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EL MIEDO
El
miedo es una emoción dolorosa, excitada por la proximidad de un peligro,
real o imaginario, y que está acompañada por un vivo deseo de evitarlo y
de escapar de la amenaza. Es un instinto común a todos los seres humano
del que nadie está completamente libre. Nuestras actitudes ante la vida
están condicionadas en gran medida por esos temores que brotan de nuestro
interior, en grados tan diversos que van desde la simple timidez hasta el
pánico desatado, pasando por la alarma, el miedo y el terror.
A los seres humanos se nos lastima desde la infancia. Todos hemos padecido
la presión, con su sentido de la recompensa y el castigo. Se nos dice algo
que nos causa enojo y nos lastima. Se nos hiere desde la infancia y por el
resto de nuestra existencia cargamos con esa herida, temerosos de que se
nos vuelva a lastimar o tratando de que no se nos lastime, viviendo una
forma de resistencia. Nos damos cuenta, pues, de estas heridas y que por
ellas creamos una barrera alrededor de nosotros, la barrera del miedo.
En casi todas nuestras motivaciones subyace algún tipo de temor que frena
y condiciona nuestros actos. Este hecho ha sido largamente conocido y
aprovechado, a través de los tiempos, por algunas personas para ejercer
dominio sobre otras. Las doctrinas religiosas, con diablos de fuego y
azufre para castigar a los malos, constituyen algunos ejemplos de una
variada gama de "abusos del terror" que ha ido transformándose hasta
adquirir formas más suaves en nuestros días.
Los seres humanos hemos tolerado el miedo durante miles de años como una
forma esencial de ejercer la autoridad. Y nosotros toleramos el miedo, tal
como lo han hecho nuestros padres, nuestros abuelos y toda la raza en la
que hemos nacido. Todas las sectas, los dioses y los rituales se basan en
el miedo y en el deseo de alcanzar algún estado extraordinario.
Algunos de estos temores antinaturales se denominan fobias. Quienes los
padecen no se ven amenazados por ninguna causa objetiva ni próxima y, sin
embargo, son incapaces de liberarse de sus sentimientos negativos. Los hay
que temen a las ratas, a la oscuridad o a las tormentas. Algunos tienen
miedo a la soledad, otros a las grandes muchedumbres y muchos se espantan
cuando penetran en espacios cerrados, como túneles, ascensores, etc. En
estos casos el temor es para la mente lo que la parálisis para el cuerpo.
Es el principio de todos los males, pues a un cobarde los temores le
exponen a todo tipo de peligros. Cuando el miedo es constante perdemos la
confianza en nosotros mismos y en nuestra propia capacidad, nos sentimos
incompetentes y abocados al fracaso. Además, los temores imaginarios
causan enfermedades, consumen la energía del cuerpo y producen desasosiego
y pérdida de vitalidad.
El
miedo toma diferentes formas, miedo a no ser recompensados, miedo de
fracasar, miedo de la propia debilidad, miedo del sentimiento que genera
en nosotros tener que llegar a cierto punto y no ser capaces de lograrlo,
miedo a la oscuridad, miedo a la propia esposa o al marido, miedo a la
sociedad, miedo de morir, etc. Pero no estamos hablando de los diferentes
aspectos que toma el miedo. El miedo es como un árbol que tiene muchas
ramas, y aquí nos referimos a de la raíz misma de ese árbol, no de nuestra
forma particular de miedo.
Es muy normal creer que un cierto grado de temor nos ayuda a progresar y
que es un estímulo para el cumplimiento de nuestro deber. Pero esto no es
cierto, el temor no es bueno ni saludable. No es lo más adecuado
justificar el miedo, pues éste únicamente nos coacciona. Desde el miedo no
puede surgir ni el conocimiento ni la sabiduría. El miedo nos aparta de la
realidad y nos hace entrar en un mundo subjetivo, paralizante y
desbordante. El problema de la humanidad reside en que los seres humanos
tememos. Tenemos miedo porque nos aferramos a cosas y a personas que, por
sí mismas, no se pueden “poseer”. Tememos por nuestro buen nombre y
posición, por nuestra familia y posesiones. A medida que adquirimos
bienes, fama y poder, adquirimos también el temor a perderlos y la
constante preocupación de velar por su salvaguardia. Nos convertimos
siempre en víctimas de nuestra propia ansia y ambición. Quien posee teme,
y éste es un defecto común, en distintos grados, de casi toda la
humanidad.
