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Textos III.
¿Qué
es, en última instancia, la vulgaridad? - Las palabras son signos-sonidos de
conceptos; pero los conceptos son signos-imágenes, más o menos determinados,
de sensaciones que se repiten con frecuencia y aparecen juntas, de grupos y
sensaciones. Para entenderse unos a otros no basta ya emplear las mismas
palabras también para referirse al mismo género de vivencias internas, hay
que tener, en fin, una experiencia común con el otro. Por ello los
hombres de un mismo
pueblo se entienden entre sí mejor que los pertenecientes a pueblos
distintos, aunque éstos se sirvan de la misma lengua; o, más bien, cuando
los hombres han vivido juntos durante mucho tiempo en condiciones similares
(de clima, de suelo, de peligro, de necesidades, de trabajo), surge
de aquí algo que "se entiende" un pueblo. En todas las almas ocurre que un
mismo número de vivencias que se repiten a menudo obtiene la primacía sobre
las que se dan más raramente: acerca de ellas la gente se entiende con
rapidez, de un modo cada vez más rápido - la historia de la lengua es la
historia de un proceso de abreviación -, sobre la base de ese rápido
entendimiento la gente se vincula de un modo estrecho, cada vez más
estrecho. Cuanto mayor es el peligro, tanto mayor es la necesidad de ponerse
de acuerdo con rapidez y facilidad sobre lo que hace falta; el no
malentenderse en el peligro es algo de que los hombres no pueden prescindir
en modo alguno para el trato mutuo. También en toda amistad o relación
amorosa se hace la misma prueba: nada de ello tiene duración desde el
momento en que se averigua que uno de los dos, usando las mismas palabras,
siente, piensa, barrunta, desea, teme de modo distinto que el otro. (El
miedo al "eterno malentendido": ése es el genio benévolo que, con tanta
frecuencia, a personas de sexo distinto las aparta de uniones demasiado
precipitadas, aconsejadas por los sentidos y el corazón - ¡y no
un schopenhaueriano "genio de la especie" cualquiera -¡) Cuáles son los
grupos de sensaciones que se despiertan más rápidamente dentro de un alma,
que toman la palabra, que dan órdenes: eso es lo que decide sobre la
jerarquía entera de sus valores, eso es lo que en última instancia determina
su tabla de bienes. Las valoraciones de un hombre delatan algo de la
estructura de su alma y nos dicen en qué ve ésta sus condiciones de vida, su
auténtica necesidad. Suponiendo que desde siempre la necesidad haya
aproximado entre sí únicamente a hombres que podían aludir, con signos
similares, a vivencias similares, resulta de aquí, en conjunto una
comunicabilidad fácil de la necesidad, es decir, en su último fondo, el
experimentar vivencias sólo ordinarias y vulgares
tiene que haber sido la más poderosa de todas las fuerzas que han dominado a
los hombres hasta ahora. Los hombres más similares, más habituales, han
tenido y tienen siempre ventaja, los más selectos, más sutiles, más raros,
más difíciles de comprender, ésos fácilmente permanecen solos en su
aislamiento, sucumben a los accidentes y se propagan raras veces. Es preciso
apelar a ingentes fuerzas contrarias paro poder oponerse a este natural,
demasiado natural, progressus in simile, al avance del hombre hacia
lo semejante, habitual, ordinario, gregario - ¡hacia lo vulgar! -
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Vivir con una dejadez inmensa y orgullosa; siempre más allá. - Tener y no
tener, a voluntad, nuestros afectos, nuestros pro y contras, condescender
con ellos, por horas; montarnos sobre ellos como sobre caballos, a
menudo como sobre asnos: - hay que saber aprovechar, en efecto, tanto su
estupidez como su fuego. Reservarnos nuestras trescientas razones
delanteras, también las gafas negras: pues hay casos en los que a nadie le
es lícito mirarnos a los ojos, y menos aún a nuestros "fondos". Y elegir
como compañía ese vicio granuja y jovial, la cortesía. Y permanecer dueños
de nuestras cuatro virtudes: el valor, la lucidez, la simpatía, la soledad.
Pues la soledad es en nosotros una virtud, en cuanto constituye una
inclinación y un impulso sublimes a la limpieza, los cuales adivinan que en
el contacto entre hombre y hombre - "en sociedad" - las cosas tienen que
ocurrir de una manera inevitablemente sucia. Toda comunidad nos hace de
alguna manera, en algún lugar, alguna vez - "vulgares".
