|
EL SUFRIMIENTO
Por
una parte existe el dolor físico, que siempre se produce por alguna razón y
nos aporta alguna enseñanza, y por otra, el sufrimiento o el dolor
psicológico. El sufrimiento tiene su origen en la propia reacción ante los
hechos y no en la realidad de lo que está ocurriendo. No lo produce la
realidad, sino la mente en la que se arraiga el deseo, la exigencia, los
prejuicios, los miedos, etc. Por ejemplo, si vamos al campo, llueve y nos
enfadamos, la causa del enfado no está en la lluvia, sino en la propia
reacción, porque se han contrariado los propios planes y deseos. Si se
tienen problemas quiere decir que se vive dormido. Uno mismo crea los
problemas. La realidad sólo plantea dificultades que es preciso resolver. Si
vemos que el sufrimiento que nos aflige lo producimos nosotros mismos y no
los demás, quiere decir que estamos despertando. Cuando nos veamos cansados
de sufrir, ese será un buen momento para despertar.
Queremos que el sufrimiento se alivie, se aleje, se elimine mediante una
explicación. Y esto, indudablemente, no ofrece la comprensión del
sufrimiento. No es lo mejor establecer como fin hacer desaparecer el
sufrimiento, pues esto no es más que un movimiento más de nuestra propia
mente, siempre limitada y condicionada. Si desarrollamos la suficiente
madurez como para comprender el deseo de huir del sufrimiento comenzamos a
comprender cuál es su contenido, qué es lo que nos quiere enseñar. Es muy
importante comprender este punto.
Todos experimentamos dolor. Si queremos podemos analizarlo y explicar por
qué sufrimos, podemos leer libros sobre el tema o ir a la iglesia, y pronto
sabremos algo acerca del dolor. Pero no estamos hablando de eso, hablamos
del fin del dolor. El fin del dolor empieza cuando nos enfrentamos a los
hechos psicológicos que tienen lugar dentro de nosotros, y estamos por
completo alertas, de instante en instante, a todas las implicaciones de esos
hechos. Esto significa no escapar jamás del hecho de que uno sufre, no
racionalizarlo ni ofrecer opinión alguna al respecto, sino vivir
completamente con ese hecho. Pero la mayoría de nosotros no es consciente de
nada. No somos conscientes de nuestros amigos, de nuestra esposa, de
nuestros hijos ni de los continuos movimientos sutiles que se producen en
nuestro interior.
Para comprender es necesario amar. Para comprender el dolor debemos amarlo,
debemos ser conscientes de él. Si queremos comprender algo -a nuestro
vecino, esposa, o a cualquier relación-, si queremos comprender algo
completamente, necesitamos estar muy cerca de ello. Es preciso llegar a ello
sin reparo alguno, sin prejuicio, condena o repulsión, tenemos que mirarlo
sin condicionamientos. Debemos ser conscientes de la persona o de la
situación, lo cual implica que debemos amarla. De igual manera, si queremos
comprender el dolor, debemos amarlo, debemos ser conscientes de él. Pero no
podemos hacerlo porque escapamos del sufrimiento mediante explicaciones,
teorías, esperanzas y postergaciones, todo lo cual constituye un proceso de
verbalización. Así pues, las palabras y la mente me impiden ser conscientes
del dolor y de todas las cosas. Por otra parte ocurre que nos habituamos a
vivir con el dolor, y esto nos impide ser uno con él. Vivir con algo o con
alguien y no habituarse a ello requiere una energía enorme, una percepción
alerta que impida a nuestra mente embotarse.
De igual manera, el sufrimiento embota la mente si nos acostumbramos a él. Y
casi todos nos acostumbramos a él. Pero no es necesario que nos habituemos
al sufrimiento. Éste es una perturbación en diferentes niveles de la
persona, en el físico y en los distintos niveles del subconsciente. Es una
forma aguda de perturbación que nos disgusta. Nuestro hijo ha muerto o se ha
marchado. Habíamos erigido en torno a él todas nuestras esperanzas; o en
torno a nuestra hija, o de nuestro esposo, o de lo que sea. Lo teníamos en
un altar, junto a todas las cosas que deseábamos que él fuera; o hemos
tenido un compañero y de pronto se ha ido, ya conocemos todo eso. A esta
perturbación le llamamos sufrimiento.
