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La consciencia.
La consciencia es una preciosa función de la mente que nos permite darnos
cuenta. Es como una gema en bruto que uno puede ir puliendo y embelleciendo
primorosamente. Todas las técnicas de autorrealización y temas liberadores
de Oriente se sirven del cultivo metódico, el desarrollo y acrecentamiento
de la consciencia. Esto supone una capacidad de libertad interior de la que
habitualmente se carece y la posibilidad cierta de ir más allá de los
pensamientos rutinarios y que son el producto de los códigos, descripciones
y adoctrinamientos que hemos recibido de los demás. La ampliación de la
consciencia nos permite percibir sin el condicionamiento distorsionante de
los perjuicios y conductas aprendidas, sin reacciones anómalas y
perturbadoras, sin filtros falsificadores.
Una consciencia entrenada está, asimismo, menos condicionada por las
corrientes subconscientes y las impregnaciones subliminales, y opera más a
la luz de un verdadero entendimiento con enfoques más ajustados y diestros
de los hechos vitales. Cuando la consciencia está libre de torbellinos
subconscientes, capta con una diafanidad infinitamente mayor y deja de
reaccionar fea y mecánicamente para conseguir la respuesta fresca en la
urgencia de cada instante.
Una consciencia adiestrada en la meditación se sitúa más allá de los
estrechos límites del apego y de la aversión, y puede percibir desde la
ecuanimidad, o sea sin reacciones desproporcionadas, imparcialmente, con
precisión. Al intensificarse la consciencia, es posible mirar con mucha
mayor sagacidad y objetividad los propios impulsos, intenciones, reacciones,
emociones y pensamientos. De una observación tal, atenta y ecuánime,
sobreviene un orden interno que permite vivir la vida y a uno mismo de modo
distinto.
Se abre la comprensión (una comprensión cabal y panorámica) y a través de
ésta uno puede procurar un sentido elevado a la propia existencia, vivir
desde el núcleo ontológico, entender claramente qué quiere uno hacer consigo
mismo y con qué medios cuenta o puede contar para ello.
Una comprensión clara jamás proporciona la egorrealización, sino la genuina
autorrealización, y es siempre de enorme beneficio tanto para la vida
interna y mística como para la cotidiana. Con una comprensión tal aprendemos
a actuar con la mayor idoneidad posible y saber utilizar los recursos
propios para poder avanzar en el camino interior al tiempo que nos manejamos
en la vida externa. Comprendemos así lo que es aparente o ilusorio y lo que
es real; distinguimos entre lo trivial y lo esencial; entendemos los
mecanismos del ego, del deseo, de la ignorancia, de los venenos de la mente
y dejamos de ser hojas a merced del huracán de nuestra propia mecanicidad.
Al comprender justa y cabalmente, con claridad, estamos en mejor
disponibilidad para ir mutándonos psicológicamente y encontramos los medios
y recursos necesarios para provocar ese cambio interno. |
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