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LA POBREZA
Cada
día mueren de hambre en el mundo unas 25.000 personas. Unos 815 millones de
personas en este planeta padecen de desnutrición. La pobreza es un fenómeno
que se extiende por toda la Tierra. Existen grandes desigualdades en la
distribución de la “riqueza”. La pobreza, el subdesarrollo, la marginación,
la exclusión social, las desigualdades económicas, el racismo, etc. tienen
consecuencias negativas que generan, a su vez, más pobreza. La pobreza es un
encadenamiento a situaciones de precariedad, es el sometimiento del ser
humano al Poder y al mal. Es encontrarse en el círculo vicioso de la
miseria, en el que todas las precariedades se refuerzan mutuamente.
Transmitida de generación en generación termina configurando un círculo
infernal.
Las personas
pobres se ven sometidas a un entramado de relaciones en las que se le privan
de múltiples bienes materiales, simbólicos, espirituales y de trascendencia,
que son imprescindibles para su desarrollo. La pobreza es una condición que
se caracteriza por la privación continua o crónica de los recursos, de la
capacidad, de las opciones, de la seguridad y del poder necesarios para
vivir dignamente y ejercer los derechos civiles, culturales, económicos,
políticos y sociales que toda persona posee por el hecho de nacer.
Todavía no se
tiene consciencia de que la desnutrición siempre implica una mutilación
grave: la falta de desarrollo de las células del cerebro en los lactantes,
ceguera por carencia de vitamina A, etc. El hambre, a su vez, produce una
angustia intolerable que tortura a toda persona hambrienta desde que se
despierta. La pobreza viola una amplia gama de derechos humanos que
comienzan con el derecho a la integridad física. La prioridad del derecho a
la supervivencia y a las necesidades básicas es una consecuencia natural del
derecho a la seguridad personal. Es una dura prueba para el ser humano
padecer hambre, no saber leer o estar sin trabajo. Pero también lo es
saberse tenido por nulo, hasta el punto en que, incluso, su dolor es
ignorado. El desprecio del resto de la humanidad suele ser un pesada losa.
Los
ataques a la dignidad del ser humano suelen atormentar su espíritu y dañar
también a su cuerpo físico. Cuando la dignidad es violada, la persona
normalmente sufre angustia y desconsuelo. Las situaciones en las que la
dignidad personal es violada frecuentemente procuden fuertes emociones -de
vergüenza, humillación, cólera, impotencia, melancolía, consternación, etc.-
que persisten. Parte del sufrimiento que esta tortura produce durante toda
la vida, y que incluso se sucede en las nuevas generaciones, se relaciona
con la dignidad, porque los desprecios y la deshonra van tan lejos como las
agresiones físicas.
A gran parte
de la humanidad se le priva de los derechos humanos básicos, como el derecho
al albergue, alimentos, agua, saneamiento, salud, educación e información.
Pero todas las propuestas y planes para analizar y corregir este grave
problema únicamente son "más de la misma medicina". Y sólo consiguen
empeorar la situación. Los planes que se desarrollan para arreglar tal
despropósito no fallan porque no haya, en muchas ocasiones, falta de
voluntad política y de recursos, sino porque todas las acciones que se
llevan a cabo apoyan políticas que llevan al hambre. Estas acciones
sorprendentemente alimentan y fortalecen al Poder, sostienen la
liberalización económica y crean una homogeneidad cultural. El sistema u
“orden” social implantado es protegido por diversos medios –entre ellos por
la fuerza militar- cuando se intentan implantar verdaderos cambios. Sólo
políticas fundamentalmente diferentes, proyectos basados en la verdadera
espiritualidad, en la virtud y en la dignidad, fundamentados en el respeto
hacia la libertad de las personas y de las comunidades que éstas forman
pueden acabar con el hambre y la falta de lo más elemental. Esto es posible
y es urgente.
La
globalización y la liberalización han intensificado las causas estructurales
del hambre y la malnutrición. Han forzado la apertura de los mercados al “dumping”
de productos agrarios, la privatización de los servicios sociales básicos y
las instituciones de soporte económico, así como la privatización y la
comercialización de las tierras públicas y comunales, del agua, de los
bancos de pesca y de los bosques. Paralelamente, se puede presenciar un
aumento brutal de la represión de los movimientos sociales que resisten al
Nuevo Orden Mundial.
