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LA RESTAURACIÓN INTERIOR

Llegó la noche. Tras la serena recapitulación del ocaso muere el día y la oscuridad borra los límites. Silencio. El sol está oculto ahora; ¿has aprendido a calentarte por ti misma?

Somos un pequeño universo donde se interrelacionan inseparablemente el cuerpo físico, mente emociones y sentimientos. Todos cambiantes, como el clima y las estaciones del año. Y en cada estado se abre la posibilidad de detenerse interiormente y vivir desde el silencio mental conectado con el ser. Cada estación encierra un tesoro común a todas y un regalo diferente: explorar la vida desde innumerables perspectivas. Del vigor e inocencia primaverales a la serenidad del otoño. De la fiesta gozosa del verano a la lucidez y fortaleza invernales. Y de fondo, siempre, el sonido de la Creación.
 


El tesoro del invierno.

El tesoro del invierno es aprender a sacar la energía de tu propio pozo. Encontrar tu fortaleza. Es momento del eliminar los hábitos de vida y pensamientos que limitan y quitan energía. Purificarse para dejar hueco consciente al Ser. En la naturaleza la semilla se prepara para pasar el Invierno; es momento de disfrutar de lo más íntimo de nosotros mismos. Así, cuando el niño resurja en primavera estaremos preparados para brotar. Firme el eje, resucitaremos a un nuevo ciclo, renovados y, a la vez, los mismos...

El orden da energía. Ordenarse es vivir en armonía con las leyes del propio Universo y es también poner orden en nuestro interior unificando cuerpo, pensamientos y sentimientos. Pacificar sus conflictos, aceptando que todo en nosotros tienen su lugar y función. Has de aceptarte entero y cuidarte bien para conocerte y usarte de la mejor manera.
 


La conciencia

Tras limpiar el hogar, podemos volcar la atención en la oscuridad de la soledad interior hasta dar con la esencia. Y reencontrar lo que somos. El Núcleo del Núcleo. Desnudos de toda identificación. “Para venir a serlo todo no quieras ser algo en nada”. No identificándome con lo que no soy llega a lo que soy. No soy lo que pienso; no soy lo que siento; no soy la risa, soy el que se ríe. Vacío, sin nombre, no nacido... de donde emana lo que percibo, los pensamientos. Esa identidad que no ha cambiado desde el primer recuerdo. Si el verano es el apogeo de la expansión, el abrazo que lo abarca todo, el invierno es desaparecer, la estrecha puerta del no-ser, la visión más pura e ilimitada.

 

La semilla

El paso de los años nos enseña el valor de lo imprescindible: un cuerpo sano, mente calmada y en orden, las emociones comprendidas y permitidas... vivir el presente pues es lo único que existe. El pasado nos ha enseñado a ocupar nuestro hueco, el papel que nos toca en la Creación. A querernos, como vida en acción que somos, y amar nuestro reflejo en quienes y lo que nos rodea. Y si la madurez dio sus frutos, reconocernos la semilla que late en nosotros, como la flor fructificó y en ella habitó la simiente. Esencia pura que contiene la posibilidad...



Cómo encontrar el tesoro del invierno.

Para fortalecerte y no perder energía cuida la tierra –el cuerpo físico- Procura consumir alimentos saludables, evitando los excesos y lo que te siente mal. Fortalece y flexibiliza el cuerpo con gimnasia, estiramientos, yoga, Tai-chi..., un ejercicio que te resulte afín.

La voluntad es la capacidad de sostener nuestras decisiones. Superar retos nos acostumbra a ejercerla.

También has de poner orden en tu mente. Límpiala de pensamientos negativos, juicios y cualquier creencia que impida una percepción limpia de la realidad. Para acercarte a la visión clara, evita la tergiversación; no te engañes ni engañes a los demás.


Aprecia el valor de las cosas; prescinde de lo innecesario y no des alas a los deseos. Acepta lo que te traiga la vida sin huir de lo desagradable; observa todo con la misma neutralidad.

Disfruta del silencio, rodéate de él y permite que se asiente en ti. Medita; detente en silencio sin objetivo. Cierra los ojos y siéntete.

A veces necesitamos vivir situaciones límites para reconocernos, morir para resucitar tantas veces te sean necesarias, sufrir para sentir más profunda la realidad. Vivir el presente, trascender los deseos y eliminar la autocompasión son algunos de los dones de esta estación.

Ascender una montaña simboliza el espíritu del norte. El esfuerzo de la subida, la voluntad de llegar y lograrlo reflejan su naturaleza superadora. Y en la soledad de la cima, con amplia mirada, podemos reconocer el lugar que ocupamos en la Creación. Insignificantes y, a la vez, abarcadores de la inmensidad.

 

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