
héroe de la saga añade, con tono de admonición, "el que ya de joven no tiene
un corazón duro, no lo tendrá nunca". Los aristócratras y valientes que así
piensan están lo más lejos que quepa imaginar de aquella moral que ve el
indicio de lo moral cabalmente en la compasión, o en el obrar por los demás,
o en el desinterés; la fe en sí mismo, el orgullo de sí mismo, una radical
hostilidad y una ironía frente al "desinterés" forman parte de la moral
aristocrática, exactamente del mismo modo que un ligero menosprecio y
cautela frente a los sentimientos de simpatía y el "corazón cálido". -Los
poderosos son los que entienden
de honrar, esto constituye su arte peculiar, su reino de invención.
El
profundo respeto por la vejez y por la tradición -el derecho entero se apoya
en ese doble respeto-, la fe y el perjuicio favorable para con los
antepasados y desfavorables para con los venideros son típicos en la moral
de los poderosos; y cuando, a la inversa, los hombres de las "ideas
modernas" creen de modo casi instintivo en el "progreso" y en el "futuro" y
tienen cada vez menos respeto a la vejez, esto delata ya suficientemente la
procedencia no aristocrática de esas "ideas". Pero de lo que más hace que al
gusto actual le resulte extraña y penosa una moral de dominadores es la
tesis básica de ésta de que sólo frente a los iguales se tienen deberes; de
que, frente a los señores de rango inferior, frente a todo lo extraño, es
lícito actuar como mejor parezca, o "como quiera el corazón", y en todo
caso, "más allá del bien y del mal"-: acaso aquí tengan su sitio la
compasión y otras cosas del mismo género. La capacidad y el deber de sentir
agradecimiento prolongado y una venganza prolongada -ambas cosas sólo entre
iguales-, la sutileza en la represalia, el refinamiento conceptual en la
amistad, una cierta necesidad de tener amigos (como canales de desagüe, por
así decirlo, para los afectos denominados envidia, belicosidad, altivez -en
el fondo para poder ser amigo-: todos esos son caracteres típicos
de la moral aristocrática, la cual, como ya hemos insinuado, no es la moral
de las "ideas modernas", por lo cual hoy resulta difícil sentirla y también
es difícil desenterrarla y descubrirla.
Las
cosas ocurren de modo distinto en el segundo tipo de moral, la moral de
esclavos. Suponiendo que los atropellados, los oprimidos, los
dolientes, los serviles, los inseguros y cansados de sí mismos moralicen:
¿cuál será el carácter común de sus valoraciones morales? Probablemente se
expresará aquí una suspicacia pesimista frente a la entera situación del
hombre, tal vez una condena del hombre, así como de la situación en que se
encuentra. La mirada del esclavo no ve con buenos ojos las virtudes del
poderoso: esa mirada posee escepticismo y desconfianza, es sutil en
su desconfianza frente a todo lo "bueno" que allí es honrado-, quisiera
convencerse que la felicidad allí no es auténtica. A la inversa, las
propiedades que sirven para aliviar la existencia de quienes sufren son
puestas de relieve e inundadas de luz: es la compasión, la mano afable y
socorredora, el corazón cálido, la paciencia, la diligencia, la humildad, la
amabilidad lo que aquí se honra, pues estas propiedades son aquí las más
útiles y casi los únicos medios para soportar la presión de la existencia.
La moral de esclavos es, en lo esencial, una moral de la utilidad. Aquí
reside el hogar donde tuvo su génesis aquella famosa antítesis "bueno" y
"malvado": -se considera del mal forma parte el poder y la peligrosidad, así
como una cierta terribilidad y una sutilidad y fortaleza que no permiten que
aparezca el desprecio. Así, pues, según la moral de los esclavos, el
"malvado" inspira temor; según la moral de señores, es cabalmente "bueno" el
que inspira y quiere inspirar temor; mientras que el hombre "malo" es
sentido como despreciable. La antítesis llega a su cumbre cuando, de acuerdo
con la consecuencia propia de la moral de esclavos, un soplo de menosprecio
acaba por adherirse también al "bueno" de esa moral -menosprecio que puede
ser ligero y benévolo-, porque, dentro del modo de pensar de los esclavos,
el bueno tiene que ser en todo caso el hombre no peligroso: el
bueno es bonachón, fácil de engañar, acaso un poco estúpido, un buen hombre.