Este deseo
político ha abierto también sus puertas a la desenfrenada monopolización y
concentración de recursos y procesos productivos en manos de unas pocas
multinacionales gigantes. La imposición de modelos de producción
dependientes del exterior ha destruido el medio ambiente y las formas de
vida de las comunidades autóctonas. Además, ha creado en la humanidad una
inseguridad alimentaria, pues este sistema tiene como objetivo las ganancias
de productividad a corto plazo utilizando tecnologías dañinas, como por
ejemplo la producción de organismos modificados genéticamente. El resultado
ha sido el desplazamiento de los pueblos y la migración masiva, la pérdida
de empleos que pagan salarios vitales, la destrucción de la tierra y otros
recursos de los que dependen los pueblos, un incremento en el
distanciamiento entre ricos y pobres en el interior del Norte y del Sur y
entre el Norte y el Sur, un agravamiento de la pobreza en todo el mundo y el
aumento de la pobreza y del hambre en la amplia mayoría de naciones.
No se puede progresar en el objetivo de eliminar la pobreza y el hambre sin
invertir estas políticas y tendencias. Pero en la actualidad ocurre todo lo
contrario, pues se impulsa y se afianza desde el poder la liberalización del
comercio y la implantación de todos aquellos mecanismos que benefician al
Poder. Esto destruye los medios de vida en todo el mundo, diluye el concepto
del derecho humano a la alimentación, al vestido, a la vivienda y a una vida
digna, propone cada vez ajustes estructurales neoliberales más radicales,
pone un mayor énfasis en la biotecnología y en la ingeniería genética,
impide a los pobres el acceso a los recursos productivos y aparta su
producción de los mercados locales. Significa aumentos de los niveles de
explotación de los trabajadores y de los ecosistemas, para producir a
precios menores y competir en el mercado internacional. Significa también la
reducción de los gastos sociales -enseñanza, sanidad, etc.- que permiten a
las familias sobrevivir a pesar de los reducidos ingresos.
Los principios
de la competencia internacional se basan en la deslocalización, que es un
nuevo fenómeno en el deseo del Poder por conseguir el máximo beneficio a
costa de lo que sea. La deslocalización consiste en que, para ahorrar
algunos costes en la producción, a las empresas les conviene más trasladar
el lugar de la producción hacia aquellos lugares donde los trabajadores son
menos exigentes y los gobiernos más tolerantes. Las empresas multinacionales
prefieren coger trabajadores por ochenta horas a la semana, a los que les
pagan unos pocos centavos de dólar por hora. Estas mismas empresas son las
que después gastan enormes sumas de dinero en una publicidad que únicamente
es dirigida a un mercado limitado -no más de mil quinientos millones de
personas consumen estos productos-, ya que en muchos productos la imagen
hace vender más que su precio.
Los procesos
industriales más sencillos -textiles, curtidos, juguetes o electrónica-
abandonan Europa y dejan las fabricas vacías para instalarse en Asia,
América Latina o en el norte de África. Las formas son varias: Zonas Francas
que dan a las multinacionales condiciones mas ventajosas y total libertad de
actuación, formalizan contratos con empresas locales, y éstas realizan
subcontratos y subcontratos de los subcontratos con empresas cada vez
pequeñas y, al final, son los trabajadores en sus propias casas los que
producen para quienes realizaron el encargo. Es en esta parte de la cadena
donde se integra el trabajo infantil.
La deuda
externa es una gran culpable de la pobreza. Ningún país, ni sus habitantes,
debe verse obligado a pagar deudas en las cuales haya incurrido su gobierno
sin su propio consentimiento y contra sus intereses. No en pocas ocasiones
los agentes del gobierno saquean el tesoro nacional para su propio beneficio
y el de sus amos. A todos los pueblos de los países endeudados del Sur se
les viene aplicando los consabidos programas de ajuste estructural del Fondo
Monetario Internacional y del Banco Mundial, que les piden que trabajen más,
vendan más y consuman poco, para ahorrar lo suficiente para pagar la deuda.
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