LA LUZ. REFLEXIONES
Si contemplamos tanto el crepúsculo como el
amanecer, pareciera que la noche lucha por su existencia contra la luz, mientras
que el alba irrumpe en la oscuridad en un instante que todo lo ilumina.
La luz por poca que sea, ES en cuanto
emerge. “Hágase la luz, y la Luz fue”..., ¿cómo podríamos ver si no la
realidad?
Y si, como dijo Goethe, “el ojo no fuera de
esencia solar”, ¿cómo podría ver a su vez la Luz?...
La misma realidad, para existir, se entrega
a la luz y se inscribe en ella en un permanente dar-se a Luz ya sea del
ser o de la idea...
La luz es, a su vez, metáfora de la
cualidad de la visión, de la conciencia, de la esperanza y de la
libertad.
Se requiere mucha conciencia activa para
custodiar la luz de los templos, quizás la misma que se requiere para
vincular nuestro corazón a la luz ascendente del solsticio de invierno.
Pero nuestro mundo parece estar aprisionado
en ese lado sombra de la realidad que, luchando contra la esperanza del
Bien, hace su presencia en las noticias diarias que ponen de manifiesto
el horror sin salida.
Las pulsiones arcaicas forman parte de la
encrucijada donde se desarrolla cada día el conflicto moral en la
decisión del ser humano, y la esperanza de nuestra “chispa” divina no
parece fácil de sostener para nadie en medio de tanta tragedia social
recurrente.
Somos hijos de la penumbra, inscritos en el
umbral donde se cruzan la oscuridad y la luz. Una y otra constituyen
nuestra urdimbre psíquica. Sin embargo, esa luz interior de la que somos
portadores es capaz también de iluminar esos lugares oscuros donde
habitan el desamor, la intolerancia, la injusticia, el dolor, la
ignorancia y la violencia.
En la historia, parece que la noche y el
exilio no acaban nunca y que nuestro “Dios” no ha aparecido, o, aún
peor, ha fracasado, pero en muchas ocasiones el alma humana realiza
verdaderos ascensos del alba que desgraciadamente quedan ocultos a los
ojos de la realidad.
Son nuestros pequeños solsticios de
invierno cuando la luz, luchando contra la oscuridad, le arrebata su
hegemonía, como la pequeña llama del templo, como el triunfo de la
libertad de la conciencia sobre las tiranías culturales que tratan de
asimilarnos en sus globalizadas imposiciones...
Día a día construimos nuestra humanidad,
encendemos nuestro templo y compartimos nuestras luces intentando
sostener el mundo... Quizás como decía el poeta Ángelus Silesius, ¡el
esperado Mesías podría nacer al fin en nosotros y no en Belén!
No sólo para no perdernos nosotros, sino
para no perder el mundo... Quizá, ¿por qué no?, alguna vez lo hagamos
realidad.