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La iniciación.
La iniciación es el grado más elevado de la enseñanza oculta sobre el que en
una obra escrita aún pueden darse indicaciones por todos comprensibles. Toda
referencia acerca de facultades más allá de ella, sería difícil de
comprender. No obstante, podrá encontrar el camino que conduce a obtenerlas,
todo aquel que haya conquistado los misterios inferiores, a través de la
etapa preparatoria, la iluminación y la iniciación.
Sin la iniciación, el hombre no podría adquirir el saber y la capacidad que
ella le confiere, sino en un futuro muy lejano, después de muchas
encarnaciones, por un camino y en forma muy distintos. Quien hoy se inicie,
experimenta algo que, de lo contrario, no llegaría a conocer sino mucho más
tarde y en condiciones muy diferentes.
El ser humano puede conocer los misterios de la existencia sólo en la medida
que corresponda a su grado de madurez. Únicamente por esta razón existen
obstáculos que impiden alcanzar los grados superiores del saber y del
conocer. Nadie debería usar una arma de fuego hasta que haya adquirido
bastante experiencia para manejarla sin causar desgracias. Si alguien fuera
iniciado hoy sin la debida preparación, carecería de la experiencia que irá
adquiriendo por sus futuras encarnaciones, hasta que se le revelen los
misterios respectivos dentro del curso normal de su evolución. Es por esta
razón que en el umbral de la iniciación aquellas experiencias deben de
sustituirse por algo distinto.
Las primeras instrucciones que se imparten al candidato a la iniciación
constituyen, por lo tanto, el sustituto para experiencias futuras. Se trata
de las llamadas "pruebas", que él tiene que cumplir y que son la
consecuencia regular de la vida anímica, si se prosiguen correctamente los
ejercicios descritos en los capítulos precedentes.
De estas "pruebas" se habla frecuentemente en ciertos libros, pero es
natural que los respectivos comentarios provoquen, por lo regular, una idea
bastante errónea de su naturaleza. Pues quien no haya pasado por la etapa
preparatoria y la iluminación, nada puede conocer de ellas; tampoco puede,
por lo tanto, describirlas adecuadamente.
El iniciado debe llegar a conocer ciertas cosas y hechos que pertenecen a
los mundos superiores. Mas sólo puede verlos y oírlos si está capacitado
para las percepciones espirituales en forma de figuras, colores, sonidos,
etc., mencionados al tratar de la "etapa preparatoria" y de la
"iluminación".
La primera "prueba" consiste en adquirir una visión de las cualidades
corpóreas de los cuerpos sin vida, luego de las plantas, de los animales, y
del ser humano, visión que sea más veraz que la que posee el hombre común.
Con esto no nos referimos a lo que hoy día se llama conocimiento científico,
pues no se trata de ciencia, sino de visión. Por regla general, el iniciado
aprende a conocer cómo los objetos de la Naturaleza y los seres vivientes se
manifiestan al oído espiritual y al ojo espiritual. En cierta manera, todos
ellos aparecen entonces sin velo, desnudos, ante el observador.
Las cualidades que así se oyen y se ven, están ocultas para el ojo y el oído
físicos; para la percepción sensorial están como cubiertas por un velo. El
hecho de que para el iniciado este velo deja de existir, se debe a un
proceso que se designa como "proceso de combustión espiritual", por lo que
esta primera prueba se llama la "prueba de fuego".
Hay personas para las que la vida misma es como una iniciación más o menos
inconsciente por la prueba del fuego; son aquellas que pasan por vastas
experiencias de tal índole que su confianza en sí mismas, su valor y su
firmeza, se vigorizan de una manera sana, y que aprenden a soportar las
penas, las decepciones y los fracasos de sus iniciativas con grandeza de
alma y, sobre todo, con calma y fuerza inquebrantable.