En todos los lugares en que la moral de esclavos consigue la preponderancia
el idioma muestra una tendencia a aproximar entre sí las palabras "bueno" y
"estúpido".
Última diferencia fundamental: el anhelo de libertad, el instinto
de la felicidad y de las sutilezas del sentimiento de libertad forman parte
de la moral y de la moralidad de esclavos con la misma necesidad con que el
arte y el entusiasmo en la veneración, en la entrega, son el síntoma normal
de un modo aristocrático de pensar y valorar. -Ya esto nos hace entender por
qué el amor como pasión -es nuestra especialidad europea- tiene que
tener sencillamente una procedencia aristocrática: como es sabido, su
invención es obra de los poetas -caballeros provenzales, de aquellos
magníficos e ingeniosos hombres del "gai saber", a los cuales debe Europa
tantas cosas y casi su propia existencia.
*********
Mientras la utilidad que domine en los juicios morales de valor sea sólo la
utilidad del rebaño, mientras la mirada esté dirigida exclusivamente a la
conservación de la comunidad, y se busque lo inmoral precisa y
exclusivamente en lo que parece peligroso para la subsistencia de la
comunidad: mientras esto ocurra, no puede haber todavía una "moral de amor
al prójimo".
El
"amor al prójimo" es siempre en relación con el "temor al prójimo".
Cuando la estructura de la sociedad en su conjunto ha quedado consolidada y
aparece asegurada contra peligros exteriores, es este "temor a prójimo" el
que vuelve a crear nuevas perspectivas de valoración moral. Ciertos
instintos fuertes y peligrosos, como el placer de acometer empresas, la
audacia loca, el ansia de venganza, la astucia, la rapacidad, la sed de
poder, que hasta ahora tenían que ser no sólo honrados -bajo nombres
distintos, como es obvio, a los que acabamos de escoger- sino desarrollados
y cultivados en un sentido de utilidad colectiva (porque cuando el todo
estaba en peligro se tenía constante necesidad de ellos para defenderse
contra los enemigos del todo), son sentidos a partir de ahora, con
reduplicada fuerza, como peligrosos -ahora, cuando faltan los canales de
derivación para ellos- y paso a paso son tachados de inmorales y
entregados a la difamación. Los instintos e inclinaciones antitéticos de
ellos alcanzan ahora honores morales; el instinto de rebaño saca paso a paso
su consecuencia. El grado mayor o menor de peligro que para la comunidad,
que para la igualdad hay en una opinión, en un estado de ánimo y en un
afecto, en una voluntad, en un don, eso es lo que ahora constituye la
perspectiva moral: también aquí el miedo vuelve a ser el padre de la moral.
Cuando los instintos más elevados y más fuertes, irrumpiendo
apasionadamente, arrastran al individuo más allá y por encima del término
medio y de la hondonada de la conciencia gregaria, entonces, el sentimiento
de la propia dignidad de la comunidad se derrumba, y su fe en sí misma, su
espina dorsal, por así decirlo, se hace pedazos: en consecuencia, a lo que
más se estigmatizará y se calumniará será cabalmente a tales instintos.
La
espiritualidad elevada e independiente, la voluntad de estar solo, la gran
razón son ya sentidas como peligro; todo lo que eleva al individuo por
encima del rebaño e infunde temor al prójimo es calificado, a partir de este
momento, como malvado; los sentimientos equitativos, modestos, sumisos,
igualitaristas, la mediocridad de los apetitos alcanzan ahora
nombres y honores morales.