Al no gustarnos el sufrimiento y desear escapar de él comenzamos a
preguntarnos por las razones de por qué sufrimos y, a continuación,
justificamos nuestro sufrimiento. Nos decimos a nosotros mismos todos lo que
queríamos a esa persona o a esa posesión que hemos perdido e
inconscientemente tratamos de encontrar un escape en las palabras y en las
creencias. Todo ello opera en nosotros como un narcótico.
Pero si no hacemos esto, si no escapamos mediante el pensamiento
sencillamente sucede que captamos el sufrimiento, pero no como una cosa
distinta de nosotros mismos, no como observadores que observan el
sufrimiento, sino que éste forma parte de nosotros mismos, es decir, la
totalidad de nosotros mismos sufre. Entonces podemos seguir el movimiento
del dolor y ver hacia dónde nos conduce. Si captamos de esta manera el dolor
es seguro que nos revela su sentido, su razón, el por qué aparece en nuestra
vida.
Entonces veremos que hemos puesto el énfasis en el ego, no en la persona,
cosa o situación que amamos y se ha ido. Aquella persona, cosa o situación,
servía para ocultarnos nuestro propio sufrimiento, para evitar viéramos lo
que hay en realidad en nuestro interior, la soledad y el infortunio.
En realidad nos menospreciamos pensando que no somos nada, que no tenemos
valor, y creemos que mediante las personas y las cosas somos “algo”. Por eso
lloramos, porque cuando terminan nos encontramos solos y abandonados, no
lloramos porque se hayan ido.
Es
muy difícil llegar a este punto de comprensión. Realmente es difícil
reconocerlo y no decir simplemente, "estoy solo ¿Cómo podré librarme de esta
la soledad?", lo cual es otra forma de huida, sino ser consciente de este
vacío, mantenerse en él y ver su movimiento. Si dejamos que el sufrimiento
se manifieste y nos revele su significado, vemos que sufrimos porque estamos
perdidos y que se nos exige prestar atención a algo que no queremos mirar.
Se nos impone algo que nos resistimos a ver y comprender.
Innumerables personas y organizaciones están dispuestas para ayudarnos a
huir y evadirnos. Todas llamadas "religiosas", con sus creencias y sus
dogmas, con sus esperanzas y sus fantasías. "Es la voluntad de Dios" "es el
Karma". Todos nos brindan una salida, bien lo sabemos.
Si podemos permanecer con el dolor y no apartarlo de nosotros, ni tratar de
negarlo, lo único que existe, entonces, es el sentimiento de intenso dolor,
en el que nuestra mente se encuentra en silencio. El dolor es una realidad y
no una mera palabra, porque aquí la palabra no tiene sentido. El dolor
existe respecto a una imagen, a una experiencia, respecto a algo que
poseemos o no poseemos. De modo que el dolor está en relación con algo. Es
decir, tan sólo sufrimos en relación con algo. El sufrimiento no puede
existir por sí solo, así como el temor tampoco puede existir por sí solo,
sino siempre en relación con algo, con un individuo, con un incidente, con
un sentimiento, etc. Ahora ya nos podemos dar plena cuenta de cómo opera el
sufrimiento en nuestra vida.
El sufrimiento no distinto de nosotros, en realidad no somos simplemente el
observador que capta el sufrimiento, sino que nosotros mismos somos ese
sufrimiento. Cuando no hay un observador que sufre el sufrimiento no es
diferente de nosotros, somos el sufrimiento. Entonces no estamos separados
del dolor, sino que somos el dolor. Ya no le evaluamos, no le juzgamos ni le
damos nombre y, por lo tanto, no le rechazamos. Somos ese dolor,
sencillamente somos ese sufrimiento, esa sensación de agonía. Cuando somos
eso, cuando no le tememos, cuando somos uno con el dolor, no hay nada que
hacer.
