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Los preceptos.
Estos preceptos que hemos expuesto son los que todo discípulo recibe de su
instructor al principio de su discipulado. Si los observa, se va
perfeccionando; si no los observa, vano será todo su trabajo. Mas estas
instrucciones sólo son difíciles para quien no tenga paciencia ni
constancia. No existen otros obstáculos que los que uno mismo pone en su
camino y que pueden evitarse si realmente quiere. Es preciso advertirlo,
porque muchos se forman una idea totalmente errónea de las dificultades del
sendero. En cierto modo, es más fácil conquistar los primeros grados en este
sendero que vencer las dificultades corrientes de la vida cotidiana, sin la
enseñanza oculta.
Por lo demás, aquí
sólo hemos podido transmitir informaciones que no implican peligro alguno
para la salud física y anímica. Hay ciertamente otros caminos que conducen
con mayor rapidez a la meta, pero con ellos nada tiene que ver lo que aquí
exponemos, porque pueden influir sobre el ser humano de una manera que el
instructor oculto experimentado trata de evitar. Como algo de tales métodos
suele llegar al conocimiento público, es preciso prevenir expresamente
contra su aplicación. Por motivos que sólo son comprensibles para el
iniciado, esos métodos no pueden jamás transmitirse públicamente en su
verdadera forma, y los fragmentos que aparecen aquí o allá no pueden
conducir a nada provechoso; en todo caso, a la ruina de la salud, de la
felicidad y de la paz del alma. El que no quiera confiarse a potencias
tenebrosas cuya naturaleza y origen verdaderos no puede conocer, deberá
evitar embarcarse en semejantes intentos.
Por último, podemos
dar algunas indicaciones con respecto al ambiente apropiado para los
ejercicios de la enseñanza oculta, pues esto no deja de tener importancia,
si bien las condiciones varían casi con cada individuo. Aquel que hace sus
ejercicios en un ambiente lleno de intereses egoístas como, por ejemplo, la
lucha por la existencia que caracteriza nuestra época, debe tener presente
que estos intereses no dejan de influir sobre el desenvolvimiento de sus
órganos anímicos, si bien es cierto que las leyes propias de estos órganos
son lo bastante fuertes para impedir que esa influencia sea demasiado
nociva.
Así como las más
desfavorables circunstancias nunca podrán ser causa de que un lirio se
convierta en cardo, tampoco los intereses egoístas de las grandes ciudades
podrán hacer que el ojo anímico se convierta en cosa distinta de lo que
corresponde a su función. En todo caso, es benéfico para el discípulo
rodearse, de vez en cuando, de la tranquilidad, la íntima dignidad y la
amenidad de la Naturaleza. Particularmente favorecido se verá el discípulo
que pueda someterse enteramente al desarrollo oculto rodeado del verdor de
las plantas o en las montañas bañadas de sol, donde la Naturaleza teje
suavemente su velo de candidez. Ello evoca los órganos interiores con una
armonía que nunca podría nacer en una ciudad moderna.
También significa ya
cierta ventaja sobre el hombre de la ciudad el haber podido, al menos en la
infancia, respirar el aire de los pinares, contemplar las cumbres nevadas y
observar la vida apacible de los animales en los bosques y de los insectos
idílicos. No obstante, nadie de los que se ven obligados a vivir en la
ciudad, debe dejar de nutrir sus órganos anímicos y espirituales que se
están formando, con la inspirada sabiduría de la investigación espiritual.
Aquel cuyos ojos no pueden contemplar, día tras día, en cada primavera, el
verde follaje de los bosques, debería, en su lugar alimentar su corazón con
las sublimes sabidurías del Bhagavad Gita, del Evangelio según San Juan, de
las obras de Tomás de Kempis, así como con los resultados de la Ciencia
Espiritual.
Muchos caminos
conducen a la cumbre de la percepción interior, pero hay que saber elegir el
más apropiado. El investigador de lo oculto puede decir, sobre tales
caminos, mucho que al no iniciado pudiera parecer extraño. Por ejemplo,
alguien puede estar muy adelantado en el sendero, encontrarse, en cierto
modo, ante la inminente apertura de los ojos anímicos y los oídos
espirituales. Entonces tiene la suerte de hacer un viaje por un mar
tranquilo, o quizá tempestuoso y la venda cae de los ojos del alma;
súbitamente llega a ser vidente. Otro igualmente puede haber alcanzado el
grado de desarrollo en que sólo hace falta que la venda se desate, lo que
acontece merced a un golpe del destino. Sobre otra persona ese golpe quizá
habría influido paralizando sus fuerzas y minando su energía; para el
discípulo viene a ser causa de la iluminación. Un tercero espera con
paciencia; habrá perseverado así durante años sin obtener resultados
notables. De improviso, al estar sentado tranquilamente en la soledad de su
cuarto, se hace la luz espiritual en torno suyo; las paredes desaparecen, se
tornan transparentes para el alma; un mundo nuevo se extiende ante sus ojos
interiores, ahora abiertos, o resuena para sus oídos espirituales, ahora
capaces de percibir. |
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