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La energía de los Apolo.
Durante treinta años la NASA ha mantenido un secreto cuya divulgación habría
revolucionado la explotación energética, la automoción y la aviación. De haberlo
hecho público, la emisión de CO2, uno de los mayores causantes del calentamiento
del Planeta, hoy sería insignificante.
Desde que Sir Isaac Newton, en 1666, formuló la Ley de la Gravitación Universal,
se asumió que la gravedad de la Luna era aproximadamente de un sexto, un 16,66%
de la terrestre, por lo que allí, cualquier objeto sería seis veces más ligero.
La atracción gravitatoria entre dos masas, en este caso planeta y satélite,
define una llamada "zona neutra", en la que sus respectivos campos gravitatorios
se compensan, y en teoría, un objeto allí abandonado, no caería hacia ninguno de
estos cuerpos celestes. La distancia media entre la Tierra y la Luna es de
384.000 kilómetros, y de acuerdo a las fórmulas de Newton, esta zona neutra se
hallaría aproximadamente a 1/9 de distancia, aproximadamente a 38.400 kilómetros
del centro de la Luna, cuya influencia gravitatoria es mucho más reducida. El
conocimiento exacto de la ubicación de la zona neutra es fundamental para los
cálculos que marcan el rumbo de los cohetes, su velocidad, su pérdida de masa en
combustible, etc.
En
1982, el ingeniero nuclear y profesor de Oregon State University, William L.
Brian II, publicó un libro, ahora imposible de encontrar, titulado Moongate:
Suppressed Findings of De U.S Space Progran. (The NASA-Military Cover-Up)-
"Moongate: Descubrimientos suprimidos del programa espacial de EE.UU. (La
Tapadera de la NASA-Militares)"- aludiendo al escándalo Watergate que costó la
presidencia a Nixon. Recogemos algunos datos de este libro.
Werner von Braun, máximo responsable del programa espacial de la NASA, en la
edición de 1969 de su History of Rocketry & Space Travel -"Historia de la
cohetería y viajes espaciales"-, tuvo un desliz. Se le escapó afirmar que la
zona neutra entre la Tierra y la Luna se halla a 69.983 kilómetros del centro de
esta última, (en lugar de los 38.000 kilómetros estimados desde Newton, hasta
los años 1950). Otras publicaciones basadas en información de la NASA, la sitúan
entre 62.000 y 70.000 kilómetros. La densidad media, la masa y la gravedad de la
Luna serían superiores a lo estimado.
Brian analiza los movimientos de los astronautas en el suelo lunar, que de
acuerdo a los datos proporcionados por la NASA, con una escafandra espacial de
82 kg de peso, sumados a otros tantos del astronautas, resultarían 27 kg si la
gravedad de la Luna fuera de 1/6 de la terrestre. Pero no parece así:
movimientos dificultosos, caídas tontas, dificultad en levantarse sin ayuda,
fatiga inexplicable con consumo alarmante de oxígeno, ridículos saltos menores
de medio metro... La conclusión de Brian es que el peso auténtico del traje
espacial y la mochila es de 34 kg, lo que sumado a los del astronauta serían 116
kg, que en la gravedad del 64% estimada por él en la Luna, representarían 74 kg,
lo cual explicaría todo lo anterior.
A partir de esto. Brian ha hecho unos cálculos que le han dado una gravitación
lunar del 64% de la terrestre, lo que es discutible, pero al analizar el
comportamiento de los astronautas sobre el suelo lunar, parece que responde a la
gravitación por él estimada. Ello condiciona todo el programa de exploración de
la Luna.
Cohetes insuficientes
Si la atracción gravitatoria en la superficie de la Luna es un 64% de la
terrestre, el LM, módulo lunar, tanto para frenar su caída y hacer un alunizaje
suave, como para el posterior despegue de la cápsula adosada, requeriría unas
características semejantes a las de un Titán II, de unos 30 metros de largo y
150.000 kg de peso. El módulo lunar, según la NASA, pesa sólo 15.000 kg. Con
estas medidas y peso, es imposible que pueda llevar el combustible necesario
para las maniobras de alunizaje y despegue en una gravedad del 64% de la
terrestre. Sin embargo sí parece claro que lo que se posaba en la Luna era el
LM, módulo lunar, esa especie de insecto monstruoso que nos ha mostrado
repetidas veces la NASA, y que ahora se halla en el Smithsonian Museum.
