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Krishnamurti.
Considerado como uno de los grandes filósofos de los tiempos modernos, así
como religioso sin religión.
A diferencia de la
tendencia predominante hoy por hoy, según la cual el buscador de la verdad
busca referencias en los grandes exponentes históricos, llámese maestros,
libros sagrados, sutras, mitos, etc., este hombre que nada dice ser, que
no dice nada acerca de sí mismo, que no presume tener la verdad, insta al
interlocutor a cuestionar la validez de toda presunción de conocimiento y
creencia en aras de hallar lo que es real, lo que es verdad.
Jiddu Krishnamurti
nació en Madanapalle, sur de la India, el 12 de mayo
de 1895 y murió el 17 de febrero
de 1986 en California, Estados Unidos.
A lo largo de su vida
habló en diferentes partes del mundo, tanto a grandes audiencias públicas,
como en diálogos personales con científicos, lideres religiosos,
políticos, psiquiatras, educadores y gente común de la calle.
No
le afloja la rienda al caballo; en todo caso es el interlocutor el que
tiene que hacer un alto en el camino una y otra vez para poder soportar lo
que se le va haciendo claro, a veces muy a su pesar, pero que una vez
hecho carne da muestras sin lugar a dudas de una liviandad semejante al
vuelo del ave, un sentido del descubrimiento por el cual nada tiene que
envidiarle a Don Cristóbal Colón, Marco Polo o quien fuere, un
descubridor; y así reencuentra al hombre en el hombre, y porqué no al niño
en el hombre, y lo del niño va por la inocencia, la alegría de vivir, la
capacidad del asombro y la bondad.
A través de las
Fundaciones que él mismo creó se han publicado más de sesenta libros en
donde se expone su amplio mensaje hacia una comprensión total del ser
humano. También fundó varias escuelas con el propósito de generar una
educación que llevara al estudiante y a los profesores a descubrir el arte
de vivir y el verdadero significado de la vida misma.
A la edad de 27 años
su vida se transformó por completo. A partir de ahí, y como un hombre
totalmente libre de ataduras, nos brinda todo su saber en la búsqueda de
la verdad, sus conocimientos no se basan en doctrina alguna, ni conforman
tampoco una nueva doctrina.
Su mérito es quizás el
de ser un gran desmitificador, un destructor de ilusiones, probablemente
el principal subversor (en el más estricto sentido de la palabra) del
(des)orden, que ha visto nuestro siglo.
Para el buscador de la
verdad, su lectura es un reto ineludible, y lo que se haga luego con esa
lectura es cuestión de cada uno de nosotros. Su propuesta pasa por un
completo sinceramiento del hombre para consigo mismo, la honestidad hasta
sus últimas consecuencias, ver lo que es; que resulta en una integridad
más allá de lo imaginable, y por ende fortaleza y libertad total.
La consecuencia de
esta propuesta, resulta en la transformación de la conciencia humana en su
totalidad. Su punto de partida, el hombre y la mujer que ve como están las
cosas, tanto en el mundo como en su propio ser, y se hace cargo.
La verdad es una
tierra sin camino
No hay sendero hacia
la verdad, ella debe llegar a uno.
La
verdad puede llegar a nosotros sólo cuando la mente y el corazón son
sencillos, claros, y en nuestro corazón hay amor; no si nuestro corazón
está lleno con las cosas de la mente. Cuando en el corazón hay amor, no
hablamos acerca de organizar la fraternidad; no hablamos de creencias, de
división o de poderes que crean división, no necesitamos reconciliarnos.
Entonces somos, cada uno de nosotros, simplemente un ser humano, sin
rótulo alguno, sin una nacionalidad. Esto significa que usted debe
despojarse de todas esas cosas y permitirle a la verdad que se manifieste;
y la verdad puede manifestarse sólo cuando la mente está vacía, cuando
cesa en sus creaciones. Entonces la verdad vendrá sin que la inviten.
Llegará tan rápida y sorpresivamente como el viento. Llega en secreto, no
cuando la aguardamos, cuando la deseamos. Está ahí, tan súbita como la luz
del sol, tan pura como la noche. Pero para recibirla, el corazón debe
estar lleno y la mente vacía. Ahora tiene usted la mente llena y su
corazón está vacío.
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