PROSPERIDAD
Casi
todos pensamos que ser prósperos significa tener mucho dinero, pero
¿cuánto es “mucho”? Algunas personas tienen una idea clara de la cantidad
necesaria para sentirse prósperas. “Si ganara el doble de lo que gano
ahora, sería próspero.” “Si ganara tanto como menganito me sentiría
próspero.” O “ser próspero significa ser millonario”, o “sin duda ganar la
lotería me convertiría en una persona próspera”.
Otros definen la
prosperidad de una forma menos específica, en términos como: “Prosperidad
para mí equivale a tener dinero suficiente para garantizar mi seguridad en
el futuro”, o bien: “Sería próspero si tuviera el dinero necesario para
hacer lo que quiera, tener las cosas que desee y no sentirme limitado por
las restricciones económicas. La persona próspera no tiene que preocuparse
por el dinero.” En otras palabras, la prosperidad es una especie de
libertad para ser, hacer y tener lo que uno desea sin limitaciones
importantes.
Casi todos suspiramos
por esta liberación de las preocupaciones y angustias económicas.
Suponemos que si consiguiéramos ganar, heredar, pedir prestado, mendigar o
robar suficiente dinero para ser prósperos, nuestras preocupaciones
económicas se esfumarían y el dinero probablemente resolvería también
problemas de otra índole.
Sin embargo, la triste
verdad es que la mayoría de nosotros no experimenta la sensación de
prosperidad por mucho dinero que gane o posea.
Es fácil comprender
que alguien no se sienta próspero si dispone de muy poco dinero y tiene
que hacer grandes esfuerzos para satisfacer sus necesidades básicas.
También es fácil
entender que una persona no se sienta próspera si tiene unos ingresos
medios, pero también muchas responsabilidades económicas, como una familia
a la que mantener o una hipoteca pendiente.
Pero existen
individuos que ganan sumas considerables de dinero y no se sienten
prósperos. Por alguna razón, cuando nuestros ingresos aumentan, también
aumentan proporcionalmente nuestras responsabilidades económicas. El
dinero desaparece con tanta rapidez como aparece y tenemos dificultades
para administrarlo.
La posesión de grandes
sumas de dinero a menudo va acompañada de incertidumbre: “¿Cómo lo
invierto? ¿Cómo lo administro? ¿Qué pasará si lo pierdo?” Trabajamos más
horas y con más empeño que nunca, y sin embargo descubrimos que sufrimos
carencias en otros ámbitos importantes de la vida: nos falta tranquilidad,
intimidad, contacto con lo espiritual.
Por extraño que
parezca, muchas personas ricas, sobre todo cuando llegan a la mediana edad
o a la vejez, comienzan a añorar la sencillez de épocas anteriores, cuando
tenían menos dinero, menos necesidades y más tiempo.
Si nunca ha sido rico,
le costará creer o aceptar que un aumento significativo en su capital no
le hará sentir automáticamente más próspero. Sin embargo, seguramente
conoce a alguien que se encuentra en esa situación: tiene más dinero que
usted, pero no lo disfruta en absoluto. Es infeliz, está preocupado y
salta a la vista que no se siente próspero.
Entonces, ¿qué es la
prosperidad?
La prosperidad es la
experiencia de tener mucho de lo que verdaderamente necesitamos y queremos
en la vida, tanto en el plano material como en otros.
Lo importante es
comprender que la prosperidad es una experiencia interior, no un estado
externo, y que esta experiencia no está ligada al hecho de poseer una suma
de dinero determinada. Aunque la prosperidad está relacionada con el
dinero, no es causada por el dinero. Mientras ninguna cantidad de dinero
puede garantizar la experiencia de prosperidad,
es posible sentirse próspero en prácticamente cualquier nivel económico,
excepto cuando somos incapaces de satisfacer nuestras necesidades básicas.
Hay tres puntos de
vista comunes sobre el dinero y la prosperidad:
El punto de vista
materialista.
Creemos que el mundo
físico, material, es lo real e importante, y que nuestra satisfacción y
plenitud proviene de aquello que nos rodea. El objetivo es completamente
externo. El dinero es la clave para obtener lo que deseamos del ámbito
físico. Para alcanzar el éxito y la felicidad, tratamos de amasar una
fortuna que nos permita tener las cosas que queremos e influir en el mundo
de la manera que deseamos.
El punto de vista
espiritual religioso.
La tradición
espiritual religiosa occidental nos dice que el mundo material es
esencialmente un lugar de tentación, pecado y sufrimiento, por el cual
tenemos que pasar para llegar a un lugar mejor –el reino de los cielos-
después de la muerte.
La tradición
espiritual religiosa oriental nos enseña que el mundo material es sólo un
espejismo. La meta es “despertar” e ir más allá de la forma física. En
ambos casos, el reino físico se concibe como una prisión, una limitación,
algo que hay que trascender.
