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El sexo y el
matrimonio.
Como otros problemas humanos, el problema de nuestras pasiones y de nuestros
impulsos sexuales es complejo y difícil; y si el educador no ha profundizado
en él y no ha visto sus muchas complicaciones, ¿cómo es posible que ayude a
los que educa? Si el padre o el maestro son víctimas de los disturbios del
sexo, ¿cómo puede guiar al niño? ¿Podemos ayudar a los niños si nosotros
mismos no entendemos el significado de todo el problema? La manera en que el
educador imparte una comprensión del sexo depende del estado de su propia
mente; depende de que él sea medianamente desapasionado o de que esté
consumido por sus propios deseos.
Ahora bien; ¿por qué es el sexo, para la mayor parte de nosotros, un
problema lleno de confusión y conflicto? ¿Por qué se ha convertido en un
factor dominante de nuestras vidas? Una de las principales razones es que no
somos creadores, y no somos creadores porque toda nuestra cultura social y
moral, como también nuestros métodos educativos, están basados en el
desarrollo del intelecto. La solución de este problema del sexo descansa en
la comprensión de que la creación no ocurre mediante el funcionamiento del
intelecto. Por el contrario, hay creación solamente cuando el intelecto está
en reposo.
El intelecto, la mente como tal, puede sólo repetir, recordar, hilvana
constantemente nuevas palabras y reorganiza las viejas; y como la mayor
parte de nosotros sentimos y adquirimos experiencias sólo a través del
cerebro, vivimos exclusivamente de palabras y de repeticiones mecánicas.
Indudablemente esto no es creación y puesto que no somos creadores, el único
medio de creación que nos queda es el sexo. El sexo es cuestión de mente, y
todo lo que es de la mente, si no se realiza, causa frustración.
Nuestras ideas, nuestras vidas, son brillantes, áridas, huecas, vacías;
emocionalmente estamos hambreados, religiosa e intelectualmente somos
torpes, nos repetimos con frecuencia; social, política y económicamente
estamos regimentados, dominados. No somos felices, ni vitales ni gozosos; en
el hogar, en los negocios, en la iglesia, en la escuela, nunca sentimos el
estado creador; no hay descanso profundo en nuestro diario pensar y actuar.
Atrapados por todas partes, naturalmente el sexo es la única salida, la
única experiencia que se busca una y otra vez porque ofrece momentáneamente
el estado de felicidad que resulta de la ausencia del yo. No es el sexo lo
que constituye un problema, sino el deseo de volver a captar el estado de
felicidad, que consiste en alcanzar y conservar el placer ya sea sexual o de
otra clase cualquiera.
Lo que en realidad buscamos es la intensa pasión del olvido de nosotros
mismos, esta identificación con algo en que nos podamos diluir
completamente. Puesto que el yo es pequeño, insignificante y una fuente de
dolor, consciente o inconscientemente, queremos desaparecer en la
excitación, individual o colectiva, en los pensamientos elevados, o en
alguna forma grosera de sensación.
Cuando procuramos escapar del yo, los medios de escaparnos son muy
importantes, y entonces ellos también se convierten en problemas dolorosos.
A menos que investiguemos y entendamos los obstáculos que impiden la vida
creativa, que es la libertad del yo, no podremos entender el problema del
sexo.
Uno de los obstáculos de la vida creativa es el temor, y la respetabilidad
es una manifestación de ese temor. Las personas respetables, las que se
sienten moralmente obligadas, no se dan cuenta de la profunda significación
de la vida. Están encerradas dentro de las paredes de su propia rectitud y
no ven más allá de ellas. Su moralidad de vitrina, basada en ideales y
creencias religiosas, no tiene nada que ver con la realidad; y cuando se
protegen con esa falsa moralidad, viven en el mundo de sus propias
ilusiones. A pesar de su halagadora y auto impuesta moralidad, los hombres
respetables también viven en confusión, miseria y conflicto.
El temor, que es el resultado de nuestros deseos de seguridad, nos obliga a
conformarnos, a imitar a los demás, a someternos al dominio, y por lo tanto
impide la vida creativa. Para vivir creativamente, es necesario vivir con
libertad, que es vivir sin miedo; y sólo puede existir un estado creador
cuando la mente no es prisionera del deseo ni de la satisfacción del deseo.
Es sólo observando nuestras propias mentes y nuestros propios corazones con
atención delicada que podemos desenmarañar los enredos de nuestros deseos.
Mientras más reflexivos y afectuosos somos, menos puede el deseo dominar la
mente. Es sólo cuando no hay amor que las sensaciones se convierten en un
problema desesperante.