Quien ha pasado por tales experiencias es muchas veces un iniciado sin darse
cuenta cabal de ello; entonces hace falta muy poco para abrirle los oídos y
ojos espirituales, de modo que se torne clarividente. La verdadera "prueba
de fuego" no tiene por objeto satisfacer la curiosidad del candidato.
Ciertamente, aprenderá a conocer hechos extraordinarios, de los que otros no
tienen idea; pero esta adquisición del conocimiento no es meta, sino
solamente medio de llegar a ella. La meta en sí, en cambio, consiste en
adquirir, gracias al conocimiento de los mundos superiores, una mayor y
verdadera confianza en sí mismo, un valor de grado elevado, una grandeza del
alma y una perseverancia tales que generalmente no pueden adquirirse en el
mundo inferior.
Después de la "prueba del fuego", el candidato puede aún renunciar a seguir
el sendero, en cuyo caso proseguirá su vida fortalecido en lo físico y en lo
anímico, y probablemente no continuará el camino de la iniciación sino en
una encarnación posterior. Pero en su encarnación actual será un miembro de
la sociedad humana más útil que antes. Sea cual fuere la situación en que se
encontrare, su firmeza, su prudencia, su decisión y su favorable influencia
sobre sus semejantes, habrán aumentado.
Si el candidato, después de cumplir la prueba del fuego, quiere continuar su
discipulado oculto, se le deberá revelar determinado sistema de escritura
que se acostumbra emplear en la enseñanza oculta. Por ese sistema de
escritura se revela la verdadera sabiduría oculta, pues lo que en las cosas
se halla "oculto" no puede expresarse directamente, ya sea en palabras del
lenguaje común, o por los sistemas corrientes de escritura. Los que han
aprendido de los iniciados, traducen las enseñanzas de la ciencia oculta al
lenguaje común lo mejor que se puede. La escritura oculta se revelará al
alma cuando ésta haya adquirido la percepción espiritual, pues se halla
grabada en forma permanente en el mundo espiritual. No se aprende a leerla
como se aprende a leer una escritura artificial. Antes bien, uno va
desarrollándose metódicamente hacia la cognición clarividente, y durante
este desarrollo se desenvuelve, cual facultad anímica, el poder que se
siente impulsado a descifrar los acontecimientos y seres del mundo
espiritual como si fueran los caracteres de una escritura.
Podría suceder que este poder y, con él la experiencia de la "prueba"
respectiva, despertaran como por sí solos en el curso de la evolución
progresiva del alma. Pero se llega a la meta con más seguridad si se siguen
las instrucciones de los investigadores espirituales experimentados, quienes
poseen la habilidad en descifrar la escritura oculta.
Los signos de la escritura oculta no han sido ideados arbitrariamente, sino
que corresponden a las fuerzas que actúan en el mundo; gracias a estos
signos se aprende el lenguaje de las cosas. El candidato descubrirá pronto
que los signos que aprende a conocer corresponden a las figuras, colores,
sonidos, etc. que él aprendió a percibir durante la etapa preparatoria y la
iluminación; llega a comprender que todo lo anterior sólo era como un
deletrear. Sólo ahora comienza a leer en el mundo superior. Todo lo que
antes eran solamente figuras, sonidos y colores aislados, se le presenta en
un gran conjunto, y ahora adquiere la debida certidumbre en la observación
de los mundos superiores. Antes, nunca podía estar seguro de si las cosas
que había visto las había visto correctamente; ahora, en cambio, puede tener
lugar un regular entendimiento entre el candidato y el iniciado en el campo
del saber superior. Cualquiera que sea el vínculo de un iniciado con otra
persona en la vida común, aquél sólo puede comunicar algo del saber superior
en su forma inmediata valiéndose del referido lenguaje de signos.
Por medio de este lenguaje, el discípulo también va conociendo ciertas
reglas de conducta para la vida; se entera de ciertos deberes de los que
antes no sabía nada. Una vez que conozca esas reglas, será capaz de realizar
actos de un significado y alcance que las acciones del no iniciado nunca
podrían tener: obra desde los mundos superiores. Las instrucciones para
tales acciones sólo pueden captarse y entenderse en la referida escritura.
