EL ABURRIMIENTO, EL TEDIO
La
mayoría de las personas
anda ocupada con muchos intereses,
aunque hay muchas
personas que no están interesadas en nada. Se aburren, viven en el tedio y
piensan que deberían desarrollar un trabajo útil para la sociedad. Creen
que deberían dedicarse al servicio social, a la acción política, o a la
vida religiosa. Estos hombres y mujeres viven sin ánimo, están afligidos y
creen que lo mejor que podrían hacer es reformar la vida.
Pero, si uno está aburrido, ¿por qué no estarlo? ¿Por qué no ser eso?
Si estamos sumidos en la aflicción, estemos afligidos. No tratemos
de hallarle una salida. Porque el que estemos fastidiados, aburridos,
tiene un significado inmenso, si es que podemos comprenderlo, vivirlo.
Pero si decimos “estoy aburrido, y por lo tanto voy a hacer otra cosa”, lo
único que hacemos es tratar de escapar al aburrimiento. Y como casi todas
nuestras actividades son evasiones; hacemos mucho daño en el terreno
social y en todos los otros. El daño es mucho mayor cuando escapamos que
cuando somos lo que somos y nos quedamos con el tedio.
La dificultad estriba en quedarse con el
tedio y no en huir; pero la mayoría de nuestras actividades son un proceso
de evasión. Nos resulta
inmensamente difícil dejar de escapar y hacer frente al tedio. Así, pues,
si uno está
realmente aburrido le digo: punto
final, quedémonos ahí y examinemos el asunto. ¿Por qué habría que hacer
algo?
Si
estamos aburridos, ¿por qué lo estamos? ¿Qué es eso que llamamos
aburrimiento? ¿Por qué es que nada nos interesa? Tiene que haber causas y
razones por las cuales estamos sin ánimo: los sufrimientos, las
escapatorias, las creencias, la actividad incesante... Nos han oscurecido
la mente y endurecido el corazón. Pero si pudiéramos descubrir por qué
estamos aburridos, que carecemos de interés, entonces, seguramente,
podríamos resolver el problema. Entonces, despierto, funcionará el
interés. Pero si no nos interesa el porqué de nuestro aburrimiento, no
podemos interesaros a la fuerza en una actividad, simplemente para hacer
algo, como una ardilla que da vueltas en una jaula. Esta es la clase de
actividad a que se entrega la mayoría de nosotros. Sin embargo, podemos
descubrir en nuestro fuero interior, psicológicamente, por qué nos
hallamos en ese estado de total aburrimiento; podemos ver por qué
se halla en ese estado la mayoría de nosotros: nos hemos agotado emocional
y mentalmente, hemos probado tantas cosas, tantas sensaciones, tantas
diversiones, tantos experimentos, que nos hemos entorpecido y hastiado.
Ingresamos a una agrupación, hacemos todo lo que se nos pide, y luego la
abandonamos; entonces pasamos a otra cosa y la probamos. Si fracasamos con
un psicólogo, recurrimos a otra persona o a un sacerdote; si allí
fracasamos, recurrimos a otro instructor, y así sucesivamente; siempre
seguimos en movimiento. Este constante proceso de esforzarse y aflojar es
agotador. Como todas las sensaciones, no tarda en oscurecer la mente.
Esto es lo que hemos hecho: hemos ido de
sensación en sensación, de una excitación a otra, hasta llegar a un punto
en que estamos realmente agotados. Ahora bien, dándonos cuenta de ello, no
prosigamos: tomemos un descanso. Aquietémonos. Dejemos que la mente se
fortalezca a sí misma. No la forcemos. Así como la tierra se renueva
durante el invierno, así también se renueva la mente cuando se le permite
aquietarse. Pero es muy difícil permitir que la mente se aquiete, que
permanezca en barbecho después de todo esto, ya que la mente desea en todo
momento hacer algo. Y cuando lleguemos al punto en que realmente aceptamos
ser lo que somos ‑aburridos, feos, horribles, lo que fuere-, entonces hay
una posibilidad de enfrentarnos con todo ello.
Cuando aceptamos ser lo que somos, ya no
hay problema. El problema existe únicamente cuando no aceptamos una cosa
tal cual es, y deseamos transformarla, lo cual no significa que aboguemos
por la resignación; al contrario. Si aceptamos lo que somos, entonces
vemos que la cosa que nos aterraba, la cosa que llamábamos aburrimiento,
desesperación, miedo, ha sufrido un cambio completo. Hay una
transformación completa de la cosa que nos infundió temor.
Por eso es importante que se comprenda el
proceso, las modalidades de nuestro propio pensar. El conocimiento propio
no puede adquirirse por intermedio de nadie, ni de ningún libro, ni de
ninguna confesión, psicología o psicoanalista. Tiene que ser descubierto
por nosotros mismos, porque es nuestra vida; y sin ampliar y ahondar ese
conocimiento del “yo”, hagamos lo que hagamos, así alteremos cualesquiera
de las circunstancias e influencias externas o internas, ello será siempre
una fuente de desesperación, de pena y de dolor.
Para ir más allá de las actividades en que
la mente se encierra a sí misma, tenemos que comprenderlas; y el
comprenderlas significa darse cuenta de la acción en la vida de relación:
relación con las cosas, con las personas y con las ideas. En esa vida de
relación, que es el espejo, empezamos a vernos a nosotros mismos sin
condena ni justificación; y partiendo de ese conocimiento más amplio y
profundo de las modalidades de nuestra mente, es posible proseguir
adelante. Entonces es posible que la mente esté quieta y reciba aquello
que es lo real.