Finalmente, en situaciones de mucha paz faltan cada vez más la ocasión y la
necesidad de educar nuestro propio sentimiento para el rigor y la dureza; y
ahora todo rigor, incluso en la justicia, comienza a molestar a la
consciencia; una aristocracia y una autorresponsabilidad elevadas y duras
son cosas que casi ofenden y que despiertan desconfianza, el "cordero" y,
más todavía, la "oveja" ganan en consideración. Hay un punto en la historia
de la sociedad en el que el reblandecimiento y el languidecimiento
enfermizos son tales que ellos mismos comienzan a tomar partido a
favor de quien los perjudica, a favor del criminal, y lo hacen,
desde luego, de manera seria y honesta. Castigar: eso les parece inicuo en
cierto sentido, -la verdad es que la idea del "castigo" y del "deber
castigar" les causa daño, les produce miedo. "¿No basta con volver
no-peligroso al criminal? ¿Para qué castigarlo además? ¡El castigar es cosa
terrible!" -la moral del rebaño, la moral del temor, saca su última
consecuencia con esa interrogación. Suponiendo que fuera posible llegar a
eliminar el peligro, el motivo de temor, entonces se habría eliminado
también esa moral: ¡ya no sería necesaria, ya no se consideraría a sí
misma necesaria!
Quien
examine la conciencia del europeo actual habrá de extraer siempre, de mil
pliegues y escondites morales, idéntico imperativo, el imperativo del temor
gregario: "¡queremos que alguna vez no haya ya nada que temer!"
Alguna vez -la voluntad y el camino que conducen hacia allá
llámase hoy, en todas partes de Europa, "progreso".
*********
La
falsedad de un juicio no es para nosotros ya una objeción contra el mismo;
acaso sea en esto en lo que más extraño suene nuestro nuevo lenguaje. La
cuestión está en saber hasta qué punto ese juicio, favorece la vida,
conserva la vida, conserva la especie, quizá incluso selecciona la especie;
y nosotros estamos inclinados por principio a afirmar que los juicios más
falsos (de ellos forman parte los juicios sintéticos a priori) son
los más imprescindibles para nosotros, que el hombre no podría vivir si no
admitiese las ficciones lógicas, si no midiese la realidad con la medida del
mundo puramente inventado de lo incondicionado, idéntico-a-sí-mismo, si no
falsease permanentemente le mundo mediante el número, - que renunciar a los
juicios falsos sería renunciar a la vida, negar la vida. Admitir que la
no-verdad es condición para la vida: esto significa, desde luego,
enfrentarse de modo peligroso a los sentimiento de valor habituales; y una
filosofía que osa hacer esto se coloca, ya sólo con ello, más allá del bien
y del mal.
*********
En un
hombre destinado y hecho para mandar, por ejemplo, el negarse a sí mismo y
el posponerse modestamente no sería una virtud, sino la disipación de una
virtud: así me parece a mi. Toda moral no egoísta que se considere a sí mima
incondicional y que se dirija a todo el mundo no peca solamente contra el
gusto: es una incitación a cometer pecados de omisión, es una
seducción
más. bajo la máscara de la filantropía -y cabalmente una seducción y un daño
de los hombres superiores más raros, más privilegiados. A las morales hay
que forzarlas a que se inclinen sobre todo ante la jerarquía, hay
que meterles en la conciencia su presunción, -hasta que todas acaben viendo
con claridad que es inmoral decir: "Lo que es justo para uno es
justo para otro"- Así dice mi pedante y buenhombre moralista: ¿merecería sin
duda que nos riésemos de él cuando así predicaba la moralidad de las
morales? Mas si queremos tener de nuestro lado a los que ríen no
debemos tener demasiada razón; una pizca de falta de razón forma parte
incluso del buen gusto.
*********
Ninguno de esos animales de rebaño, torpes, inquietos en su consciencia
(que pretenden defender la causa del egoísmo como causa del bienestar
general-), quiere saber ni oler nada de que "el bienestar general" no es
un ideal, ni una meta, ni un concepto aprehensible de algún modo, sino
únicamente un vomitivo, -de que lo que es justo para un no puede ser
de ningún modo justo para otro, de que exigir una misma moral para todos
equivale a lesionar cabalmente a los hombres superiores, en suma, de que
existe un orden jerárquico entre un hombre y otro hombre y, en
consecuencia, también entre una moral y otra moral.
|
|