Para que se disipe el temor es preciso ser conscientes de él. Nuestra
conducta suele estar siempre inspirada en la ignorancia y en el temor, y
mientras nos hallemos en la oscuridad de la inconsciencia el temor
permanecerá donde está. Pero una persona inteligente se encuentra libre de
todo temor, y todos podemos serlo. Si podemos descubrir la causa
fundamental de nuestro miedo entonces podemos hacer algo al respecto y
cambiar la causa. Y si descubrimos cuál es su causa, la raíz, y la
descubrimos por nosotros mismos, habremos terminado automáticamente con
ella. Si vemos el proceso que da origen al miedo, o vemos sus múltiples
causas, entonces, esa percepción misma pone fin a la causa.
El miedo es muy complejo. Es una reacción tremenda. Si estamos alertas a
él veremos que es una conmoción, no sólo biológica, orgánica, sino que es
también una conmoción para el cerebro. Es una conmoción, puede ser
momentánea o continuar en diferentes formas, con distintas expresiones,
distintas modalidades. Para comprender la raíz del miedo tenemos que
comprender el tiempo, el tiempo como ayer, el tiempo como hoy y el tiempo
como mañana. Recordamos algo que hemos hecho, y el recuerdo de eso hace
que nos avergoncemos, que nos sintamos nerviosos, aprensivos o temerosos,
todo lo cual prosigue hacia el futuro. Y todo este proceso es tiempo.
El tiempo para casi todos es el tiempo del reloj, el tiempo de la salida y
la puesta del Sol que ocurre todos los días. Es el tiempo para aprender un
arte, un idioma, para escribir una carta, para llegar a algún sitio desde
donde está tu casa. Todo eso es tiempo como distancia, como espacio,
Tenemos que ir desde aquí hasta allá. Ésa es una distancia que el tiempo
cubre. Pero el tiempo puede ser también interno, psicológico: soy esto,
debo llegar a ser aquello. El llegar a ser aquello se llama evolución. La
evolución implica el desarrollo de un vegetal desde la semilla al árbol.
Pero también significa: "Soy ignorante, pero aprenderé; no sé, pero sabré;
denme tiempo para librarme de la violencia." "Denme tiempo." Denme unos
cuantos días, un mes, un año, y me libraré de la violencia. Vivimos, pues,
a base de tiempo; no sólo es tiempo el ir al trabajo de ocho a seis, sino
que también necesitamos tiempo para llegar a ser alguna cosa. Necesitamos
comprender el tiempo, con todo su movimiento, pues vivimos en él, tanto
psicológicamente como biológicamente.
Todos hemos hecho cosas que no queremos que se sepan, porque si así fuera
nuestra reputación se vería mermada. Son recuerdos, pensamientos, que
reclaman que nos protejamos. Así que el tiempo y el pensamiento van
juntos, no hay entre ellos división alguna. Si no tenemos esto bien claro
nos confundiremos en la vida. El proceso que da origen al miedo, la raíz
del miedo es el binomio tiempo/pensamiento.
El pasado, con todas las cosas que hemos hecho, y el pensamiento, dándoles
el valor de agradables o desagradables, son las raíces del miedo. Este es
un hecho obvio, verbalmente es un hecho simple, pero para verlo en toda su
profundidad, para ir más allá de las palabras, es preciso que nos
preguntemos si podemos detener el pensamiento. Si el pensamiento crea el
miedo, detener el pensar disuelve el miedo.