Entonces ocurre en nosotros una transformación radical. Ya no existe el "yo
sufro", porque no hay ego que sufra, y el ego sufre porque nunca nos hemos
parado a examinar lo que es el ego. Sólo vivimos de palabra en palabra, de
reacción en reacción. Jamás decimos "veamos qué es eso que sufre". Y no lo
podemos ver por que miramos con intereses y con disciplina.
Debemos mirar con espontánea comprensión. Entonces veremos lo que llamamos
"dolor” y “sufrimiento", veremos que lo que queremos evitar se ha
desvanecido. Si en nuestra relación con el sentimiento de dolor no lo
consideramos como "algo" aparte de nosotros, no hay problema. Pero en el
momento en que consideramos al dolor como "algo" separado de nosotros
mismos, sí que surge el problema. Mientras tratamos el sufrimiento como algo
fuera de nosotros -sufrimos porque hemos perdido a nuestro hermano, porque
no tenemos dinero, por esto o por aquello-, establecemos una relación con
ese algo, y esa relación es ficticia. Pero si somos esa cosa, si vemos
completamente el hecho, entonces todo se transforma, todo tiene un
significado diferente. Entonces existe atención total, atención integrada, y
aquello que se considera en su totalidad se comprende y se disuelve. Y así
no hay temor y, por lo tanto, la palabra "sufrimiento" resulta que no
existe.
Sólo si no establecemos relaciones ficticias con el dolor, si somos el
dolor, si vemos el hecho de nuestro sufrimiento, entonces todo el tema se
transforma, adquiere un significado por completo diferente. Entonces hay
atención plena, y aquello que es observado en su totalidad, es comprendido y
disuelto; por lo tanto la palabra dolor no existe.
No es complicado permitir que el sufrimiento se disipe. Las ideas actúan
como un escape; las ideas que se han convertido en creencias impiden el
vivir completo, la acción completa, el ver lo que es. Son como el árbol que
impide ver el bosque. Sólo se puede vivir de forma plena cuando existe un
conocimiento propio cada vez más amplio y profundo... más abierto.
Cultivamos la mente haciéndola cada vez más ingeniosa, cada vez más sutil,
más astuta, menos sincera y más tortuosa e incapaz de afrontar los hechos. Y
cuando desde el centro -el ego- se mira dentro del sufrimiento, lo que hay
es sufrimiento, únicamente eso.
La incapacidad de observar es la que da origen al sufrimiento. Cuando se
percibe desde el ego esa observación que se obtiene es muy restringida, muy
estrecha, muy trivial; y eso engendra sufrimiento. Sabemos que el dolor está
ahí; es un hecho, y no hay nada más que conocer. Todos tenemos que vivir con
el dolor. En uno mismo y en todas partes se ve sufrimiento, ignorancia y
desconcierto. Pero la solución a esta situación se encuentra en
investigarnos a nosotros mismos y a todo los que nos rodea, en ver la
realidad de las cosas, en ser totalmente conscientes de ellas y obrar
adecuadamente.
***
¿Cuál es el significado del dolor, del sufrimiento?
El
dolor físico tiene un significado, es producido por alguna razón, pero ahora
nos referiremos al sufrimiento psicológico.
¿Por qué deseamos
descubrirlo, por qué queremos averiguar la razón por la que sufrimos?
Cuando nos hacemos la
pregunta "¿por qué sufro?" y buscamos la causa del sufrimiento, ¿no huimos
del sufrimiento? ¿no lo evitamos? El hecho es que sufro; pero en el
momento en que la mente se ocupa del sufrimiento y digo ¿por qué?, ya he
"aguado", disminuido, la intensidad del sufrimiento.
Queremos que el sufrimiento se alivie, se aleje, se elimine mediante una
explicación. Y esto, indudablemente, no brinda la comprensión del
sufrimiento. Si me libro, pues, de este deseo de huir del sufrimiento,
empiezo a comprender cuál es su contenido.
Es
muy importante comprender este punto.
¿Qué es el sufrimiento?
