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La educación en la
actual crisis mundial
La correcta educación debe representar un papel fundamental en la actual
crisis mundial. Pero, Antes que nada, para comprender qué papel puede
desempeñar la educación en la actual crisis mundial, debemos comprender cómo
ha llegado a producirse la crisis. Si no entendemos eso, la simple
edificación sobre los mismos valores, sobre el mismo terreno, sobre los
mismos cimientos, producirá más guerras, nuevos desastres. Tenemos, pues,
que investigar, en primer lugar, cómo ha llegado a producirse la crisis
actual, y al comprender las causas comprenderemos, sin lugar a dudas, qué
clase de educación necesitamos.
Resulta muy claro que la crisis actual es el resultado de los falsos
valores; de los falsos valores en la relación del ser humano con la
propiedad, con sus semejantes y con las ideas. La expansión y predominio de
los valores materialistas engendra necesariamente el veneno del
nacionalismo, de las fronteras económicas, de los gobiernos soberanos y del
espíritu patriótico, todo lo cual excluye la cooperación entre los seres
humanos para su propio beneficio, y corrompe la relación entre las gentes,
que es la sociedad. Y si la relación del individuo con los demás no es la
apropiada, la estructura de la sociedad tiene que desplomarse por fuerza.
De un modo análogo,
el ser humano, en su relación con las ideas justifica una ideología -ya sea
de izquierdas o de derechas, con buenos o malos medios, una ideología, en
fin- para lograr un resultado. De manera que la desconfianza mutua, la falta
de buena voluntad, la creencia de que un buen fin puede alcanzarse por malos
medios, el sacrificio del presente por un ideal futuro, todo eso se ve
claramente que son causas del actual desastre, del desorden en el que vive
la humanidad.
Es un tanto extenso
entrar en
todos los detalles, pero a primera vista uno puede comprender cómo se ha
producido este caos, esta degradación. El origen está en los falsos
valores y en la dependencia de la autoridad, de los dirigentes, ya sea en
la vida diaria, en la pequeña escuela o en la gran universidad. Los
dirigentes y la autoridad son factores de deterioro para cualquier
cultura. En cuanto uno depende de otra persona, ya no depende de sí mismo;
y cuando uno no depende de sí mismo, tiene que ser un conformista, y el
conformismo con el tiempo desemboca en la dictadura de los estados
totalitarios.
Al comprender, pues, todas estas cosas -al comprender las causas de la
guerra, de la presente catástrofe, de la presente crisis moral y social- y
al ver tanto las causas como los resultados, naturalmente uno empieza a
percibir que la función de la educación es la de crear nuevos valores, no
la de limitarse a implantar valores existentes en la mente del alumno, lo
cual no hace más que condicionarlo sin despertar su inteligencia. Pero
cuando el propio educador no ha visto cuáles son las causas del caos
presente, ¿cómo puede crear nuevos valores, cómo puede despertar la
inteligencia, cómo puede impedir que la próxima generación siga los mismos
pasos que al final conducirán a un desastre aún mayor?
Lo importante es que el educador no se
limite a implantar ciertos ideales y a transmitir mera información, sino que
consagre todo su pensamiento, todo su esmero, todo su afecto, a crear el
ambiente apropiado, la atmósfera adecuada, de manera que cuando el niño
crezca y alcance la madurez, sea capaz de habérselas con cualquier problema
humano que se le plantee. La educación está en íntima relación con la actual
crisis mundial; y todos los educadores, al menos en Europa y América, están
dándose cuenta de que la crisis es el resultado de una educación errónea. La
educación sólo puede transformarse educando al educador, y no simplemente
creando una nueva norma, un nuevo sistema de acción.
La correcta educación
debe estar destinada a cultivar la totalidad del ser humano. El desarrollo
integral del alumno constituye el propósito esencial de toda educación digna
de ese nombre, pues sólo de ese modo se puede contemplar una solución
radical y duradera a la crisis endémica que aqueja a la sociedad y que tiene
sus raíces en el estado fragmentado de la conciencia.
Necesitamos investigar en profundidad la condición humana. Esta labor merece
una mayor atención de la que ha recibido por parte de los educadores y del
ser humano en general y, dados los tiempos que corren, no está de más
resaltar algunos de los aspectos esenciales de la pedagogía espiritual que
lleva al ser humano hacia la libertad.
