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Los pactos
Al margen
reproducimos ahora los signos y las firmas ordinarias de los demonios
simples (al final del texto), así como las signaturas oficiales de los
príncipes del infierno (en un capítulo anterior). Todas estas firmas fueron
comprobadas jurídicamente (¡jurídicamente!) y conservadas en los archivos
judiciarios como piezas de convicción en el proceso del desgraciado padre
Urbano Grandier. Estas firmas se hallan en la parte baja de un pacto del
cual Collin de Plancy dio el facsímil en su Diccionario Infernal con
el siguiente apostillado: "La minuta está en el infierno, en el gabinete de
Lucifer" detalle bastante preciso de un sitio enormemente mal conocido y que
tenía la triste fama de que los que iban a él -y que nos perdone Dante- no
volvían jamás.
Una vez
conseguida la evocación, nos señala Levi, lo más usual era firmar el pacto,
que se escribía siempre en pergamino de piel de macho cabrío (un material
muy querido para el emperador de los infiernos), con una pluma de hierro
empapada en sangre del pactante, que debía extraerla de su brazo izquierdo.
El pacto debía ser redactado con "tinta mágica", y según algunos grimorios
utilizando para ello una pluma blanca de auca macho, concretamente la quinta
del ala derecha. El pacto se hacía siempre por duplicado: una copia se
entregaba al maligno que la archivaba en el averno, y la otra quedaba en
poder del réprobo voluntario.
Los
compromisos recíprocos eran siempre los mismos: el demonio se comprometía a
servir al brujo durante un cierto período de tiempo, tras cuyo lapso éste le
entregaba su alma. Si el pactante no era listo, decía premonitoriamente la
Iglesia, no sólo no recibía nada del diablo durante todo el tiempo que
duraba el pacto, sino que después iba de plano a caer de cabeza en las
grasientas marmitas del maligno; si el pactante era listo, decían
avispadamente los grimorios, no sólo conseguía todo lo que le pedía al
diablo sino que después, a la hora de cumplir la segunda parte del pacto,
podía burlarse impunemente del diablo y salvar su alma... que era, a fin de
cuentas, lo que más importaba.
Generalmente,
todo quedaba en la realidad en un discreto y ecuánime término medio: la
mayor parte de las veces, ni el pactante recibía lo prometido, ni el demonio
el alma, con lo que todo quedaba exactamente como al principio.
Ahora
pasaremos a exponeros un pacto tipo.

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