Hay que hacer notar, sin embargo, que hay personas capaces de llevar a cabo
inconscientemente tales acciones, sin haber cursado la enseñanza oculta.
Tales "benefactores del mundo" atraviesan la vida para bendición y beneficio
de la humanidad. Les fueron dados, por razones que no hemos de examinar
aquí, dones que parecen sobrenaturales. Lo único que los distingue del
discípulo de la ciencia oculta es que éste actúa conscientemente y con pleno
conocimiento de todo lo relacionado con su actuar. Él adquiere, mediante la
enseñanza, lo que las potencias superiores han dado a aquéllos para
beneficio del mundo. Los privilegiados de Dios merecen veneración sincera,
sin que por ello deba considerarse superfluo al trabajo de la enseñanza.
Una vez que el discípulo haya aprendido la mencionada escritura de los
signos, comenzará para él otra "prueba", la que pondrá en evidencia si él es
capaz de moverse libre y firmemente en el mundo superior. En la vida común,
el ser humano actúa movido por causas externas; se dedica a tal o cual
trabajo porque las condiciones de su vida le imponen este o aquel deber.
Huelga decir que el discípulo no debe desatender ninguno de sus deberes en
la vida comente por el hecho de vivir en mundos superiores. Ningún deber en
el mundo superior puede obligar a alguien a descuidar un solo deber de su
vida corriente. Al convertirse en discípulo de la enseñanza oculta, el padre
de familia sigue siendo buen padre de familia, la madre sigue siendo buena
madre, y ni el funcionario, ni el soldado, ni persona alguna, deben sentirse
desviados del cumplimiento de sus obligaciones. Por el contrario, todas las
cualidades que contribuyen a la habilidad de una persona en la vida,
aumentan en el discípulo en un grado del que el no iniciado no puede
formarse idea. Y si el no iniciado recibe a veces otra impresión (lo que
sólo ocurre en casos aislados) eso proviene de que no siempre es capaz de
juzgar equitativamente al iniciado. Lo que hace este último no es siempre
comprensible para el primero. Pero esto sólo se observa en casos
particulares, como ya queda dicho.
Para quien haya llegado al referido grado de iniciación existen deberes para
los que no hay ningún móvil externo. Las condiciones exteriores no inducirán
al discípulo a actuar, sino que él procederá conforme al orden que se le
revele en el lenguaje "oculto". En esta segunda "prueba" debe demostrar que,
conducido por semejante orden, sabe actuar con la misma seguridad y firmeza
con que, por ejemplo, un funcionario cumple sus deberes.
Con este objeto y en el curso de la enseñanza oculta, el candidato se
sentirá colocado ante determinada tarea. Debe realizar una acción motivada
por las percepciones resultantes de lo que aprendió durante la etapa
preparatoria y en el grado de la iluminación. Y lo que hay que realizar, lo
ha de intuir por el conocimiento de la referida escritura. Si reconoce su
deber y obra correctamente, habrá cumplido esta prueba. El éxito es
reconocible por el cambio que, a consecuencia de la acción, se produce en
las figuras, colores y sonidos percibidos por los oídos y ojos espirituales.
En la prosecución de la enseñanza oculta se indica exactamente cómo aparecen
y cómo se experimentan esas figuras, etc., después de la acción, y el
candidato ha de saber producir semejante cambio. A esta prueba se le llama
la "prueba del agua", porque al actuar en estas regiones superiores, el
hombre se halla privado del apoyo inherente a las condiciones externas, al
igual que el nadador en aguas profundas carece del firme sostén. La
tentativa debe repetirse hasta que el candidato logre plena seguridad.
