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La lujuria.
Este es un ego muy
extendido y arraigado en la humanidad que causa mucho dolor. La lujuria
entrega al ser humano a la ilusión y al engaño. Cuando éste cree que se
entrega al placer se entrega en verdad al sufrimiento y a la fatiga. Quiere
experimentar las dulzuras y no hace otra cosa que beber una copa que lleva
el veneno y el hastío de la muerte. Por complacer los deseos del cuerpo
transgrede las leyes de la Vida, y lo que consigue es alejarse de la
espiritualidad, perder las fuerzas, la salud y, muchas veces, el propio
cuerpo físico.
Alimentar al ego de la lujuria debilita enormemente. Quien se da al placer
sensual termina como un árbol enfermo que tiene su interior devorado por los
gusanos. Éste árbol conserva la vida en la corteza, pero la corrupción lo
pudre por dentro. Subsiste en pie sobre una tierra cuyo alimento ya no
absorbe, y el menor empuje del viento bastará para tirarlo al suelo.
Muchas enfermedades graves surgen desde la debilidad que provoca la lujuria,
y por su misma causa son difíciles de curar o adquieren complicaciones
peligrosas. Las primeras víctimas de las epidemias y los que menos resisten
a la acción de los gérmenes y de los virus suelen ser las naturalezas a las
que el ego de la lujuria arruina dejándolos sin energías.
La persona que alimenta y padece el ego de la lujuria, apegado a placeres
groseros, desearía permanecer siempre en esta Vida, pero con su insensatez
mina su salud, se atrae dolor y, en muchas ocasiones, una muerte prematura.
Aunque se dice que los egos sensuales son los más materiales, la verdad es
que producen mucho daño en el alma. Cuando se alimenta la lujuria se
resienten los sentimientos, la memoria, la imaginación y todas las
capacidades intelectivas. Entonces, el ser humano sólo se desenvuelve con
soltura en lo que atañe a los sentidos, y suele sentir el mayor rechazo a la
vida espiritual.
La aplicación al estudio, la atención, la reflexión, el trabajo intelectual
y, en resumen, todo lo que supone trabajo y esfuerzo, causa horror al alma
disipada. Por otro lado, sus recuerdos e imaginaciones lascivas las
inoportuna y las distrae a pesar de que se encuentre ocupada con los asuntos
más importantes. Inquieta y perturbada en todo momento, se encuentra
imposibilitada para realizar toda labor intelectual de alguna importancia,
para llevar a cabo todo trabajo que conlleve cierto sacrificio o, incluso,
la más ligera molestia.
La estupidez y la demencia son, en muchas ocasiones, el resultado de la
lujuria. Pero todas estas debilidades y enfermedades no se limitan a acosar
a quienes las provocan, sino que pasan a su descendencia y perpetúa en ella
la degeneración.
Muchas veces, los instintos naturales arrastran al ser humano a la
equivocación porque existe, además, una acción de incentivos que vienen de
fuera. Son excitantes refinados con los que se satura todo el ámbito de lo
sexual. Éstos incitan a la curiosidad morbosa y ocasionan una
sobreexcitación del deseo y de los egos. Esa fascinación atosigante es el
resultado de una acción concertada entre la locura de atrapar placeres y el
afán de lucro de los intermediarios entre la pasión y su objeto.
Cuando este vicio llega a obsesionar a una persona no le permite pensar en
otra cosa, ni ocuparse en otro asunto, ni valer para nada más que para
satisfacerle. Todo se reduce y se valora entonces en la medida en que
satisface el apetito sensual, se salta por encima de lo más venerable y se
hacen las cosas más sorprendentes y nefastas para alcanzar el objeto del
anhelo. Cuando la lujuria lo necesita el avaro se vuelve pródigo, el
soberbio se humilla, el iracundo se amansa y el ambicioso renuncia a la
posición y a la fama. Por ella también se rompen los vínculos más nobles,
pues este tipo de persona no respeta ni matrimonio, ni amistad, ni
reputación, ni honor, y pasará por alto y atropellará todo sin respeto a las
leyes de la Vida.
Los otros egos descubren rasgos característicos que le son peculiares, pero
la lujuria forma un conjunto enorme de desgracias y de maldad. Suele ir
acompañada del furor de la soberbia, de la terquedad de la ambición, de los
rencores del envidioso y de la ansiedad de la avaricia. El aguijón de los
celos, del temor y de los grandes sufrimientos se clavan con más fuerza en
el alma del lujurioso que antes se clavara el aguijón del deseo, y lo que al
principio ansiaba como placer pronto se le convierte en una tortura, donde
los más grandes sufrimientos suelen ir acompañados de los mayores crímenes.
