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EL ODIO, EL RESENTIMIENTO

En muchas ocasiones surgen en nuestro interior emociones, como el odio y el resentimiento, que hacen que nuestra vida sea desdichada y penosa. Uno está resentido, siente odio, se da cuenta y sufre por ello. Entonces necesitamos saber cómo librarnos del resentimiento, de odio, o de aquello que nos hace daño.

Como el odio, el resentimiento es algo que perturba mucho mi vida deseo librarme de ello. Si no fuera una cosa perturbadora, no sería problema para mí, pero como causa dolor, perturbación, ansiedad, porque creo que es feo, quiero librarme de él. Por consiguiente, en realidad es a la perturbación a la que yo me opongo. Le doy diferentes nombres en distintos momentos, en diferentes estados de ánimo; un día lo llamo esto, y otro día otra cosa. Pero el deseo, en el fondo, es no verme perturbado. Como el placer no perturba, lo acepto. No deseo librarme del placer porque en él no hay perturbación, al menos por el momento. Pero el odio, el resentimiento, son factores muy perturbadores en mi vida, y yo deseo librarme de ellos.

Mi interés es no ser perturbado, y estoy buscando una manera de no ser nunca perturbado. Pero, ¿por qué no he de ser perturbado?

Pero lo cierto es que tengo que ser perturbado para descubrir algo. Yo tengo que pasar por tremendos trastornos, disturbios, ansiedades, para poder descubrir. Porque si no me veo perturbado, me quedaré dormido. Y tal vez sea eso lo que la mayoría de nosotros desea en realidad: que se nos apacigüe, que se nos haga dormir, alejarnos de toda perturbación, hallar aislamiento, un retiro, seguridad. Si a mí no me importa, pues, ser perturbado (en realidad, no superficialmente); si no me importa ser perturbado porque deseo descubrir la verdad al respecto, entonces mi actitud hacia el odio, hacia el resentimiento, sufre un cambio. Si no me preocupa ser perturbado, entonces el nombre no tiene importancia. La palabra "odio" o la palabra "resentimiento" no son importantes, porque entonces vivo instantáneamente el estado que llamo resentimiento, sin hablar de la vivencia.

La ira es una cualidad muy perturbadora, como lo son el odio y el resentimiento; y muy pocos de nosotros experimentamos la ira inmediatamente sin nombrarla. Si no la nombramos, si no la llamamos "ira", la vivencia es, por cierto, distinta. Como la denominamos, con ello reducimos la vivencia nueva a lo viejo o la fijamos en términos de lo viejo. Mientras que si no la nombramos, hay entonces una vivencia que se comprende inmediatamente, y esta comprensión trae una transformación en el momento de esa vivencia.

Tomemos, por ejemplo, la mezquindad. La mayoría de nosotros no nos damos cuenta si somos mezquinos: mezquinos en cuestiones de dinero, mezquinos para perdonar a la gente; mezquinos, simplemente, bien lo sabes. Ahora bien, dándonos cuenta de ello, ¿cómo vamos a librarnos de esa condición? No se trata de llegar a ser generosos, que no es lo importante. El estar libre de mezquindad implica generosidad; no necesitamos volvernos generosos. Evidentemente, hay que darse cuenta de ello.

Puede que seamos muy generosos al hacer un gran donativo a nuestra sociedad, a nuestros amigos, pero terriblemente mezquinos en cuanto a dar una mayor propina; bien sabemos lo que es ser "mezquino". Uno no es consciente de ello. Cuando uno llega a darse cuenta de que es mezquino, ¿qué ocurre? Nos esforzamos por ser generosos, tratamos de vencer nuestra mezquindad, nos disciplinamos con el fin de ser generosos, y así sucesivamente. Pero, después de todo, el ejercitar la voluntad para ser algo sigue siendo parte de la mezquindad, dentro de un circulo mayor. Así, pues, si no hacemos ninguna de esas cosas y simplemente nos damos cuenta de lo que implica la mezquindad, sin aplicarle un término, veremos que ocurre una transformación radical.

Intenta experimentar con esto. Primero, uno tiene que ser perturbado; y es obvio que a casi ninguno de nosotros le gusta ser perturbado. Creemos haber hallado una norma de vida ‑el Maestro, la creencia, lo que sea- y allí nos establecemos. Es lo mismo que tener un buen puesto burocrático y establecerse en él para el resto de la vida. Con esa misma mentalidad enfocamos diversas cualidades de las cuales queremos librarnos. No vemos la importancia de ser perturbados, de estar interiormente inseguros, de librarnos de toda dependencia. Es sólo en la inseguridad, sin duda, que descubrimos, que podemos ver, que comprendemos. Queremos tener, como el hombre de mucho dinero, una vida fácil. Él no será perturbado; él no quiere ser perturbado.

La perturbación es esencial para la comprensión y cualquier intento de hallar seguridad es un obstáculo a la comprensión; y cuando queremos libramos de algo que nos perturba, ello es por cierto un obstáculo. Mas si podemos experimentar un sentimiento inmediatamente, sin nombrarlo, creo que es mucho lo que en ello encontraremos. Entonces ya no hay pugna con el sentimiento, porque el experimentar y lo experimentado son una misma cosa; y eso es esencial. Mientras el experimentador nombre el sentimiento, la vivencia, él se separará de ella y actuará sobre ella; y tal acción es artificial, ilusoria. Pero si no se nombra, el experimentador y lo experimentado son una sola cosa. Esa integración es necesaria, y hay que enfrentarla radicalmente.

 

 

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