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Las impresiones
Las impresiones son imprescindibles para nuestra existencia. No podríamos
vivir ni un segundo si no existieran las impresiones. Si el aire no hiciera
impresión en los pulmones no podríamos vivir. Si la comida no lograra
impresionar al aparato digestivo tampoco podríamos vivir. Todos los
acontecimientos de la vida llegan al cerebro y a la mente en forma de
impresiones. La alegría, la tristeza, la esperanza, las preocupaciones, los
problemas, la desesperación, etc., cualquier circunstancia, cualquier
acontecimiento, por insignificante que parezca, llega a la mente en forma de
impresiones.
El ser humano siente, es un ser sensible, y vive muchas impresiones como
sensaciones. Todo organismo vivo experimenta sensaciones. Existen cinco
clases de sensaciones físicas, las correspondientes a los cinco órganos
sensoriales además de las sensaciones que recogen los órganos sutiles cuando
estos se encuentran desarrollados. Cada vez que un órgano entra en contacto
con un estímulo se produce la sensación, sea esta táctil, olfativa, visual o
de otro orden. Sólo existen tres clases de sensaciones, agradables, neutras
y desagradables. Las agradables suelen despertar deseo y, por consiguiente,
apego; las desagradables suelen desencadenar aversión y, por ello, rechazo.
De las cosas que nos resultan desagradables normalmente intentamos huir, las
apartamos o tratamos de cambiar las causas externas que la producen; hacemos
lo que sea para librarnos de lo que nos parece incómodo. A pesar de todo, no
hay forma de librarnos de la incomodidad hasta que no nos hayamos liberado
del deseo. Hagamos lo que hagamos con nuestro cuerpo, lo movamos como lo
movamos, la incomodidad aparecerá de nuevo, porque estamos deseando la
comodidad. Evidentemente, desear constantemente la comodidad es un modo de
pensar defectuoso y no tiene mucho sentido. Se debe a que cerramos los ojos
ante la realidad y tratamos de ver solamente lo que nos agrada.
Habitualmente tratamos de culpar siempre a otros de lo que nos parece
desagradable; algunos llegan incluso a culpar al diablo. Pero da igual a
quien se culpe, al vecino o al diablo, la verdad de la vida es la
impermanencia total y tenemos que comprenderlo para obrar de acuerdo con
ella.
Normalmente, las impresiones hieren a la mente y ésta, entonces, reacciona
contra el impacto que proviene del mundo exterior. Las respuestas de la
mente a las impresiones, cuando no se vive conscientemente, son automáticas.
En tal caso, si nos pegan pegamos, si nos insultan insultamos, si nos
invitan a beber bebemos, etc. Se debe evitar tal reacción, y esto sólo es
posible interponiendo la consciencia entre la mente y las impresiones.
A no ser que nos demos cuenta de lo que ocurre en nuestra mente y en
nuestros sentimientos cuando aparecen estas sensaciones, caeremos una y otra
vez reaccionando según la norma de nuestros viejos hábitos. Lo que pensamos
constantemente, aquello ante lo que reaccionamos una y otra vez, marca
surcos en nuestro interior. Como en un camino fangoso en el que un coche
patina y se hunde cada vez más, así ocurre en nuestro interior. El surco se
hunde más y más, hasta que al final es tan hondo que parece casi imposible
poder salir de él y seguir avanzando.
Estamos en contacto con las cosas exteriores, las sentimos y reaccionamos.
Sentimos el dolor y deseamos automáticamente huir de él. Pero en vez de
querer huir de él, si somos conscientes del punto en donde se encuentra la
sensación y percibimos su naturaleza cambiante, la sensación cambiará de
lugar o de intensidad. La impermanencia, la insatisfacción y la falta de
entidad propia son las tres características que podemos encontrar en todo lo
que existe; mientras no las veamos con absoluta claridad no podremos andar
el camino espiritual.
Cada día tratamos de liberarnos de las sensaciones desagradables librándonos
de las personas y de las situaciones que las producen, culpando a las demás
personas en vez de observar la reacción y comprender que ha aparecido, que
permanecerá un momento y desaparecerá; que nunca nada permanece igual, que
si la observamos detalladamente, aunque sólo sea un momento, estamos siendo
atentos antes que reactivos. Nuestra reacción, que pretende que conservemos
lo agradable y nos desprendamos de lo desagradable, es la razón de nuestro
continuo vagabundeo alrededor de la vida sin dirección alguna. Este es un
movimiento circular del que normalmente no se sabe salir, ya que es casi
imposible salir de ese surco, pues nos encontramos como en un tiovivo en el
que damos vueltas y más vueltas tratando de conservar lo agradable y
liberarnos de lo desagradable. Lo único que nos puede sacar de este tiovivo
es observar consciente y atentamente nuestras reacciones y por la
comprensión de lo que es dejar de reaccionar automáticamente y empezar a
obrar adecuadamente. Si, aunque sea por un momento, comprendemos esto, a
través de la misma comprensión nos desenvolveremos en la vida cotidiana con
gran ventaja para todos.
