Es la peor combinación de alimentos que se puede dar en una misma comida, y
aun así constituye el plato fuerte de las modernas dietas occidentales:
carne con puré, hamburguesa con patatas fritas, huevos con pan, etc.
Cuando se consume una proteína
y una fécula al mismo tiempo, la enzima alcalina ptialina se mezcla con la
comida al mascarla en la boca. Cuando la comida masticada llega al estómago,
prosigue la digestión de la fécula con otras enzimas alcalinas, lo cual
impide que la proteína sea digerida por la pepsina y otros jugos ácidos.
Esto permite que las bacterias siempre presentes en el estómago ataquen la
proteína, con lo que se desencadena la putrefacción. Los nutrientes de la
comida proteínica se vuelven casi inaprovechables para usted y producen
desechos tóxicos y gases fétidos, en los que se encuentran venenos como el
indol, el escatol, el fenol, el sulfuro de hidrógeno, el ácido
fenilpropiónico y otros.
Uno
puede preguntarse por qué el estómago no tiene ningún problema para digerir
aquellos alimentos que por naturaleza contienen proteína y almidón, como los
cereales integrales. Pero existe una gran diferencia entre la digestión de
un alimento, por compleja que sea su composición, y la digestión de una
mezcla de alimentos distintos. Ante un alimento simple que contenga una
combinación de proteína y fécula, el cuerpo puede regular fácilmente sus
secreciones, tanto en potencia como en sincronización, a las exigencias
digestivas del alimento. Pero cuando se consumen dos alimentos con
exigencias digestivas distintas, incluso contradictorias, esta precisa
regulación de las secreciones resulta imposible.
Debemos consumir las proteínas
concentradas, como carne, pescado, huevos o queso, separadamente de las
féculas concentradas como el pan, las patatas y el arroz. Por ejemplo, comer
tostada o huevos para desayunar, la hamburguesa o el panecillo para
almorzar, carne o patatas para cenar.