El sufrimiento es una perturbación en diferentes niveles de la persona: en
el físico y en los distintos niveles del subconsciente. Es una forma aguda
de perturbación que nos disgusta. Mi hijo ha muerto o se ha marchado.
Había erigido en torno a él todas mis esperanzas; o en torno a mi hija, o
de mi esposo, o de lo que sea. Lo tenía en un altar, junto a todas las
cosas que deseaba que él fuera; o lo he tenido por compañero y de pronto
se ha ido, ya conocéis todo eso. A esta perturbación le llamo sufrimiento.
¿Cómo respondemos,
normalmente, ante el sufrimiento?
Al no gustarnos el
sufrimiento decimos: "¿por qué sufro?", "lo amaba tanto", "él era esto" y
"yo tenía aquello"... tratamos de encontrar un escape en las palabras, en
los títulos, en las creencias. Todo ello opera en nosotros como un
narcótico.
¿Qué sucede si no
hacemos esto, si no escapamos mediante el pensamiento?
Sencillamente sucede que
capto el sufrimiento, no como una cosa distinta de mí, no como un
observador que observa el sufrimiento, sino que éste forma parte de mí
mismo, es decir, la totalidad de mí mismo sufre. Entonces podemos seguir
el movimiento del dolor, ver a dónde conduce. Si capto de esta manera el
dolor es seguro que nos revela su sentido, su razón, el por qué aparece en
nuestra vida.
Entonces veremos que hemos puesto énfasis en el "yo", no en la persona a
quien amo y se ha ido. Aquella persona, o aquella situación, servía
para ocultarnos de nuestro propio sufrimiento, para evitar ver lo que hay en
realidad en nuestro interior: la soledad y el infortunio.
Como
yo no soy "algo", esperaba que él lo fuese. Aquello ya terminó; estoy
abandonado, perdido, solo. Sin él o ella, o aquel estado, nada soy. Por eso
lloro. No es que se haya ido; es que estoy abandonado, es que estoy sólo.
Es
muy difícil llegar a este punto ¿verdad? Realmente es difícil reconocerlo, y
no decir simplemente, "estoy solo ¿cómo podré librarme de esta la soledad?",
lo cual es otra forma de huida, sino ser consciente de este vacío,
mantenerse en él, ver su movimiento.
Así,
gradualmente, si dejamos que el sufrimiento se manifieste y revele su
significado, vemos que sufrimos porque estamos perdidos y que se nos exige
prestar atención a algo que no queremos mirar. Se nos impone algo que nos
resistimos a ver y comprender.
Por
otro lado vemos que existen innumerables personas y situaciones para
ayudarnos a huir, y evadirnos; miles de personas llamadas "religiosas", con
sus creencias y sus dogmas, con sus esperanzas y fantasías. "Es la voluntad
de Dios" "es el Karma"; todos nos brindan una salida, bien lo sabemos.
Pero si podemos
permanecer con el dolor y no apartarlo de nosotros, ni tratar de negarlo,
¿Qué ocurre? ¿cuál es el estado de nuestra mente cuando sigue de este modo
el proceso del sufrimiento?
Lo
único que existe, entonces, es el sentimiento de intenso dolor. Y nuestra
mente existe en silencio.
El
dolor es una realidad y no una mera palabra, la palabra no tiene sentido.
El
dolor existe respecto a una imagen, a una experiencia, a algo que poseemos o
no poseemos. De modo que el dolor está en relación con algo.
Es
decir, cuando hay sufrimiento, éste tan sólo existe en relación con algo. No
puede existir por sí solo, así como el temor tampoco puede existir por sí
solo, sino en relación con algo: un individuo, un incidente, un
sentimiento...
Ahora
ya nos podemos dar plena cuenta de cómo opera el sufrimiento en nuestra
vida.
¿Es ese sufrimiento
distinto de nosotros, y por lo tanto somos simplemente el observador que
capta el sufrimiento, o nosotros mismos somos ese sufrimiento?
Cuando no hay un observador que sufre el sufrimiento no es diferente de
nosotros, somos el sufrimiento. No estamos separados del dolor, somos el
dolor.