La integridad fundamental se tiene que plantear como fin primordial de la
educación, lo que implica el desarrollo armonioso de cuerpo físico, del
corazón y de la mente. Para ello, la educación no puede limitarse a impartir
conocimientos y perfeccionar habilidades con vistas a una integración en el
mercado laboral o en el orden social, sino que debe asumir plena
responsabilidad respecto a la realidad psicológica o interior de la persona,
pues esta realidad constituye el factor determinante de la dinámica, por lo
general desastrosa, de nuestras relaciones, las cuales son la esencia de la
sociedad.
Por consiguiente, nuestro enfoque pedagógico se propone, ante todo, liberar
al ser humano de los factores de división y conflicto, cuyo origen
fundamental es el movimiento egocéntrico del pensamiento.
Nuestro planteamiento de la educación es eminentemente moral, pues su
elemento clave es la transformación de la persona por medio del
autoconocimiento y de su conocimiento del medio. La relación, como
fundamento que es de la vida misma, nos ofrece un espejo en el que nos vemos
reflejados tal como somos, pues es el campo en el que nuestro
condicionamiento, creatividad y diversas formas de ser se forjan,
manifiestan y modifican. Por ello, la relación con la naturaleza, con las
cosas, las personas y las ideas constituye el núcleo del proceso educativo,
el cual se asienta sobre las artes de ver, escuchar, cuestionar y aprender,
verdaderos pilares del gran arte de vivir.
Las escuelas libres cubren tres áreas básicas de actividad, a saber:
facilitarle al alumno la adquisición de los conocimientos y capacidades
necesarios para desenvolverse en la sociedad, descubrir y cultivar sus
talentos innatos y despertar en él un profundo interés por la totalidad e
integridad de la vida.
En la actual práctica educativa, la mayoría de las energías se canalizan
hacia los dos primeros fines, es decir, hacia la adquisición de
conocimientos y el cultivo de la capacidad, con su correspondiente
especialización. Esto está en línea con el concepto de la educación como
medio de adaptación o integración social, lo cual incluye tanto la formación
laboral como la adopción de una identidad colectiva y su esquema de normas y
valores.
Por lo general, el tercer aspecto queda relegado a la categoría de un
interés privado, cuando en realidad es el más universal de todos y, por lo
tanto, debería estar en el corazón mismo de la práctica educativa, pues la
relación con el todo es la vocación fundamental e inalienable del ser
humano. El ser humano, como tal, no es un ente especializado.
Debemos negarnos a sistematizar para no enjaular la vida, que es movimiento
y novedad incesantes, en conclusiones teóricas. Sin embargo, podemos
enumerar algunos de los propósitos básicos de nuestro planteamiento
holístico de la educación, en los seis siguientes:
- Generar la cualidad de habilidad y precisión en la acción.
- Establecer una relación cercana y no destructiva con la naturaleza.
- Tener una visión global de la humanidad.
- Desarrollar una profunda sensibilidad a la belleza.
- Facilitar el florecer del más profundo afecto.
- Despertar la inteligencia.
Estos propósitos fundamentales informan todo el proceso de aprendizaje,
desde el programa académico a las relaciones entre todos los que participan
en la actividad escolar, ya sean profesores, alumnos y demás. El aprendizaje
es primordialmente heurístico, o sea enfocado al descubrimiento directo por
parte del alumno, y abarca, por consiguiente, tanto el movimiento externo
como el interior. De este modo se sientan las bases de una existencia no
dualista.
Para facilitar este florecer de la integridad, es esencial establecer un
ambiente libre de los patrones destructivos de autoridad, con su estructura
condicionante de premio y castigo. Esta estructura tradicional suele
mantenerse a fuerza de imposición y temor y produce heridas psicológicas,
las cuales conducen a que el niño/a desarrolle toda una gama de reacciones
reflejas de inhibición y autodefensa.
Debemos ser muy conscientes del daño causado por la comparación y la
competencia en el ámbito escolar. A ellas se debe en gran medida la
implantación de la envidia y la ambición como base de las relaciones
sociales. La integridad o bondad sólo puede florecer en libertad y ésta
viene acompañada de responsabilidad, la cual no es consecuencia del deber
sino la expresión natural de la sensibilidad y del compromiso con la armonía
e integridad de la relación. Esto tiende a generar un clima de seguridad y
cuidado en el que puede germinar cierta cualidad de dicha creativa.
