|
El Trueque.
La base de todo pacto
diabólico es, esto es obvio, el trueque. El demonio ofrece algo al hombre,
pero pide también algo a cambio. Puede ofrecer muchas cosas, pero siempre
son básicamente las mismas: la juventud, la salud, el dinero, el amor, el
poder... variarán únicamente según las necesidades o los anhelos de lo que
jurídicamente llamaríamos "la otra parte contratante". En cuanto a lo que
pide a cambio, la Iglesia católica, que es experta en pactos diabólicos, nos
señala una sola y única cosa: el alma del condenado.
Alma,
espíritu, cuerpo astral...
Acabamos de
descubrir a Fausto.
En Fausto se
halla la esencia misma del trueque diabólico. En la inmortal obra de Goethe,
que ha dado origen a una innumerable multitud de imitaciones, y dará aún
incontables más, hallamos todos los elementos que desearíamos encontrar
acerca de un pacto con el diablo. No existe ninguna posibilidad que no esté
representada en mayor o menor escala en la obra genial. Y en su moralizante
final de deus ex machina se halla también el condicionamiento básico
que señala siempre la Iglesia: el diablo, como espíritu maligno, no logrará
nunca su presa... pero el firmante del pacto no conseguirá tampoco de él más
que malaventuras.

Contrato pasado en 1631 entre el diablo y Urbano Grandier, según las actas
del juicio que se levantaron contra este último en su famoso y discutido
proceso.
|
|