Con nuestro trabajo intentamos que se haga una realidad el desarrollo total
de cada ser humano, deseamos ayudarlo a realizar su más alta y plena
capacidad propia. No pretendemos desarrollar alguna capacidad ficticia que
los educadores tengamos en nuestra mente como un concepto o un ideal, sino
actualizar esa capacidad que realmente se encuentra latente en la persona.
Cualquier espíritu de
comparación impide el florecimiento pleno del ser humano, da lo mismo que se
trate de un científico o de un jardinero. Cuando no hay comparación, la más
plena capacidad de un jardinero es igual a la más plena capacidad de un
científico, pero cuando la comparación interviene, surgen el menosprecio, la
envidia y toda suerte de relaciones conflictivas entre las personas. Igual
que sucede con el dolor, el amor no es comparativo; no puede ser comparado
con lo más grande o lo más pequeño. El dolor es dolor, como el amor es amor,
tanto da que exista en el rico o en el pobre.
El más pleno desarrollo de
todos los seres humanos crea una sociedad de iguales. La lucha que existe
hoy en día para producir igualdad en el nivel social, económico o en algún
nivel espiritual, no tiene en realidad ningún sentido. Las reformas sociales
que se realizan para establecer la igualdad crean otras formas de actividad
antisocial; pero con la educación correcta no es necesario buscar la
igualdad mediante reformas sociales o de otra especie, porque la envidia
-con su comparación de capacidades-termina.
Debemos diferenciar entre
función y nivel social. El nivel social, con todo su prestigio emocional y
jerárquico, surge sólo mediante la comparación de funciones, al
considerarlas como función superior e inferior. Cuando cada ser humano está
floreciendo a su más plena capacidad, no hay comparación de funciones; sólo
existe la expresión de la capacidad como maestro, primer ministro o
jardinero, y entonces ya no existe ese falso valor que la ignorancia otorga
al nivel social, ya no tiene lugar la envidia.
Actualmente, la capacidad
funcional o técnica se reconoce cuando poseemos un título a continuación de
nuestro nombre; pero si estamos verdaderamente interesados en el desarrollo
total del ser humano, nuestra forma de ver las cosas es por completo
diferente. Un ser humano que posee la capacidad necesaria para realizar una
tarea determinada puede graduarse académicamente y agregar letras a su
nombre, o puede no hacerlo, como le plazca. Pero debe conocer por sí mismo
sus propias aptitudes profundas, que no serán formuladas por un título y
cuya expresión no habrá de producir esa confianza egocéntrica que
habitualmente engendra la capacidad técnica. Una confianza semejante es
comparativa y, por lo tanto, antisocial.
La comparación puede existir
para propósitos utilitarios, es evidente, pero no es la tarea del educador
comparar las capacidades de sus estudiantes y producir evaluaciones más
altas o más bajas.