Aquellos que consagran
su vida al espíritu mantienen este punto de vista, renuncian al mundo con
el fin de superar su apego a los objetos, en particular al dinero y las
posesiones materiales. Tanto en Oriente como en Occidente, los devotos
religiosos hacen voto de pobreza y renuncian a todas sus posesiones,
excepto las más básicas. Confían en que Dios proveerá a través de la Santa
Iglesia o de las personas a las que sirven. Con distintos grados de éxito,
procuran trascender sus propios deseos y necesidades de comodidad
material, seguridad, poder, sexualidad, etcétera.
Según esta filosofía,
la plenitud proviene del plano espiritual. La prosperidad es, pues, la
riqueza de la experiencia del espíritu. El objetivo es completamente
interno.
Desde el punto de
vista materialista, la estrategia para crear prosperidad es “tener más”.
Cuanto más poseas, más feliz serás. Según la perspectiva espiritual
religiosa, la estrategia para alcanzar la prosperidad es “necesitar
menos”. Cuanto menos necesites, más feliz serás.
El punto de vista de
la Nueva Era.
Existe otra filosofía,
muy extendida en los círculos de la Nueva Era. Según este punto de vista,
el mundo exterior es un reflejo del mundo interior; el ámbito físico es un
espejo de nuestra conciencia. “Nuestra vida refleja nuestros
pensamientos”, reza un dicho popular. Si comenzamos a asumir la
responsabilidad de cambiar nuestros pensamientos, nuestra experiencia de
la realidad también cambiará.
Según esta teoría,
vivimos en un universo espiritual de infinita abundancia. Sólo estamos
limitados por nuestros pensamientos y creencias sobre la realidad. El
dinero es un reflejo de nuestra conciencia, y nosotros mismos creamos
nuestra experiencia con el dinero. Cualquier problema que tengamos con
respecto al dinero o a la prosperidad es un reflejo de nuestros
pensamientos negativos y de nuestra creencia en la limitación. Tendremos
una riqueza ilimitada a nuestra disposición si estamos dispuestos a
cambiar nuestra forma de pensar.
Esta perspectiva
pretende tender un puente entre el interior y el exterior. La estrategia
para crear la prosperidad es “cambie su forma de pensar, ábrase a la
infinita abundancia del espíritu, y tendrá todo lo que desee”.
Limitaciones de cada
punto de vista.
Estos tres puntos de
vista generalistas contienen elementos de verdad para alcanzar nuestra
verdad personal, que será la única que nos permita conocer la verdadera
prosperidad, la nuestra.
El punto de vista
materialista puede ayudarnos a desarrollar habilidades que necesitamos
para sobrevivir y triunfar en el mundo físico. Nos enseña a satisfacer las
necesidades de la familia y la comunidad. Esta perspectiva nos enseña a
sentirnos cómodos con nuestra capacidad para influir en el mundo que nos
rodea. Nos enseña a respetar y honrar el plano físico de la existencia.
El problema de esta
filosofía es que se centra exclusivamente en lo exterior. Niega la
importancia de los planos interiores y nuestras necesidades espirituales,
intelectuales y afectivas. Cuando tenemos este punto de vista, buscamos
plenitud sólo en el ámbito de lo material, y eso nunca es suficiente.
A la larga, esta
filosofía conduce a un sentimiento de vacío y desencanto, porque por
muchas cosas que tengamos nuestras necesidades interiores seguirán
insatisfechas.
El punto de vista
espiritual religioso ofrece una vía de escape de la trampa materialista.
Reconoce nuestra profunda necesidad de sentirnos conectados con el
espíritu y parte de algo más grande, superior a nuestra existencia física
individual. Nos ayuda a explotar y descubrir un significado, un propósito
y una plenitud
más profundos, lo que contribuye a superar la obsesión por el plano
material.
Por desgracia, al caer
en el extremo opuesto se crea otra trampa. Se niega la importancia de las
facetas física y emocional de nuestro ser, que constituyen una parte
importante de lo que somos. Como seres espirituales, hemos escogido venir
al mundo porque aquí debemos experimentar algo muy importante y
significativo. Si negamos nuestras necesidades físicas y emocionales,
creamos un terrible conflicto en nuestro interior. Deseamos y necesitamos
estar en el plano físico, explorarlo, desarrollarlo y aprender en él.
Las mayoría de los
adeptos a la filosofía espiritual religiosa sufre un tremendo conflicto
interior. En la búsqueda del desarrollo espiritual (léase el tema el
anhelo espiritual), procuran “elevarse” por encima de la experiencia
humana. Tratan de no desear y no necesitar, pero como seres humanos que
son, desean y necesitan muchas cosas. Se debaten entre la añoranza de
plenitud espiritual y las necesidades humanas, o quizá incluso entre esa
parte de cada uno que desea la salvación eterna y la parte que desea gozar
en el presente.