También con esta prueba se trata de la adquisición de una determinada
cualidad; y mediante las experiencias en el mundo superior, el hombre la
desarrolla dentro de breve tiempo a tan algo grado que, en el curso de su
evolución normal, tendría que pasar por muchas encarnaciones antes de
alcanzarlo. Lo importante es lo que sigue. Para producir el cambio en el
dominio superior de la existencia, el candidato se guiará únicamente por lo
que resulte de su percepción superior y como consecuencia de lo que él lea
en la escritura oculta.
Si durante su actuar entremezclara algo de sus deseos, opiniones, etc., y si
no cumpliera, aunque sólo fuera por un momento, las leyes que él mismo ha
reconocido como justas, sino que se dejara guiar por su arbitrio, sucedería
algo muy distinto de lo que debe suceder. En tal caso, el candidato perdería
la dirección hacia su objetivo y el resultado sería la confusión. Es por eso
que esta prueba ofrece al hombre amplia oportunidad para desarrollar el
dominio de si mismo, y esto es precisamente lo que importa. Esta prueba,
pues, también pueden cumplirla más fácilmente quienes, antes de la
iniciación hayan pasado por una vida en la que adquirieron ese dominio de sí
mismo.
El que haya conquistado la facultad de supeditarse a principios o ideales
elevados, dejando de lado sus veleidades y arbitrios personales, y quien
sepa cumplir su deber incluso en los casos en que sus inclinaciones y
simpatías fácilmente tienden a desviarle de ese deber, ya es
inconscientemente un iniciado en medio de la vida co mún. Y poco le hará
falta para cumplir esa prueba.
Incluso hay que destacar que, por regla, se necesita un cierto grado de
iniciación, inconscientemente adquirida en la vida, para poder pasar la
segunda prueba. Al igual que las personas que no han aprendido a escribir
correctamente en su juventud, tropezarán con dificultades para salvar esa
deficiencia en la edad madura, así también será difícil desarrollar el grado
necesario de dominio de sí mismo con la visión de los mundos superiores, si
antes no se ha adquirido cierto grado de esa facultad en la vida cotidiana.
Las cosas del mundo físico no cambian sus propiedades, sean cuales fueren
nuestros deseos, anhelos e inclinaciones; no así en los mundos superiores
donde nuestros deseos, apetencias e inclinaciones producen efectos sobre las
cosas. Si allí queremos producir determinado efecto, es necesario que seamos
enteramente dueños de nosotros mismos y nos atengamos exclusivamente al
recto orden, sin estar sujetos a arbitrio alguno.
Una cualidad humana de particular importancia en esta fase de la iniciación
es el discernimiento absolutamente sano y certero. Esta cualidad debe haber
sido objeto de desarrollo en todas las fases precedentes, mas ahora se
evidenciará si el candidato la posee hasta tal grado que pueda seguir el
verdadero sendero del conocimiento. Sólo progresará si sabe discernir entre
la auténtica realidad y la ilusión, la vana fantasmagoría, la superstición,
así como toda clase de espejismos. Al principio, ese discernimiento es más
difícil en los grados superiores de la existencia que en los inferiores,
pues es necesario que desaparezca todo prejuicio, toda opinión predilecta,
con relación a las respectivas cosasy únicamente la verdad ha de servir de
guía. Hay que estar enteramente dispuesto a abandonar inmediatamente toda
idea, todo parecer, toda propensión, cuando el pensar lógico así lo exija.
La certidumbre en los mundos superiores sólo puede alcanzarse si se está
dispuesto a renunciar a la propia opinión.
Las personas cuya mentalidad se inclina a la fantasía y a la superstición no
pueden progresar en el sendero oculto. Un tesoro de gran valor ha de
adquirir el discípulo: dejará de dudar de la existencia de los mundos
superiores que con sus leyes, se revelan a su mirada. Pero no le será
posible adquirir este tesoro en tanto se deje engañar por espejismos
ilusiones. Le sería fatal que la fantasía y los prejuicios arrastrasen su
intelecto, pues los soñadores y fantaseadores, al igual que la gente
supersticiosa, son ineptos para el sendero oculto.
