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La paciencia.
Cuando el ser humano va desarrollándose en cuanto a sus sentimientos, sus
pensamientos y sus estados de ánimo, como se ha descrito en los capítulos
sobre la etapa preparatoria, la iluminación y la iniciación, produce en su
alma y en su espíritu una estructura similar a la que la Naturaleza ha
creado en su cuerpo físico.
Antes de este desarrollo, el alma y el espíritu son masas no estructuradas.
El clarividente las percibe como espirales nebulosas, esparciendo un débil
esplendor, principalmente de color rojizo y pardo rojizo, o también amarillo
rojizo, y que, después de cierto desarrollo, empiezan a resplandecer
espiritualmente en colores verde amarillento y azul verdoso, presentando una
estructura ordenada.
El ser humano alcanza tal estado ordenado y, con ello, conocimientos
superiores, si introduce en sus sentimientos, pensamientos y estados de
ánimo un ordenamiento análogo a aquel que la Naturaleza ha dado a sus
órganos corporales para ver, oír, digerir, respirar, hablar, etc. El
discípulo va aprendiendo a respirar, ver, etc. con el alma; a oír, hablar,
etc.
A continuación, daremos a conocer detalladamente algunos aspectos prácticos
que forman parte de la educación superior del alma y del espíritu. Las
reglas son de tal índole que, en principio, cualquiera puede observarlas,
sin perjuicio de atenerse también a otras, y que le permitirán progresar
algo en la ciencia oculta.
Debe aspirarse particularmente a fortalecer la paciencia. Cada expresión de
impaciencia paraliza y hasta destruye las facultades superiores latentes en
el hombre. No hay que esperar que, de un día a otro, puedan ganarse inmensas
visiones de los mundos superiores, pues tal actitud generalmente contribuirá
a que no se produzcan.
El sentirse contento con el más pequeño éxito, así como la calma y la
serenidad, son cualidades que deben apoderarse cada vez mas del alma. Es
comprensible que el discípulo espere los resultados con impaciencia, pero
mientras no la domine, no conseguirá nada, y tampoco es útil combatirla en
el sentido común de la palabra, pues el resultado sería acrecentarla.
Se vive en la ilusión de no tenerla, pero en realidad se ha hecho más firme
en lo recóndito del alma. Sólo se logra un buen resultado si uno se abandona
una y otra vez a determinado pensamiento, compenetrándose enteramente de él.
Este pensamiento es el siguiente: "Ciertamente, debo hacer lo necesario para
desarrollar mi alma y mi espíritu, pero aguardaré tranquilamente hasta que
las potencias superiores me juzguen digno de la iluminación". Si este
pensamiento cobra en el hombre bastante intensidad para convertirse en parte
de su naturaleza, se progresa por el buen camino, y esto termina por
reflejarse hasta en el semblante y lo externo del discípulo. Su mirada se
tranquiliza, sus movimientos son seguros, bien definidas sus decisiones, y
toda nerviosidad va desapareciendo de él. Referente a ello, hay que tener en
cuenta ciertas reglas de conducta aparentemente insignificantes.
Por ejemplo, alguien nos ofende. Antes de nuestro discipulado oculto,
habríamos dirigido nuestro resentimiento contra el ofensor; una oleada de
cólera habría surgido de nuestro ánimo. Después, por el contrario, nace en
el discípulo el siguiente pensamiento: "Semejante ofensa en nada afecta mi
propio valor", y él adopta las medidas necesarias, pero con toda calma y
serenidad, sin que el enojo influya en su actitud. No se trata,
naturalmente, de tragarse cualquier afrenta, sino de buscar la vindicación
del agravio infringido a uno mismo, con la misma calma y el mismo acierto
como si la ofensa se hubiera dirigido contra otra persona a cuyo favor
tuviéramos el derecho de intervenir. Hay que tener siempre presente la
enseñanza oculta no se realiza a través de procesos ordinarios externos,
sino por transformaciones sutiles y silenciosas del sentir y del pensar.
La paciencia ejerce un efecto atractivo sobre los tesoros del saber
superior; la impaciencia, en cambio, un efecto repulsivo. Con la prisa y la
inquietud nada puede alcanzarse en los dominios de la existencia superior.
Ante todo, es necesario acallar la apetencia y el deseo inmoderado, dos
cualidades del alma ante las cuales todo saber superior se retira a su
propia esfera. |
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