Debemos tener fe y
honrar todos nuestros sentimientos y necesidades profundos, que son todos
lo que nacen desde el discernimiento. Nuestros sentimientos formados en la
reflexión constituyen la forma en que el alma nos guía por el camino de la
vida. Sólo podemos experimentar en este plano la verdadera prosperidad si
reconocemos y abrazamos todas nuestras facetas –espiritual, mental,
emocional y física- en lugar de crear conflictos entre unas y otras.
La filosofía de la
Nueva Era está en el buen camino en muchos aspectos. Es verdad que nuestra
vida refleja nuestra conciencia. El mundo exterior es nuestro espejo. A
medida que crecemos, aprendemos y nos hacemos más conscientes, nuestra
experiencia de la realidad externa se modifica para reflejar los cambios.
No cabe duda de que la relación con el dinero y la experiencia de
prosperidad refleja nuestro proceso interior.
Sin embargo, esta
filosofía suele entenderse y expresarse en términos demasiado simplistas y
se ocupa exclusivamente de las cuestiones prácticas que la mayoría de
nosotros encuentra en la búsqueda de la prosperidad.
Nos dicen que “cambiar
nuestros pensamientos” cambiará la experiencia de la realidad y nos traerá
prosperidad. Sin embargo, el dinero y la prosperidad no se limitan a
reflejar los pensamientos; reflejan un estilo de vida. No somos solamente
mentes; también somos sentimientos, almas y cuerpos. Para experimentar la
verdadera prosperidad, debemos sanar y desarrollar todas las facetas de
nuestro ser.
No creo que todos los
seres humanos estemos destinados a poseer una riqueza ilimitada. En el
plano espiritual hemos escogido distintas metas y misiones en esta vida.
Algunos estamos aquí para aprender a vivir con sencillez y alegría con
poco dinero. A algunos se les plantea el reto de aprender a equilibrar las
necesidades personales y familiares con unos ingresos moderados. Otros
quizá estemos destinados a ganar y administrar grandes sumas de dinero y a
tener un gran poder económico. El proceso es esencialmente el mismo:
aceptar los retos de la vida en el aspecto económico y en otros y
desarrollar la capacidad para crear y experimentar prosperidad.
La verdadera
prosperidad no se crea de la noche a la mañana. En efecto, no es una meta
fija, un sitio al que se llega al final del camino o un estado que se
alcanza un día determinado. Es un proceso continuo de búsqueda de plenitud
que se prolonga toda la vida.
Todos tenemos ideas,
actitudes, creencias y pautas emocionales que limitan nuestra experiencia
de prosperidad. La baja autoestima, la sensación de escasez, el temor al
fracaso o al éxito y los sentimientos encontrados hacia el dinero son
factores que, entre otros, pueden convertirse en obstáculos en el camino
hacia el desarrollo y la plenitud.
Asimismo, cada uno de
nosotros desarrolla ciertas energías y niega otras, lo que nos deja
desequilibrados y mal equipados para lidiar con ciertos aspectos de la
vida.
La mayoría de estas
creencias y pautas son inconscientes; no las advertimos, y sin embargo
controlan nuestra vida. Sólo cuando comenzamos a tomar conciencia de
ellas, se nos presentan auténticas oportunidades de elegir cómo deseamos
vivir.
El reconocimiento de
lo que no funciona en nuestra vida es el paso más importante en
nuestro desarrollo. También es el más difícil e incómodo. Advertir un
problema nos permite iniciar un proceso para superarlo. Sin embargo, la
sanación lleva tiempo y requiere de constancia y esfuerzo.
Es difícil hacerlo sin
autocriticarse. Debemos comprender la importancia de la toma de
conciencia. Cuando no se es consciente de una conducta, se repite una y
otra vez sin obtener ningún beneficio. De otra forma, cuando la hace
conciente y se sorprende repitiendo dicha conducta, puede aprender muchas
cosas. Siente el dolor que conlleva y se vuelve capaz de explorar nuevas
formas de afrontar la misma situación. Poco tiempo después, las cosas
comienzan a cambiar sin que tenga que esforzarse para cambiarlas. En
cuanto tome conciencia, los cambios comienzan a producirse solos.
Todos poseemos una
profunda sabiduría de lo que necesitamos, de lo que es apropiado y válido
para nosotros. Para acceder a ella debemos prestar atención a nuestros
sentimientos e intuición. Necesitamos aprender a escuchar nuestra voz
interior y a confiar en ella. Incluso si cometemos errores, debemos
hacerlo para desarrollarnos y evolucionar.

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