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FORTALEZA
La fortaleza es coraje, es la
capacidad de reencontrar la fuente de energ ía
inagotable que nos hace posible iniciar o reiniciar una tarea, o levantarnos
después de un revés de la Vida, desde el convencimiento de que todo obstáculo
es, por su propia naturaleza, salvable y necesario para el aprendizaje, y
todo dolor, transitorio.
La fortaleza asegura, en las
dificultades, la firmeza y la constancia en la pr áctica
del bien. Es una fuerza interior arraigada en el amor, que actúa
en nosotros como un impulso sobrenatural, nos da vigor al alma y nos
sostiene la voluntad. Nos hace prontos, activos y perseverante para afrontar
dificultades y peligros.
La fortaleza nos robustece el
ánimo
frente a las dificultades de la Vida. Supone también vulnerabilidad, pues
sin vulnerabilidad no se daría ni la posibilidad de fortaleza. Ser fuerte
es, en el fondo, estar dispuesto a sacrificarse e, incluso, a morir, pues
este es el acto supremo de la fortaleza, aquel en el que encuentra su
plenitud. La disposición para el sacrificio es la raíz esencial de la
fortaleza. Los seres humanos a los que Dios mantiene la fuerza hasta el
final son más bien aquellos que antes preferían escapar que no. En el
sacrificio el fuerte triunfa sólo
a costa de morir.
La espiritualidad constituye
el fundamento necesario de la fortaleza. El momento de la resistencia al mal
y su tentaci ón
implica una enérgica actividad del alma, un valerosísimo acto de
perseverancia en la adhesión al bien. Y sólo de la espiritualidad surge el
valiente corazón, surge la energía
que da arrestos al cuerpo y al alma para obrar apropiadamente a pesar de lo
adversas que sean las circunstancias.
Fortaleza significa tambi én
paciencia, pues paciente no es quien huye del mal, sino quien no se deja
arrastrar por su presencia a un estado desordenado. Ser paciente significa
no dejarnos arrebatar la serenidad ni la clarividencia del alma por las
heridas que recibimos mientras hacemos el bien. La fortaleza es la paciencia
que nos mantiene en posesión
de nuestra alma, es ver el deseo y el ego y dejar que se desvanezcan por la
conciencia, el conocimiento y el amor.
La acci ón
justa necesita muchas veces de fortaleza. Toda la vida espiritual tiene su
fundamento en la virtud de la prudencia, es decir, en la capacidad de ver
objetivamente la realidad de lo que es en nuestra vida, de ver la realidad
en las diferentes situaciones concretas de la Vida y obrar adecuadamente.
Este mundo est á
constituido de tal forma que la justicia, como el bien general, no se
realiza por sí sola, sino que es necesario que la persona justa esté
dispuesta, en su sacrificio, llegar hasta la muerte. El mal tiene poder en
este mundo, y este hecho pone de relieve la necesidad de la fortaleza que,
en realidad, no es otra cosa que la disposición para realizar el bien aun a
costa de cualquier sacrificio. Así,
la misma fortaleza es un testigo indiscutible de la existencia del mal en el
mundo.
La fortaleza verdadera est á
esencialmente ligada a la realización
de la justicia. No se puede ser fuerte sin ser justo. Pero no es una
agresiva temeridad que se impone a toda costa, pues la temeridad contraria a
la virtud de la fortaleza.
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