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En
los escritos de un eremita óyese siempre también algo del eco del yermo,
algo del susurro y del tímido mirara en torno propios de la soledad; hasta
en sus palabras más fuertes, hasta en su grito continua sonando una especie
nueva y más peligrosa de silencio, de mutismo. Quién durante años y años,
durante días y noches ha estado sentado solo con su alma, en disputa y
conversación íntimas, quien en su caverna - que puede ser un laberinto, pero
también una mina de oro - convirtióse en osos de cavernas, o en excavador de
tesoros, o en guardián de tesoros y dragón: ése tiene unos conceptos que
acaban adquiriendo un color crepuscular, propio, un olor tanto de
profundidad como de moho, algo incomunicable y repugnante, que lanza un
soplo frío sobre todo el que pasa a su lado. El eremita no cree que nunca un
filósofo - suponiendo que un filósofo haya comenzado siempre por ser un
ermita - haya expresado en libros sus opiniones auténticas y últimas: ¿no se
escriben precisamente libros para ocultar lo que escondemos dentro de
nosotros? - más aún, pondrá en duda que un filósofo pueda
tener en absoluto opiniones "últimas y auténticas", que en él no haya, no
tenga que haber, detrás de cada caverna, una caverna más profunda todavía -
un mundo más amplio, más extraño, más rico, situado más allá de la
superficie, un abismo detrás de cada fondo detrás de cada "fundamentación".
Toda filosofía es una filosofía de fachada - he aquí un juicio de eremita:
"Hay algo arbitrario en el hecho de que él permaneciese quieto aquí, mirase
hacia atrás, mirase alrededor, en el hecho de que no cavase más hondo aquí y
dejase de lado la azada. Toda filosofía esconde también una
filosofía; toda opinión es también un escondite, toda palabra, también una
máscara.
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El
hombre, animal complejo, mendaz, artificioso e impenetrable, inquietante
para los demás animales no tanto por su fuerza cuanto por su astucia y su
inteligencia, ha inventado la buena conciencia para disfrutar por fin de su
alma como de un alma sencilla; y la moral entera es una esforzada y
prolongada falsificación en virtud de la cual se hace posible en absoluto
gozar del espectáculo del alma. Desde este punto de vista acaso formen parte
del concepto «arte» más cosas de las que comúnmente se cree.
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Lo
mismo el hedonismo que el pesimismo, lo mismo el utilitarismo que el
eudemonismo: todos esos son modos de pensar que miden el valor de las cosas
por el placer y el sufrimiento que éstas producen, es
decir, por estados concomitantes y cosas accesorias, son ingenuidades y
modos superficiales de pensar, a los cuales no dejará de pensar, a los
cuales nodejará de mirar con burla, y también con compasión todo aquel que
se seapa poseedor de fuerzas configuradoras y de una
conciencia artística.
¡Compasión para con vosotros! no es, desde luego, la compasión
tal y como vosotros la entendeis: no es compasión para con la "miseria"
social, para con la "sociedad" y sus enfermos y lisiados, para con los
viciosos y arruinados de antemano, que yacen por tierra a nuestro
alrededor; y menos todavía es compasión para con esas murmurantes,
oprimidas, levantiscas capas de esclavos que aspiran al dominio -ellas lo
llaman libertad-. Nuestra compasión es una compasión más elevada, de
visión más larga: -¡nosotros vemos cómo el hombre
se empequeñece, cómo vosotros lo empequeñecésis! -y hay instantes
en los que contemplamos precisamente vuestra compasión con una
ansiedad indescriptible, en los que nos defendemos de esa compasión-, en
los que encontramos que vuestra seriedad es más peligrosa que cualquier
ligereza. Vosotros queréis, en lo posible, eliminar el sufrimiento
-y no hay ningún en "lo posible" más loco que ése-; ¿y nosotros? -¡parece
cabalmente que nosotros preferimos que el sufrimiento sea más
grande y peor que lo ha sido nunca! el bienestar, tal como vosotros lo
entendeis -¡eso no es, desde luego, una meta, eso nos parece a nosotros un
final! Un estado que enseguida vuelve ridículo y despreciable
al hombre, -¡que hace desear el ocaso de éste! La disciplina del
sufrimiento, del gran sufrimiento -¿no sabéis que esa únicamente
esa disciplina es la que ha creado hasta ahora todas las elevaciones
del hombre? Aquella tensión del alma en la infelicidad, que es la que le
inculca su fortaleza, los estremecimientos del alma ante el espectáculo de
la gran ruina, su inventiva y valentía en elsoportar, perseverar,
interpretar, aprovechar la desgracia, así como toda la profundidad,
misterio, máscara, espíritu, argucia, grandeza que le han sido donados al
alma?: -¿no le han sido donados bajo sufrimiento, bajo la disciplina el
gran sufrimiento? Criatura y creador están unidos en el hombre:
en el hombre hay materia, fragmento, exceso, fango, basura, sinsentido,
caos; pero en el hombre hay también un creador, un escultor, dureza de
martillo, dioses-espectadores y séptimo día: -¿entendéis esa antítesis? ¿Y
que vuestra compasión se dirige a la "criatura en el hombre", a aquello
que tiene que ser configurado, quebrado, forjado, arrancado, quemado,
abrasado, purificado, a aquello que necesariamente tiene que sufrir
y que debe sufrir? Y nuestra compasión -¿no os dais cuenta de a
qué se dirige nuestra opuesta compasión cuando se vuelve contra
vuestra compasión considerándola como el más perverso de todos los
reblandecimientos y debilidades? -¡Así, pues, compasión contra
pasión! -Pero, dicho una vez más, hay problemas más altos que todos los
problemas del placer, del sufrimiento y de la compasión; y toda la
filosofía que no aboque a ellos es una ingenuidad.
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