Así,
de esta forma no se le evalúa, no se le juzga, no se le da nombre y, por lo
tanto, no se le rechaza: somos ese dolor, simplemente somos ese sufrimiento,
esa sensación de agonía. Entonces, cuando somos eso, cuando no le tememos,
cuando somos uno con el dolor, no hay nada que hacer.
Ha
ocurrido una transformación radical en la persona. Ya no existe el "yo
sufro", porque no hay "yo" que sufra, y el "yo" sufre porque nunca nos hemos
parado a examinar lo que es el "yo". Sólo vivimos de palabra en palabra, de
reacción en reacción. Jamás decimos "veamos qué es eso que sufre". Y
normalmente no lo podemos ver por que miramos con intereses y con
disciplina.
Debemos mirar mirar con espontánea comprensión. Entonces veremos lo que
llamamos "dolor y sufrimiento", veremos que lo que queremos evitar se ha
desvanecido.
Si en
mi relación con el sentimiento de dolor no lo considero como "algo" aparte
de mí, no hay problema. Pero en el momento en que considero al dolor como
"algo" separado de mí, sí que hay problema. Mientras trato el sufrimiento
como algo fuera de mí (sufro porque he perdido a mi hermano, porque no tengo
dinero, por esto o por aquello), establezco una relación con ese algo, y esa
relación es ficticia. Pero si soy esa cosa, si veo completamente el hecho,
entonces todo se transforma, todo tiene un significado diferente. Entonces
existe atención total, atención integrada; y aquello que se considera en su
totalidad se comprende, y se disuelve, y así no hay temor, y, por lo tanto,
la palabra "sufrimiento" resulta inexistente.
***
Todos
experimentamos dolor. Si queremos podemos analizarlo y explicar por qué
sufrimos, podemos leer libros sobre el tema o ir a la iglesia, y pronto
sabremos algo acerca del dolor. Pero no estamos hablando de eso: hablamos
del fin del dolor.
El
conocimiento no pone fin al dolor. El fin del dolor empieza cuando nos
enfrentamos a los hechos psicológicos que tienen lugar dentro de nosotros, y
estamos por completo alertas, de instante en instante, a todas las
implicaciones de esos hechos.
Esto
significa no escapar jamás del hecho de que uno sufre, no racionalizarlo ni
ofrecer opinión alguna al respecto, sino vivir completamente con ese hecho.
La
mayoría de nosotros no está en comunión con nada. No estamos en comunión
directa con nuestros amigos, con nuestra esposa, con nuestros hijos.
Para
comprender el dolor debemos amarlo, debemos estar en comunión directa con
él. Si queremos comprender algo (a nuestro vecino, esposa, o a cualquier
relación), si queremos comprender algo completamente, debemos estar cerca de
ello. Debemos llegar a ello sin reparo alguno, sin prejuicio, condena o
repulsión, debemos mirarlo sin condicionamientos. Debemos estar en comunión
con la persona o situación, lo cual implica que debemos amarla.
De
igual manera, si queremos comprender el dolor, debemos amarlo, debemos estar
en comunión con él. Pero normalmente no podemos hacerlo porque escapamos del
sufrimiento mediante explicaciones, teorías, esperanzas y postergaciones,
todo lo cual constituye un proceso de verbalización.
Así
pues, las palabras y la mente me impiden estar en comunión con el dolor y
con todas las cosas.
Por
otra parte ocurre que nos habituamos a vivir con el dolor y esto nos impide
ser uno con él. Vivir con algo o con alguien y no habituarse a ello requiere
una energía enorme, una percepción alerta que impida a nuestra mente
embotarse. De igual manera, el sufrimiento embota la mente si nos
acostumbramos a él. Y casi todos nos acostumbramos a él. Pero no es
necesario que nos habituemos al sufrimiento.
Únicamente si no establecemos relaciones ficticias con el dolor, si somos el
dolor, si vemos el hecho de nuestro sufrimiento, entonces todo el tema se
transforma, adquiere un significado por completo diferente. Entonces hay
atención plena, y aquello que es observado en su totalidad, es comprendido y
disuelto; por lo tanto la palabra dolor no existe.
|
|