Nunca insistiremos suficientemente en ello. El soñar, fantasear y las
supersticiones, son los enemigos más peligrosos que acechan en el sendero
que conduce al conocimiento de los mundos superiores. Sin embargo, no hay
que creer que el discípulo se ve privado del sentido poético de la vida o
del don de entusiasmarse, por el hecho de que en el portal que conduce a la
segunda prueba de la iniciación está escrito: "Renuncia a todo prejuicio"; o
por haber leído ya en la puerta que conduce a la primera: "Sin buen sentido
común, serán vanos todos tus pasos".
Cuando el candidato haya progresado lo suficiente en ese sentido le aguarda
la tercera "prueba”. En ella no se le hace sentir ningún objetivo definido;
todo se deja en sus propias manos. Se halla en tal situación que nada le
induce a obrar; solo y por sí mismo debe encontrar su camino. No existe cosa
ni persona que le estimule a obrar. Nada ni nadie pueden darle la fuerza que
necesita, sino únicamente él mismo. Si fallara en encontrar dentro de sí
esta fuerza, pronto quedaría en el mismo punto que antes.
Pero pocos serán los que, habiendo cumplido las pruebas anteriores, no
encuentren ahora esa fuerza: o se ha fracasado ya antes, o se tiene éxito
también en esta prueba. Todo lo que el candidato necesita es entenderse
rápidamente consigo mismo, pues aquí debe encontrar a su "yo superior" en el
sentido más real de la palabra. Debe decidirse con prontitud a dejarse guiar
por la inspiración del Espíritu en todas las cosas. Ya no sobra tiempo para
reflexionar o para dudar, etc.; cada minuto de vacilación demostraría que
aún falta la madurez. Todo cuanto impida prestar oído al Espíritu debe
vencerse valientemente. Lo importante en esta situación es mostrar presencia
de ánimo. Esta es precisamente la cualidad cuyo perfecto desarrollo es el
objeto en esta etapa evolutiva.
Dejan de existir todos los estímulos para actuar y hasta para pensar, a los
que antes el candidato estaba acostumbrado. Y para no quedarse inactivo, el
discípulo no deberá perderse a si mismo. Pues sólo en sí mismo podrá
encontrar el único punto firme que pueda servirle de sostén. Nadie que lea
lo que aquí se expone, sin estar familiarizado con esta materia, debiera
sentir antipatía por este requisito de quedarse limitado a sí mismo, puesto
que el éxito en esta prueba significa para el hombre suprema felicidad.
También a este respecto, y no en menor grado que en los otros casos, la vida
común es para muchos una escuela oculta. Lo es para las personas que han
adquirido la capacidad de tomar decisiones inmediatas, sin vacilar, al verse
confrontadas súbitamente con ciertos problemas o compromisos de la vida. Las
situaciones apropiadas son aquellas en las que el éxito del actuar se
imposibilita si el ser humano no procede rápidamente. El que esté pronto
para obrar frente a una desgracia inminente cuando pocos momentos de
vacilación significarían su consumación; y quien haya transformado la fuerza
de resolución en un don permanente, habrá alcanzado, sin saberlo, la madurez
para la tercera "prueba", pues lo que importa para ella es el desarrollo de
la absoluta presencia de ánimo.
En la enseñanza oculta, se la denomina "prueba de aire", porque el candidato
no encuentra apoyo ni en el suelo firme de los motivos externos, ni en sus
experiencias de los colores, formas, etc., que aprendió a conocer a través
de la etapa preparatoria y de la iluminación, sino que debe apoyarse
exclusivamente en sí mismo. Cuando el discípulo haya cumplido esta prueba
puede entrar en el "templo del conocimiento superior". Ulteriores datos
sobre el particular apenas pueden darse en forma alusiva.
El requisito que ahora se impone suele caracterizarse diciendo que el
discípulo debe prestar "juramento" de no develar nada o "no hacer traición"
de las enseñanzas ocultas; pero estas expresiones de "juramento" y
"traición" no son, en manera alguna, adecuadas, y hasta pueden inducir a
error. No se trata de un "juramento" en el sentido corriente de la palabra.