Para entender el problema de las sensaciones, tendremos que enfocarlo, no
desde un solo ángulo, sino en todos los aspectos: educativo, religioso,
social y moral. Las sensaciones han llegado a ser extremadamente importantes
para nosotros porque hemos puesto un énfasis arrollador en los valores
sensuales.
A través de los libros, de los anuncios, del cine y de otros medios se
acentúan constantemente las sensaciones. Las fiestas políticas y religiosas,
el cine, el teatro y otras formas de diversión, nos estimulan a buscar
excitación en diferentes planos de nuestro ser; y sentimos deleite con ese
estímulo. Fomentamos la sensualidad por todos los medios posibles y al mismo
tiempo defendemos el ideal de la castidad. Forjamos así una contradicción
dentro de nosotros mismos, y ¡cosa rara! Esta misma contradicción nos
excita.
Sólo cuando comprendemos la persecución de sensaciones, que es una de las
primordiales actividades de la mente, el placer, la excitación y la
violencia dejan de ser un rasgo dominante en nuestras vidas. Es porque no
amamos, que el sexo y la búsqueda de sensaciones se han convertido en un
problema agotador. Cuando hay amor, hay castidad; pero el que trata de ser
casto, no lo es. La virtud es producto de la libertad, y se manifiesta
cuando hay comprensión de lo que “es”.
Cuando somos jóvenes, nuestros impulsos sexuales son fuertes, y la mayor
parte de nosotros tratamos de lidiar con esos deseos dominándolos y
disciplinándolos, porque creemos que sin alguna clase de freno llegaremos a
ser demasiado lascivos. Las religiones organizadas están muy ocupadas con el
asunto de la moralidad sexual; pero nos permiten la violencia y hasta el
asesinato en nombre del patriotismo; nos dejan entregarnos a la envidia y a
la astucia cruel y correr tras el poder y el éxito. ¿Por qué se preocuparán
tanto con este tipo especial de moralidad, y no atacan la explotación, la
codicia y la guerra? ¿No será porque siendo las religiones parte del
ambiente que hemos creado, dependen para su misma existencia de nuestros
temores y esperanzas, de nuestra envidia y de nuestro separatismo? Y así en
el campo de la religión, como en otro cualquiera, la mente está prisionera
de las proyecciones de sus propios deseos.
Mientras no haya una profunda comprensión del proceso completo del deseo, la
institución del matrimonio, como existe en la actualidad, en Oriente o en
Occidente, no puede dar respuesta satisfactoria al problema sexual. El amor
no se crea firmando un contrato, ni está basado en el intercambio de
placeres, ni en la mutua seguridad y confortación. Todas estas cosas son la
mente, y es por eso que el amor ocupa una parte tan pequeña de nuestras
vidas. El amor no es de la mente; es absolutamente independiente del
pensamiento, con sus cálculos sagaces y sus demandas. Cuando hay amor, el
sexo no es jamás un problema, es la falta de amor lo que crea el problema.
Los obstáculos y escapes de la mente constituyen el problema, y no el sexo o
cualquier otro asunto específico; y es por eso que es importante entender
los procesos de la mente, sus atracciones y repulsiones, sus reacciones a la
belleza y a la fealdad. Debemos observarnos y darnos cuenta de cómo
consideramos a los demás, de cómo miramos a los hombres y a las mujeres.
Debemos ver que la familia se convierte en un centro de separatismo y de
actividades antisociales cuando nos valemos de ella como un medio para la
perpetuación de nosotros mismos, en beneficio de nuestra propia importancia.
La familia y la propiedad, cuando se centralizan en el yo con sus deseos y
ansiedades cada vez mezquinas, se convierten en instrumentos de poder y
dominio y en fuente de conflicto entre el individuo y la sociedad.
La dificultad en todas estas cuestiones humanas estriba en que nosotros
mismos, los padres y los maestros, nos sentimos totalmente cansados y
desamparados, confusos y desasosegados; la vida nos aplasta pesadamente, y
necesitamos que se nos conforte y se nos ame. Siendo pobres e insuficientes
dentro de nosotros mismos, ¿cómo podemos tener la esperanza de impartir la
verdadera educación a la niñez?
Esta es la razón por la cual el problema principal no es el niño, sino el
educador; nuestros corazones y nuestras mentes deben estar completamente
limpios si hemos de ser capaces de educar a los demás. Si el educador mismo
está confundido, pervertido, perdido en el laberinto de sus propios deseos,
¿cómo puede impartir sabiduría o ayudar a enderezarle el camino a otro? Pero
nosotros no somos máquinas que los expertos puedan entender y reparar; somos
el resultado de una larga serie de influencias y accidentes, y cada uno de
nosotros tiene que desenmarañar y comprender por sí mismo la confusión de su
propia naturaleza. |
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