Ningún otro tipo de ego se alimenta con objetos menos duraderos y más
inestables. La persona lujuriosa revolotea inquieta de flor en flor, y lo
que un día le causa deseo al día siguiente le produce tedio y disgusto.
Además, si se ata a otra persona sufre lo indecible debido a sus caprichosos
y ardientes deseos.
El ardor de este deseo sólo se apaga para volver a encenderse. Se llegará al
cansancio, pero no a la hartura, se acabarán las fuerzas, pero no el deseo.
Es una ilusión, con la que el ego intenta engañar y que a muchos seduce, la
de creer que logrado el deseo quedará el anhelo satisfecho y se acabará por
sí mismo. Cuanto más se alimenta el ego de la lujuria más vida cobra y
energías posee.
Si llega un momento en el que una persona sometida y obcecada por este vicio
no puede llevarlo a cabo, se complace y se pierde en sus representaciones
mentales y recuerdos, alimentando al monstruo de la manera en la que pueden
sus capacidades. Pero aunque esto no fuera así, una cosa es dejar de
alimentar al ego y otra muy distinta es arrepentirse de haberlo alimentado.
Hastiado, aburrido, perdida la salud y la honra, desengañado, con el corazón
seco, sufriendo lo indecible y amargada el alma, el vicioso se apartará de
la lujuria, donde buscó la felicidad y el placer y encontró que cada día era
una noche más oscura.
La lujuria separa al ser humano de la vida espiritual si este no es
consciente de su situación y obra apropiadamente. De la misma manera que por
lo común acorta la vida del cuerpo, ciega también los ojos del espíritu. Una
mirada obsesionada en el cuerpo y que se recrea desordenadamente en él no
puede resistir el resplandor de la Luz. Sin embargo, hay momentos en los que
la persona que alimenta la lujuria ve su realidad, y la vocecilla de su
consciencia, que constantemente es sofocada, se hace oír. En esos instantes
la fascinación y el engaño de los sentidos se disipa, y puede escoger entre
seguir acallando su consciencia o entrar en el camino espiritual. Pero se
suele escoger poco esta segunda opción, y lo que ocurre en esta situación es
que el libertino se revuelve airado contra su propia consciencia y contra la
espiritualidad e intenta ahogar la voz de su consciencia con el ruido y la
algaraza de la vida frívola y superficial. Entonces puede hundirse en los
mayores tormentos y ultrajes a la propia naturaleza.
Una manera de comprender el deseo sensual cuando toma la forma de deseo
sexual es prestar atención y ver no el conjunto de la persona que se desea,
sino cada una de sus partes. Si una persona desea fuertemente a otra, en vez
de ver, de fijarse y recordar toda la hermosa forma de esa persona, debe
recordar que ese ser humano está formado de muchas partes pequeñas, en vez
de quedar extasiados con la figura externa, la forma y el color, que sólo
son la envoltura física. Así que, en vez de ver el hermoso conjunto, tal vez
se le podría mirar los dientes o las uñas de los pies.
La codiciada hermosura del cuerpo es el vestido con el que éste se recubre.
Es sorprendente su composición, pues en él, desde la planta de los pies
hasta la coronilla, todo está rodeado de piel y lleno de diferentes órganos;
hay pelo en la cabeza, pelo en el cuerpo, uñas, dientes, piel, carne,
tendones, huesos, médula ósea, riñones, corazón, hígado, membranas, bazo,
pulmones, intestino grueso, intestino delgado, garganta, excrementos, bilis,
flema, pus, sangre, sudor, grasa, lágrimas, grasa en la piel, saliva, moco,
aceite en las articulaciones, orina y seso en la cabeza.
Parece sencillo pero en general resulta difícil dejar de ver el todo y
reparar en las partes que componen un cuerpo físico porque, normalmente,
nadie se enamora de una dentadura ni se apasiona por la uña de un pie.
Cuando, por ejemplo, se desea tener un coche nuevo maravilloso y muy caro,
si se ve sólo la silueta externa, la forma y el color, quizás uno se sienta
tentado a comprarlo y endeudarse los próximos diez años. Pero si uno se da
cuenta de las partes que componen a todas las cosas, de que ese coche está
compuesto de volante, acelerador, filtro de aire, motor, que tiene muchos
tornillos y tuercas, quizás no se sienta tentado de un modo tan apasionado
ni por el coche, que sólo funciona porque sus piezas funcionan, ni por la
persona que sólo funciona porque sus partes funcionan.
Para quien tiene muchos problemas con deseos apasionados la mejor ayuda es
ver con claridad el objeto de su deseo. Todos los seres humanos estamos
hechos de estas partes, nadie es diferente; si apartamos la piel encontramos
lo mismo en todos. |
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