Antes bien, se adquiere una experiencia, propia de esta etapa evolutiva. Se
aprende como se emplea el saber oculto y como se lo pone al servicio de la
humanidad; se comienza a comprender realmente el mundo. No se trata tampoco
de "no hablar" de las verdades superiores, sino más bien de saber
presentarlas juiciosamente y con el tacto necesario. En cambio, se aprende a
"permanecer callado" sobre algo muy distinto; se va adquiriendo esta
magnífica cualidad en relación con mucho sobre lo cual anteriormente se
solía hablar y, particularmente, en relación con la manera cómo se hablaba.
Procedería mal el iniciado que no pusiera al servicio del mundo, en la
medida de lo posible, los conocimientos adquiridos. En este campo el único
impedimento para transmitir conocimientos es la incomprensión por parte de
quien habrá de recibirlos. Es cierto que los misterios superiores no se
prestan para hablar de ellos innecesariamente, pero a nadie se le "prohibe"
hablar cuando haya alcanzado el grado de desarrollo descrito. Ninguna otra
persona ni otro ser le impone "juramento" alguno en ese sentido.
Todo se deja bajo su propia responsabilidad. Lo que aprende es a resolver
exclusivamente por sí mismo lo que tiene que hacer en cada situación. Y el
"juramento" significa simplemente que se ha alcanzado la madurez para asumir
tal responsabilidad.
Cuando el candidato haya alcanzado la madurez necesaria Para cumplir con lo
descrito, recibirá lo que simbólicamente se llama el "elixir del olvido": se
le inicia en el secreto de cómo se puede obrar sin verse continuamente
estorbado por la memoria inferior. Esto es necesario para el iniciado, pues
precisa tener siempre plena confianza en lo inmediatamente presente; saber
destruir los velos del recuerdo que se extienden alrededor del hombre en
cada instante de su vida. Si juzgo lo que se me presenta hoy, según lo
experimentado ayer, me expongo a múltiples errores. Naturalmente, esto no
quiere decir que se deba denegar la experiencia ya adquirida en la vida. Por
el contrario, hay que tenerla siempre presente lo mejor que se pueda. Pero
el iniciado debe tener la facultad de juzgar toda nueva experiencia por sí
misma, exponiéndose a su impresión sin dejarla turbar por el pasado.
Debo estar preparado en todo momento para que cada cosa o cada ser pueda
revelarme algo enteramente nuevo. Si juzgo lo nuevo según lo pasado, estoy
sujeto a error. El recuerdo de las experiencias pasadas me es de suma
utilidad, precisamente porque me permite percibir lo nuevo. De no poseer una
determinada experiencia, tal vez estaría ciego a las cualidades existentes
en el objeto o en el ser que se me presentan. La experiencia debe servir
precisamente para ver lo nuevo, no para juzgarlo en virtud de lo anterior.
El iniciado adquiere, en este sentido, facultades bien definidas, y por
medio de ellas se le revelan muchas cosas que para el no iniciado permanecen
ocultas.
El segundo "elixir" que se ofrece al iniciado es el "elixir de la memoria".
Gracias a él, adquiere la facultad de tener siempre presentes en el espíritu
los misterios superiores. Para ello, no bastaría la memoria común. El
discípulo debe aunarse plenamente con las verdades superiores. No es
suficiente conocerlas, sino emplearlas y servirse de ellas en el obrar
viviente, con la misma naturalidad con que habitualmente se come y se bebe.
Esas verdades han de transformarse en práctica, hábito e inclinación. No
debe de haber necesidad de reflexionar sobre ellas en sentido corriente; han
de manifestarse por medio del hombre mismo, fluir a través de él como las
funciones vitales de su organismo. Así va desarrollándose para el ser en
sentido espiritual, lo que la Naturaleza hizo de él en el físico. |
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