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Sinceridad.
Por más precioso que sea el conocimiento superior, no se debe exigirlo si se
quiere obtenerlo. Quien desee adquirirlo por motivos egoístas, no lo
conseguirá jamás. Esto requiere ante todo sinceridad frente a sí mismo, en
lo más profundo del alma. Bajo ningún concepto hay que ilusionarse de sí
mismo. Hay que arrostrar con veracidad interior las propias faltas,
debilidades e insuficiencias. En el momento en que busques una excusa para
cualquiera de tus imperfecciones, estás poniendo un obstáculo en el camino
que ha de conducirte hacia arriba. Tal obstáculo únicamente lo podrás
remover mediante el esclarecimiento sobre ti mismo. No existe sino un solo
camino para liberarse de los defectos y debilidades, o sea, reconocerlos
debidamente.
Todo dormita en el alma humana y puede despertarse. También la inteligencia
y la razón son susceptibles de mejora si el hombre esclarece con calma y
serenidad por qué está débil en ese sentido. Semejante autoconocimiento es,
naturalmente, difícil porque es inmensa la tentación de engañarse respecto
de sí mismo. Quien se acostumbre a ser sincero consigo mismo, se abre las
puertas a la visión superior.
El discípulo debe rehuir toda curiosidad; renunciar a la costumbre, en la
medida de lo posible, de hacer preguntas sobre cosas que sólo quiere
conocer para satisfacer su afán personal de saber. Únicamente preguntará
si el conocimiento respectivo puede contribuir a perfeccionar su ser al
servicio de la evolución. Con ello no ha de disminuirse de modo alguno su
complacencia y fervor por el saber. El discípulo prestará ferviente
atención a todo cuanto sirva a ese objetivo y buscará todas las
oportunidades para esta devota actitud. |
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