LA LUZ EN UNO MISMO. REFLEXIONES
Si reflexionas sobre este breve texto, si permites que
estas pocas palabras te vayan enriqueciendo con su profundo significado, de la
misma manera que el agua vivifica a un árbol, tu esencia transmutará.
Cuando miramos a nuestro alrededor vemos la
guerra, la pobreza, el hambre, el terrorismo, la corrupción política y
religiosa, la expoliación del medio ambiente y el gran sufrimiento en el
que viven los seres humanos, incluso los más acomodados.
Durante toda nuestra historia hemos
dirigido la mirada al exterior, hemos dependido de los “expertos” que
acaparan y manipulan la información, de los consejeros terapeutas,
“educadores” y líderes religiosos para resolver nuestras convulsiones
personales y colectivas. Pero, a pesar de ello, continúan los problemas
fundamentales del miedo, el conflicto, la relación y las vidas sin
sentido.
Para solucionar los graves problemas por
los que pasamos los seres humanos debemos volver nuestra mirada hacia el
interior, conocernos a nosotros mismos, hemos de comprender los
conflictos profundamente arraigados en el interior del ser humano y, por
consiguiente, de la sociedad, pues somos el mundo; nuestro caos personal
crea el desorden global.
Una nueva conciencia y una moral totalmente
nueva son indispensables para producir un cambio radical en la cultura y
en la estructura social, y cada uno de nosotros, por poco que se lo
proponga, puede descubrir la fuente de la verdadera libertad, sabiduría
y bondad.
Esto es obvio. No obstante, la izquierda y
la derecha y los revolucionarios parecen pasarlo por alto. Todo dogma,
toda fórmula e ideología forman parte de la vieja conciencia, son las
invenciones del pensamiento, cuya actividad es fragmentación: la
izquierda, la derecha y el centro.
Uno ve la necesidad de un cambio social, económico
y moral, pero la respuesta procede de la vieja conciencia, don el pensamiento es
el actor principal. El desorden, la confusión y la aflicción en que los seres
humanos nos hemos sumido están dentro del área de la vieja conciencia, y si eso
no cambia profundamente, cualquier actividad humana, ya sea política,
económica o religiosa, sólo nos conducirá a la destrucción, tanto mutua como de
la tierra. Esto es muy obvio para las personas sensatas.
Uno tiene que ser una luz para sí mismo;
esta luz es la verdadera Ley. No hay otra. Todas las demás leyes están
hechas por el pensamiento y, por consiguiente, son fragmentarias y
contradictorias. Ser una luz para sí mismo significa no seguir la luz de
otro, por muy razonable, lógica, histórica y convincente que sea. Tú no
puedes ser una luz para ti mismo si te amparas en las oscuras sombras de
la autoridad, del dogma, de la conclusión. La moral no está hecha por el
pensamiento; no es consecuencia de la presión
ambiental; no es del ayer, de la tradición. La moral
es hija del amor, y el amor no es deseo ni placer. El goce sexual o
sensorial tampoco es amor.
La libertad es ser una luz para sí mismo;
entonces no es una abstracción, algo ingeniado por el pensamiento. La
verdadera libertad es ser libre de la dependencia, del condicionamiento
mental, del apego, del afán de experiencia. Ser libre de la estructura
misma del pensamiento es ser una luz para sí. En esta luz tiene lugar
toda verdadera acción y, por consiguiente, nunca es contradictoria. La
contradicción sólo existe cuando esa luz está separada de la acción,
cuando el actor está separado de la acción.
El ideal, la creencia, el principio, es el
movimiento estéril del pensamiento y no pueden coexistir con esta luz;
lo uno niega lo otro. Donde esté el observador, esta luz y este amor no
existen. La estructura del observador está compuesta por el pensamiento,
el cual nunca es nuevo ni libre.
No hay ningún “como”, ningún sistema o
práctica para que esta luz esté en uno mismo, para ser esta luz. Como
camino para que esa luz pueda existir está el ver que es el hacer
adecuado.
Tú tienes que ver, pero no a través de los
ojos de otro. Esta luz, esta ley, nos es ni tuya ni de otro. Sólo hay
luz. Esto es amor.