Evidentemente no era un artefacto mucho mayor, como el referido Titán II. Por
este motivo, Brian deduce que además de cohetes, el módulo lunar llevaba un
sistema antigravitatorio que reducía su peso quizás a un 20% del total, los
15.000 kg se quedaban en 3.000 kg o menos, y los cohetes ya eran operativos.
La antigravitación
En 1927 los investigadores polacos Kowsky y Frost, al aplicar un potente campo
electrostático intermitente a una pastilla de cuarzo de sólo 5 X 2 X 1,5 mm,
cruzado con un campo electromagnético de altísima frecuencia, observaron un
hecho inverosímil: el cristalito se enturbió, se hinchó incrementando su volumen
800 veces, volviéndose poroso como el PE expandido, llamado corcho blanco, y se
elevó. En posteriores pruebas levantaba un peso de 25 kg. El experto en
gravitación J. G. Gallimore asegura que en 1980, reprodujo el experimento con
éxito. Pero ya antes, John W. Keely, a finales del siglo pasado, descubrió
sistemas antigravitatorios que hacían levitar objetos pesados por medio de
combinaciones de sonidos que producían resonancias armónicas, pero son
prácticamente irreproducibles.
En 1930 Viktor Schauberger estaba probando su "motor de implosión", una turbina
en circuito cerrado de agua que describía un movimiento espiral muy sofisticado,
cuando ésta empezó a rodearse de una luminosidad azulada, con una carga estática
de miles de voltios. Para sorpresa y susto de los presentes, arrancó los
anclajes del suelo y se elevó, estrellándose contra el techo. El artefacto
pesaba más de cien kg. Cuando, durante la II Guerra Mundial, Schauberger fue
obligado a trabajas para los alemanes, diseñó dos prototipos de platillo
volante: A y B, de unos 65 cm de diámetro, construidos por la compañía Kertl de
Viena y montados en Schloss Schönbrunn. Llevaban un circuito cerrado de una
mezcla de agua y aire, movido por un pequeño motor eléctrico proporcionado por
la Luftwaffe que alcanzaba 20.000 rpm. Al poner en marcha el modelo A, sin
autorización de Schauberger, se rompieron los anclajes y con gran disgusto suyo,
se estrelló contra el techo del hangar y se destrozó. Schauberger, basándose en
la resistencia de los tornillos, estimó la fuerza ascensorial equivalente a 228
toneladas. Poco antes de su muerte, en 1958, fue forzado a ceder sus secretos al
consorcio americano Donner-Gerchsheimer. Donner, era un magnate del metal.
Gerchsheimer, un prestigioso ingeniero nacido en Baviera y nacionalizado
estadounidense antes de iniciarse la II Guerra Mundial. Durante la ocupación
aliada de Alemania, fue la autoridad civil de más alto rango en la zona
americana, con considerable influencia política. Estaba interesadísimo en los
descubrimientos de Schauberger y además era amigo de Werner von Braun...
En 1921, el profesor francés Marcel Pagés, reproduciendo un experimento de
Faraday, hacía levitar un disco de mica de unos 25 cm de diámetro, cargado con
un altísimo potencial eléctrico. Antonio Ribera presenció en 1967 una
demostración que le impresionó profundamente. Parece que la General Electric
americana, uno de los fabricantes más importantes de turborreactores, le
subvencionada para que no divulgase sus secretos. Los servicios secretos
franceses y el Deuxième Bureau le protegían discretamente para evitar su rapto
por el Bloque del Este. Según Pagés, la General Electric había construido en
secreto un prototipo mucho mayor.
En 1952 el británico John Searl, al probar una máquina discoidal generadora de
energía libre, de un metro de diámetro y alimentada por un pequeño motor que
hacía girar una serie de imanes periféricos, logró que alcanzara un potencial de
100.000 voltios. Empezó a girar por sí mismo a gran velocidad, se elevó
rompiendo los cables que lo alimentaban y se quedó levitando inmóvil mientras se
rodeaba de un halo luminoso rosado. Cuando adquirió mayor velocidad, se escapó
hacia el espacio y nunca se pudo recuperar el dispositivo. Posteriormente
repitió pruebas con otros modelos mayores que pudo controlar y la BBC produjo un
reportaje incluyendo demostraciones de vuelo.
Podríamos citar otros inventores como el escocés Sandy Kidd, con sus giróscopos
levitadores, o el americano Floyd Sweet, con su VTA, Vacuum Triode Amplifier, un
generador de energía libre formado por un bloque rectangular de ferrita de
bario, de 3 kg de peso, envuelto en tres devanados perpendiculares entre sí, que
en una prueba presenciada por el físico Tom Bearden, al aplicarle una corriente
de 1 miliamperio a 9 voltios, o sea, 9 miliwatios, aparte de proporcionar 5
kilowatios perdió el 90% de su peso y, además, enfrió el ambiente. Otros
generadores de energía libre también han mostrado el mismo fenómeno, aunque de
manera menos pronunciada. Desgraciadamente son experimentos poco reproducibles,
con abundantes fallos.