No obstante, la cuestión de la libertad y la integridad no se limita a
establecer un entorno armonioso sino que comporta al mismo tiempo la toma de
conciencia de aspectos psicológicos más profundos, tales como el apego, la
identificación y la violencia, que poseen un potencial devastador y
constituyen un substrato perdurable de ignorancia humana. De hecho, sería
imposible establecer un ambiente externo armonioso sin investigar
debidamente estos factores internos de condicionamiento destructivo.
La ignorancia consiste, esencialmente, en no conocerse o comprenderse uno a
sí mismo. Esta ignorancia está en la raíz misma de nuestros problemas, pues
la realidad humana está organizada por la psique, por el pensamiento. Y esta
misma psique, en su equivocada búsqueda de poder, placer y seguridad, es lo
que ha dado lugar a la fragmentación, la división y el conflicto que asolan
y predominan en el mundo.
Por esto, el mundo no puede ser transformado desde fuera, pues las causas de
su profundo dolor se encuentran dentro de la conciencia misma. Por
consiguiente, toda educación que tenga como fin la integridad total del
individuo -sólo como ente íntegro puede un ser humano llamarse individuo, o
sea indiviso-, pasa necesariamente por la comprensión y transformación de la
propia conciencia.
La comprensión de la propia consciencia supone no sólo una indagación o
reflexión verbal sobre cuestiones fundamentales y de actualidad sino que,
además, comporta cierta cualidad de observación, un darse cuenta sin
elección, una atención no dividida. Esta capacidad de percepción no
fragmentada es el principio de la meditación. Dicho estado indiviso
intensifica la sensibilidad y da lugar a la apertura del espacio y silencio
interiores que son los cimientos del movimiento sutil de la percepción
directa –insight-, con su bondad y libertad incondicionales.
Nuestro enfoque educativo puede resumirse en tres claves:
1. Perspectiva global: consideración del todo antes que y por encima
de la parte y actitud libre de sectarismos y prejuicios.
2. Compromiso para con el ser humano y el medio ambiente: ponerle fin
a la división y conflicto entre los seres humanos y establecer una relación
simbiótica con la naturaleza, pues humanidad y naturaleza son un mismo
proceso único e indivisible.
3. Espíritu religioso y mente científica: esta última comprometida
con la observación y comprensión de los hechos independientemente de toda
preferencia o tendencia personales, y el primero caracterizado por cierta
inocencia y comunión con todas las cosas resultantes de la carencia de
identidad psicológica. Esta cualidad espiritual de integración es lo único
que puede originar una nueva cultura en la que el conocimiento o saber de la
ciencia tendría su justo lugar.
Naturalmente,
la pedagogía de la libertad contiene muchos más aspectos e infinitud de
matices que son imposibles abarcar en tan corto espacio y de comunicar
mediante palabras. Y hay que decir lo mismo respecto a los aspectos más
concretos de la práctica educativa, en cualquiera de los centros educativos
en los que actualmente esta visión se implementa.
Lo que está claro es que una educación de estas características es un reto
total, pues ese reto no es otro que el reto que la humanidad representa para
sí misma desde sus orígenes. Por eso, esta pedagogía espiritual, como toda
verdadera educación, es en realidad un arte, pues se trata de seguir todo el
movimiento del percibir, sentir, pensar y actuar sin distorsión y de
instante en instante. Es un arte porque esa cualidad de percepción
instantánea no es el resultado de una práctica sistemática sino de una
sensibilidad espontánea nacida de la libre responsabilidad de la compasión.
O sea, que no es una mecánica sino una apertura y vulnerabilidad totales
frente a la vida, lo cual requiere una flexibilidad absoluta.
La verdad es una tierra sin senderos. Por ello, para acercarse a la verdad
hay que perderse primero. Esa navegación en el lado desconocido de nuestras
relaciones es lo que nos permite descubrir la integridad y creatividad
intrínsecas a la existencia misma. Ésta es la invitación última de este
enfoque educativo para todo aquel comprometido con la integridad y libertad
del ser y la verdadera paz y seguridad del mundo. |
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