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LA SENSIBILIDAD
Sin sensibilidad no puede haber afecto; la reacción personal no indica
sensibilidad; uno puede ser “sensible” con respecto a su familia, a su
realización, a su status y capacidad. Esta clase de “sensibilidad” es una
reacción limitada, estrecha, y es perjudicial. El buen gusto no es
sensibilidad, porque el buen gusto es personal, y la lúcida percepción de
la belleza es la libertad con respecto a las reacciones personales. Sin la
apreciación de la belleza y sin la percepción sensible de la misma no hay
amor. Esta percepción sensible de la Naturaleza, del río, del cielo, de la
gente, de la sucia calle, es afecto.
La esencia del afecto es la sensibilidad. Pero la
mayoría de las personas tienen miedo de ser sensibles; para ellas ser
sensibles implica ser lastimadas, y por eso se endurecen para protegerse
del dolor. O escapan hacia toda forma de entretenimiento, la iglesia, el
templo, la chismografía, el cine, la reforma social... Pero el ser
sensible no es algo personal, y cuando lo es conduce a la desdicha. Romper
con estas reacciones personales e ir más allá de ellas es amar, y el amor
es tanto para el uno como para los muchos; no está limitado a uno o a
muchos.
Para ser sensibles es preciso que todos nuestros
sentidos estén totalmente despiertos, activos, y el tener miedo de ser un
esclavo de los sentidos es simplemente eludir un hecho natural. La lúcida
percepción del hecho no conduce a la esclavitud; lo que lo hace es el
temor al hecho. El pensamiento pertenece a los sentidos, y el pensamiento
contribuye a la limitación; sin embargo no tememos al pensamiento. Por el
contrario, éste es ennoblecido junto con la respetabilidad y cultivado
devotamente junto a la presunción. Ser sensiblemente perceptivo con
respecto al pensamiento, al sentimiento, al mundo que a uno lo rodea, a la
oficina y a la Naturaleza, es estallar en afecto de instante en instante.
Sin afecto, toda acción se torna pesada, mecánica, y conduce a la
decadencia. |
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