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LA SOLEDAD

Cuando uno se da cuenta de que está muy solo se pregunta, con frecuencia, por qué siente la soledad y qué es lo que debe hacer.

Lo cierto es que no sabemos qué es lo que significa realmente la soledad y, tampoco, sentimos la verdadera soledad. Y esto es así porque nos sumimos en actividades, libros, relaciones, ideas que nos impiden darnos realmente cuenta de la auténtica soledad.

La soledad es una sensación de vacío, de no tener nada, de estar extraordinariamente inseguros, sin puerto donde anclar. No es desesperación ni falta de esperanza, sino una sensación de vacuidad, de vacío, y de frustración. Todos hemos sentido eso, tanto los felices como los desdichados, los muy, muy activos como los que tienen afición al saber. Todos conocemos esto. Es una sensación de dolor real e inextinguible, un dolor que no se puede disimular aunque intentemos disimularlo.

Lo cierto es que, en realidad, lo que tratamos es de evadirnos, de esquivar nuestra sensación de soledad, intentamos evitarla con un libro, seguimos a algún líder, o vamos al cine, o socialmente nos volvemos muy, muy activos, o nos dedicamos al culto y la oración, o pintamos un cuadro, o escribimos un poema sobre la soledad. Eso es lo que de hecho ocurre.

Dándonos cuenta de la soledad, del dolor que la acompaña, del temor extraordinario e insondable que ella provoca, buscamos una evasión, y esa evasión llega a ser más importante que el problema, en este caso la soledad; y por lo tanto, nuestras actividades, nuestros conocimientos, nuestros dioses, nuestra televisión, todo ello nos resulta importante. Cuando damos importancia a valores secundarios, ellos nos llevan a la desdicha y al caos; los valores secundarios son inevitablemente los valores sensorios; y la civilización moderna, que se basa en esto, nos brinda estas evasiones: evasión mediante nuestro trabajo, nuestra familia, nuestro nombre, nuestros estudios, mediante la pintura, y todo lo demás. Toda nuestra cultura tiene por base esa evasión. Nuestra civilización se funda en ella, lo cual es un hecho.

Quizás, jamás hayamos tratado alguna vez de estar solos? Cuando lo intentemos, veremos cuán extraordinariamente difícil es realizarlo y cuán extraordinariamente inteligentes debemos ser para estar solos, porque la mente no nos dejará estar solos. La mente se vuelve inquieta, se ocupa en evadirse. Entonces, cuando nos damos cuenta de esta dificultad, tratamos de llenar ese extraordinario vacío con lo conocido. Descubrimos cómo estar activos, cómo ser sociables; sabemos estudiar, escuchar la radio. Llenamos esa cosa que no conocemos con las cosas que conocemos. Intentamos llenar ese vacío con diversas clases de conocimientos, relaciones o cosas.

Ese es nuestro proceso, esa es nuestra existencia. Ahora bien, cuando nos damos cuenta de todo esto que hacemos, llega un momento que sabemos que no podemos llenar ese vacío. Lo habéis intentado con el cine, sin éxito; y por eso seguimos a nuestros guías espirituales o a nuestros libros, o nos volvéis muy activos socialmente. Pero con nada de ello conseguimos llenar el vacío, simplemente lo encubrimos. Y, si sólo lo hemos encubierto, siempre estará ahí y, por lo tanto, volverá. Si somos capaces de huir totalmente, entonces vamos a parar a un manicomio o nos volvemos sumamente torpes. Eso es lo que está ocurriendo en el mundo.

No es posible llenar este vacío que todos los seres humanos llevamos en nuestro interior y, como no es posible, no podemos huir de él, escaparnos.

Si hemos experimentado y encontrado que una evasión carece de valor, por poco inteligentes que seamos, veremos que también carecen de valor todas las otras evasiones. Es indiferente que llenemos el vacío con esto o con aquello. La llamada “meditación” es también una escapatoria. Poco importa que cambiéis nuestro medio de evasión.

Y cuando llegamos a este punto en nuestra vida, no sabemos qué hacer con esta soledad. Sólo podremos saber qué hacer con ella cuando hayamos dejado de evadirnos. Cuando estemos dispuestos a enfrentaros con lo que es ‑lo cual significa que no debemos recurrir a la televisión, al sexo, a cualquier tipo de evasión o distracción y que debemos volver la espalda a la “civilización”‑, entonces aquella soledad termina, porque ha sufrido una completa transformación. Ya no es soledad.

Si comprendemos lo que es, entonces lo que es, es lo real. Es porque la mente está continuamente evitando, evadiéndose, rehusando ver lo que es, que ella crea sus propios estorbos. Como tenemos tantos estorbos que nos impiden ver, no comprendemos lo que es y por lo tanto nos alejamos de la realidad; todos esos estorbos han sido creados por la mente para no ver lo que es. El ver lo que es no sólo requiere buena dosis de capacidad y comprensión de la acción, sino que también significa volver la espalda a todo lo que nos hemos fabricado: nuestra cuenta bancaria, nuestro nombre y todo aquello que llamamos “civilización”. Cuando veamos lo que es, veremos cómo se transforma la soledad. 

 

 

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