Cuando una sensación desagradable aparezca en el cuerpo no tenemos que
culpar a nadie, pues nadie tiene la culpa de las sensaciones aparecidas,
sólo son sensaciones que aparecen y desaparecen. Hay que observar las
sensaciones y aprender, pues si no miramos las sensaciones desagradables sin
rechazarlas nunca podremos vivir espiritualmente. Esta vida nos ofrece la
situación ideal para aprender que las sensaciones desagradables son sólo
sensaciones, que no tenemos que aceptarlas ni identificarnos con ellas
porque no las hemos invitado a aparecer en nuestra vida. Si no las invitamos
tampoco tenemos que pensar que son nuestras.
Todo es transformación. El proceso de la vida, en sí misma y por sí misma,
se fundamenta en la transformación. Cada criatura del Universo vive mediante
la transformación de una sustancia en otra. Un vegetal, por ejemplo,
transforma el aire, el agua y las sales de la tierra en nuevas sustancias
vitales, en elementos útiles. En los seres humanos el alimento común entra
en el aparato digestivo, donde se transforma para ser utilizado por el
organismo; y el aire se transforma en el aparato respiratorio para ser
igualmente utilizado. Las impresiones, cuando se experimentan de manera
consciente, también se digieren por la consciencia y nutren al ser humano.
Entonces le alimenta el cuerpo físico y le aporta también los componentes
necesarios para la creación y el sustento de los cuerpos existenciales que
son más sutiles que el físico.
Se debe ser consciente de las impresiones. Si uno es consciente y vive en un
estado de alerta percepción, de instante en instante, de momento en momento,
sin duda se va volviendo cada vez más consciente. Ser consciente significa
interponer la consciencia entre la mente y las impresiones.
Al ego se le alimenta con impresiones no digeridas, no transformadas. Esa
energía, que son las impresiones, o se utiliza para fortalecer la
consciencia y la vida espiritual o alimenta al ego. Muy pocas personas viven
siendo conscientes de lo que sucede en su “interior” y en su “exterior”, y
por eso las impresiones llegan a sus mentes y permanecen así, sin
transformar, dando origen y alimentando al ego.
Actualmente, en este pequeño planeta, cuando alguien vive conscientemente
origina fuerzas totalmente diferentes a las de sus semejantes, fuerzas
distintas, fuerzas que la hacen una persona completamente diferente a las
demás. Quienes crean tales fuerzas se vuelven distintos, superiores, se
transforman de tal modo que hasta su potencial de vida se multiplica. Si
se colocaran a dos personas en un lugar inhóspito, con mala alimentación,
mal ambiente, etc., uno que no viviera conscientemente, que vive una ida
mecánica y el otro que vive una vida consciente, de momento en momento,
podríamos estar casi seguros que el primero moriría antes y que el segundo
viviría más tiempo a pesar del ambiente inhóspito, porque está compuesto y
rodeado de fuerzas diferentes.
Necesitamos dejar de reaccionar y de vivir como robots. Pero, para ello,
debemos ser conscientes, obrar adecuadamente y, con ello, permitir que se
disuelvan todos los agregados psíquicos y dejar de crear otros nuevos.
Diariamente los estamos creando al no digerir las impresiones. Necesitamos
digerir las impresiones, transformarlas en fuerzas distintas para no crear
nuevos egoísmos. Y necesitamos digerir las viejas impresiones, las que
dieron origen a hábitos, emociones inferiores, pensamientos negativos,
instintos depravados, etc., las que originaron el egoísmo que actualmente
tenemos.
No existe, en realidad, algo como la vida externa. Casi todo el mundo cree
que lo físico es lo real. Pero si reflexionamos sobre ello nos daremos
cuenta que lo que realmente estamos recibiendo a cada instante, en cada
momento, son meras impresiones. La vida es una sucesión de impresiones, no
es como muchos creen una cosa sólida, física, de tipo exclusivamente
material. La realidad de la vida son las impresiones que cada uno recibe.
Éstas llegan a la mente a través de las ventanas de los sentidos. Si no
tuviéramos, por ejemplo, ojos para ver, ni oídos para oír, ni tacto para
tocar, ni olfato para oler, etc., ni aún siquiera gusto para saborear los
alimentos que entran en nuestro organismo, eso que se llama el mundo
físico no existiría para nosotros. La vida nos llega en forma de
impresiones y es ahí, precisamente ahí, donde existe la posibilidad de
trabajar sobre nosotros mismos.
El mundo físico no es tan externo como creen aquellos que carecen de
conocimiento. Lo exterior resulta ser lo interior y es ahí, sobre lo
interior, donde se debe trabajar. Las impresiones son interiores. Todos
los objetos, las cosas, todo lo que vemos existe en nuestro interior en
forma de impresiones. Pero esta idea es muy difícil de comprender porque
es muy poderoso el hipnotismo que provocan los sentidos. Aunque sea
difícil de entender, casi todos los seres humanos se hallan en una especie
de hipnosis colectiva. La lujuria, la codicia, el odio, el orgullo, la
envidia, etc., existen en forma de impresiones dentro de la mente y
condicionan la consciencia. La mente se encuentra tan enfrascada en el
mundo de los cinco sentidos que cree firmemente que éstos le muestran la
realidad. Pero el ser humano debe conocer que vive en el propio mundo que
crea con sus pensamientos y sentimientos. |
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