|
ENERGÍA VITAL
El
ser humano y toda la Naturaleza –toda la Vida- es una manifestación de la
energía de Dios. La Tierra en la que vivimos es también un organismo vivo,
es la energía de Dios materializada. En determinados lugares se encuentran
unas líneas de energía, que bajan del cielo a las montañas y continúan a lo
largo de la Tierra, cuya función es parecida a la de los meridianos por
donde circula la energía en el ser humano. A través de ellos se vierte
vitalidad del cosmos hacia la Tierra. Contemplando los lugares naturales más
bellos de este planeta puede sentirse la energía vibrante que circula y que
todo lo impregna. Visitando estos sitios uno no puede menos que sentir
aquella mezcla vibrante de bienestar y de respeto por la Naturaleza que
impulsa y ayuda a vivir espiritualmente.
La dimensión física en la que estamos inmersos no es, en realidad,
“material”. Las cosas no existen como las vemos, sino que toman esas formas
al ser percibidas por nuestros sentidos. Nada en esta Creación es sólido ni
estático. Los objetos se perciben como sólidos pero, en realidad, lo que
existe son átomos compuestos de pequeñas partículas en movimiento incesante
y un inmenso espacio entre ellas. No existe ni una sola formación sólida en
el Universo, todo está formado por partículas de energía que se mueven tan
rápidamente –a veces chocando y desintegrándose- que crean la ilusión de
solidez.
En Asia oriental se encuentra desarrollado el conocimiento de las energías
que conforman la dimensión física, incluido al ser humano, en la medicina,
en la acupuntura y en muchas formas de masaje. Aparece también en las artes
marciales como el kárate, judo, aikido y sumo, e incluso en artes tan
delicadas como la ceremonia del té y la disposición de las flores. En todas
estas actividades el centro de gravedad no se halla en la cabeza, sino en el
abdomen, en el lugar llamado tan tien o kikai, situado unos tres centímetros
por debajo del ombligo. Esta última palabra significa literalmente “el mar
de la energía”.
Esta energía de la que hablamos es la que en diferentes culturas se ha
venido a llamar prana, ki, chi, Kundalini, Shakti o, más familiarmente,
Espíritu Santo. Es la energía que viene de Dios y da vida a la Creación, de
forma gratuita, generosa y abundante; está ahí y sólo se requiere aprender a
vivirla. Es una energía cósmica, o fuerza vital, que circula a través del
Universo, dando vida y uniendo a todas las cosas. También circula por el
cuerpo humano, sin tropiezos cuando está sano, siguiendo canales bien
definidos que se llaman meridianos. Estos forman una red de canales, que no
todo el mundo puede ver, que permiten el paso y guía la energía hacia todos
los tejidos del organismo.
Quien sabe manejar la energía puede realizar hechos extraordinarios, incluso
curar. Podemos aprender a dirigirla y curarnos a nosotros mismos o hacer que
fluya a través del propio cuerpo hacia el cuerpo de otra persona,
comunicando así salud y fuerza. Una manera de hacerlo es mediante la
imposición de manos. La palabra japonesa para curar es teate, que
literalmente significa “imposición de manos”. Y en el antiguo mundo oriental
se curaba a las personas mediante la imposición de las manos. Pero el hecho
más extraordinario que podemos realizar con un nivel elevado de energía es
vivir espiritualmente.
Los seres humanos constituimos una unidad corporal/espiritual que existe y
se desarrolla sobre la base de la energía. Nada es posible sin energía;
gracias a ella funciona el cuerpo, la mente y el sistema emocional. La salud
es el resultado de una armonía en todo el ser que permite que la energía
fluya libremente. Es preciso aprender a incrementar, economizar, purificar y
administrar las propias energías y, por el contrario, evitar la inútil
contaminación, dispersión, despilfarro o diseminación de las mismas. Cuanto
mejor fluye la energía por la unidad cuerpo/alma más consciente se vive y se
obra más adecuadamente en la vida, además de sentirse uno más equilibrado y
vibrante.
Sólo viviendo espiritualmente puede fluir la energía sin resistencias a
través de los canales del propio cuerpo, pues la energía es bloqueada por la
tensión, la ansiedad, el odio o el rencor de cualquier género. La energía se
estanca y se derrocha por estados negativos del ser, cuando no se es
consciente, no se ama y no se obra adecuadamente. De la energía que se
pierde cuando no se vive espiritualmente se alimenta siempre un agregado
psíquico que uno mismo crea. Entonces uno se queda debilitado porque pierde
un poder que es el mismo que le entrega al ego.
Se puede obrar adecuadamente, permitiendo el fluir y el almacenamiento de la
energía, o inapropiadamente, bloqueando su paso, y hay que tener en cuenta
que obras son pensamientos, sentimientos o actos físicos. Normalmente no se
siente instantáneamente el aumento o la pérdida de la energía, sino que se
goza o se padece al cabo de un cierto tiempo de haber obrado. Esta es la
causa por la que no se suele relacionar las propias obras con el aumento o
detrimento de la energía.
La fuente única de donde brota la energía es Dios, y el medio más perfecto
para permitir que la energía fluya es la espiritualidad. Existe un
conocimiento, un arte relativamente oculto, que indica como tratar la
energía y así obrar de forma siempre más adecuada. La flor de este
conocimiento se abre únicamente cuando amanece la luz de la vida espiritual.
 |
|