Todo lo que hacemos lo hacemos mediante el pensamiento. Pero preguntarnos
si podemos detener el pensamiento es una pregunta poco acertada, pues
quien quiere detener el pensar sigue siendo el mismo pensamiento. Cuando
pensamos que si dejamos de pensar no tendremos miedo, quién desea detener
el pensamiento sigue siendo el propio pensamiento. Sigue siendo el mismo
pensamiento que ahora desea algo más.
Cualquier pensamiento que tenga el propósito que seamos otra cosa que lo
que somos sigue siendo pensamiento. Somos codiciosos, pero "no debemos"
ser codiciosos; eso sigue siendo pensar. El pensamiento es la raíz misma
de nuestra existencia, de modo que la cuestión que planteamos es muy
seria. El pensar ha creado todos los objetos, también todas esas cosas que
se encuentran en los lugares donde se reúnen las personas llamadas
“religiosas”. Vemos lo que el pensamiento ha hecho, ha inventado las cosas
más extraordinarias, los ordenadores, los buques de guerra, los misiles,
la bomba de hidrógeno, la cirugía, la medicina, y también vemos las cosas
que nos ha permitido hacer, como ir a la Luna, etc. Pero el pensamiento es
la raíz misma del miedo.
Es preciso que veamos todo esto y no pensar en cómo terminar con el
pensamiento. Tenemos que ver realmente que el pensar es la raíz del miedo,
el cual es tiempo. Ver, no utilizar las palabras, sino ver el hecho.
Cuando tenemos un dolor severo, el dolor no es diferente de nosotros
mismos y actuamos instantáneamente. Necesitamos ver tan claramente como
vemos las cosas que nos rodean que el pensamiento es el factor causante
del miedo. Si vemos por nosotros mismos que el pensamiento y el tiempo
son, realmente, la raíz del miedo, ello no necesita deliberación ni
decisión. Un escorpión es venenoso, una serpiente es venenosa, y en el
instante mismo en que lo percibimos actuamos, no necesitamos perder el
tiempo en pensamientos.
Debemos ver que el tiempo y el pensamiento son las fuentes del miedo.
Tenemos que ver las cosas, ver la realidad, lo que es, y no sólo memorizar
o pensar al respecto. Es necesario que pongamos todo nuestro ser en
descubrir la relación que tenemos con el mundo, y comprobar en esta
relación con él que no nos hallamos separados del resto del mundo, sino
que somos el resto del mundo.
Es preciso comprender que nuestra mente y nuestra consciencia son la
consciencia y la mente de la humanidad. Dondequiera que uno vaya el ser
humano está sufriendo, ansioso, inseguro, solitario, desesperado en su
soledad, agobiado por el dolor. De modo que nuestra consciencia, nuestro
ser, es toda la humanidad. Psicológicamente cada uno es la humanidad, no
está separado del resto de los seres humanos. La idea de que uno es un
individuo con una mente especialmente suya es un absurdo, porque el
cerebro ha evolucionado través del tiempo. Es el cerebro de la humanidad,
y ese cerebro forma parte de la humanidad, genéticamente, etc. Por lo
tanto uno es el mundo y el mundo es uno mismo. No se trata de una idea, de
un concepto o de un desatino utópico; es un hecho. Y esa mente humana se
halla por completo confusa, con miedo y sufriendo.
Esto es así, pero en general somos muy reacios a aceptar un hecho tan
simple. Ocurre que estamos muy acostumbrados al individualismo, yo y lo
mío antes que nada. Pero si vemos que la consciencia de cada uno de
nosotros es compartida por todos los demás seres humanos que viven en esta
Tierra maravillosa, entonces cambia toda nuestra manera de vivir. Los
argumentos, la persuasión, la presión, la propaganda son terriblemente
inútiles, porque tenemos que ver esto por nosotros mismos.
Entonces, cada uno de nosotros, que es el resto de la humanidad, que es la
humanidad, debe mirar un hecho muy simple, observar, ver, que el
pensamiento y el tiempo son los factores que dan origen al miedo.
Entonces, la percepción misma es la acción. Y, a partir de ahí, uno ya no
dependemos de nadie. Si lo vemos muy claramente entraremos en una
dimensión espiritual de la que surgirá la libertad. |
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