Quizás el inventor de antigravedad más conocido es Thomas Townsend Brown,
descubridor con Biefeld del llamado efecto Biefeld-Brown, por el que un
condensador cargado genera un empuje por el lado negativo. Entre 1926 y 1960
construyó una serie de aparatos discoidales. Uno de 60 cm, en vuelo circular,
como los aeromodelos, alcanzaba una velocidad de 18 km/h con un consumo de 50 W.
En la sociedad SNCASO constructora del Caravelle y del Concorde, se hicieron
pruebas en vacío, alcanzando una velocidad tan alta que había que interrumpir el
vuelo. Aunque todos los procedimientos que hemos apuntado son tecnológicamente
distintos, al final coinciden en el efecto antigravitatorio de una sustancia
dieléctrica o aislante con una carga eléctrica de kilovoltios, lo que Brown
aplicaba directamente.
Una de las autoridades mundiales más prestigiosas en antigravedad, es el japonés
Dr. Shinichi Seike, director del Gravity Research Laboratory, en Uwajima City,
Werner von Braun tenía amistad con él y hacía frecuentes viajes al Japón para
cambiar impresiones.
El gran secreto
Con estos precedentes, ya en 1960, e incluso antes, la NASA tenía una perfecta
información de estos procedimientos y otros públicamente desprestigiados y
ridiculizados, cuya exclusiva guardaría celosamente. Es lógico que con tal
abundancia de posibilidades en sistemas antigravitatorios interesase
estudiarlos, desarrollarlos y verificarlos. Como prueba de ello, la NASA ha
publicado una serie de documentos sobre experiencias de levitación
electrostática, suponemos subproductos inocuos de serios ensayos. Imaginamos a
Gerchsheimer, entusiasta de Schauberger y propietario de sus descubrimientos,
machacando en alemán a Von Braun. A la NASA no le era difícil conseguir un
sistema antigravitatorio ligero y disimulado, que sin necesidad de una
escandalosa levitación, aligerase el 80% del peso del módulo lunar. En la Luna
no había testigos terrestres y nadie iba a enterarse. Todos creerían que las
maniobras de alunizaje y despegue se debían exclusivamente a cohetes. Sin
embargo, en Tierra debían seguir con los monstruosos cohetes de 3.000 toneladas.
Si usaban estos ridiculizados hallazgos antigravitatorios, todo el mundo se
enteraría y nuevos inventores se movilizarían para reproducirlos y mejorarlos.
Los soviéticos carecerían de la información que permite desarrollar tecnologías
antigravitatorias y, aunque estaban más avanzados en las primeras fases del
viaje lunar, les faltaba el final, el alunizaje y posterior despegue. De aquí su
fracaso en esta parte del programa espacial, la conquista de la Luna. También es
posible que tuvieran esta información, pero no la desarrollaron, cegados por el
dirigismo político nacionalista-leninista, adorador del bolchevique Tsiolkowsky,
que en tiempos del Zar, fue el primer inventor, calculador y profeta de los
grandes cohetes de etapas para ir a la Luna.
Es probable que en la actualidad estos procedimientos antigravitatorios y otros
que estén estudiando y perfeccionando en un sector de la llamada Área 51, cuyo
nombre oficial es, irónicamente, el poético Dreamland - "País de los Sueños"-.
En este territorio prohibidísimo del Estado de Nevada, con unas enormes
instalaciones subterráneas, se están ensayando toda clase de prototipos
secretos, entre ellos platillos volantes "Made in USA", y allí se tendrán
guardados hasta que los mandamases de la política mundial decidan manifestarse
al respecto. Hay fundados rumores, y físicos como Paul LaViolette y Elizabeth
Rauscher están convencidos de que el bombardero invisible B-2 Stealth, sin ser
un platillo, cuenta con un sistema de propulsión auxiliar basado en el efecto
antigravitatorio Biefeld-Brown, que sólo activa a gran altura.
También tenemos que tener presente, que según los documentos salidos a la luz
del MJ-12, en el pacto inicial con los EBEs, Estados Unidos pedía información
para desarrollar un sistema antigravitatorio. De nuevo, todo es oscuro, pero
siempre hay un destello para quien se atreve y quiere ver.
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