LA REENCARNACIÓN SEGÚN EL BUDISMO
Las teorías que
conciernen a la supervivencia y a los sujetos que las conocen, y que
encontraremos en el Tíbet, no son totalmente extrañas a los occidentales. El
Tíbet, cruce donde se encontraron y mezclaron inmigrantes venidos de los
cuatro puntos cardinales y también, según ciertas leyendas, de regiones
extraterrestres, ofrece una notable diversidad de estas creencias, ya que
cada grupo de inmigrantes trajo consigo concepciones sobre el tema capital
de la perennidad indefinida, universalmente deseada, de la vida individual.
El budismo no cree de
la existencia de un alma individual y eterna.
El ser humano es sólo
el transmisor de un incesante flujo, de una energía ininterrumpida, de una
corriente, siempre cambiante, de "fuerzas" acumuladas durante existencias
anteriores. El sufrimiento proviene del absurdo deseo de querer ser "yo" en
el seno de un mundo donde todo es ilusión (maya).
Este deseo de
permanencia, de estabilidad, de individualidad es la causa de los
renacimientos en el mundo del dolor.
Existe un medio de
liberación, el que encontró el propio buda (Buda significa "el despierto")
Primero es preciso
conocer la verdadera naturaleza del mundo, saber que todo es ilusión y
suprimir cualquier deseo para alcanzar la liberación y fundirse en lo
Absoluto: el Nirvana.
Estar libre de
pasiones, deseos, de la individualidad, de las ilusiones del mundo, éste es
el estado de bienaventurado (bodhisattva) que puede alcanzarse en este mundo
y en vida, sin hacer intervenir las nociones de paraíso e infierno. Sin
embargo, esta ascesis física e intelectual no basta para la liberación:
También deben practicarse un conjunto de obligaciones rituales.
La ley del Karma es,
también ahí, fundamental. Es el factor determinante de la existencia de un
individuo. El hombre que muere renacerá en un estado agradable o
desagradable, según las acciones que haya cometido en su vida aquí abajo.
Pero -y es esencial comprenderlo bien- el que renace nada tiene que ver con
el muerto, puesto que no hay preservación alguna de la individualidad. Es
una entidad espiritual ligada al cuerpo material, pero no enteramente
dependiente de él, que se separa cuando éste muere y cesa de ser utilizado
por ella. Este Namshes entonces emigra, para ir a vivir a otro cuerpo.
De todas maneras, el
Namshes no es libre de elegir a su gusto el nuevo cuerpo en el que vivirá.
Este le es impuesto por el juego automático de las causas y de los efectos:
el "juego de la acción" (Karma).
Sin embargo, el
grueso de los tibetanos ha hecho del Namshes un equivalente del Jîva indio,
que desempeña el mismo papel. Este Jîva no debe ser considerado como el
equivalente del alma de la que hablan las religiones occidentales. No es
creada, particularmente, para cada individuo en el momento de su nacimiento.
Ningún poder supremo
regula la reencarnación del Jîva-Namshes; éste es automáticamente conducido
hacia el nuevo cuerpo que debe habitar. Solo los actos que realizó por
intermedio del individuo al que estuvo unido, será la causa de su nueva
reeencarnación.
En esta atmósfera de
superstición se lee, el la mayoría de los hogares tibetanos, el Bardo todol,
poema simbólico filosófico escrito por letrados para letrados y que sirve
todavía, en nuestros días, de tema de estudio y de meditación a ciertos
pensadores del alto "País de la nieves".
El Bardo todol indica
que el fallecido es un ser liberado si ha sabido reconocer la Luz
fundamental y unirse a ella. En el preciso instante en que la fuerza
psíquica escapa por la cúspide de la cabeza. El Principio Consciente elige
su futuro receptáculo. Eso es, al parecer, lo que ocurre y permite
comprender esta reencarnación que sigue siendo tan misteriosa como la vida
misma.

Antigua pintura china que representa el séptimo infierno budista, donde
las almas de los condenados son perseguidas por demonios y perros feroces
hasta que se precipitan en un mortífero río.
|