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Dios en el amor.
Sólo la persona espiritual vive el milagro de la Creación. Vivimos rodeados
de milagros y no nos damos cuenta. Todo lo que acontece es portentoso. Todo
lo que nos parece ordinario es, en realidad, un milagro, el milagro
invisible y humilde de todos los días. La Creación no fue un acto aislado de
Dios, un acto remoto en el tiempo, sino que es un acto eterno y que está
aconteciendo a cada instante ante nuestros ojos. Estamos siendo creados a
cada instante, sacados a cada momento de la nada. El Universo entero es un
perpetuo milagro, y lo son los acontecimientos más comunes y cotidianos
igual que los que puedan parecernos más sorprendentes.
A veces resulta difícil distinguir entre el milagro y la coincidencia. En
realidad no existe la casualidad, lo que se suele llamar casualidad no es
más que la voluntad de Dios con otro nombre. A veces se hace difícil
reconocer la voluntad de Dios porque está inmersa en este plano de la
realidad, en las leyes naturales y en la historia, en los fenómenos físicos,
los accidentes, la casualidad y la coincidencia. Pero todo esto es la
Providencia de Dios.
Sólo llamamos providencial a lo que es extraordinario en nuestra vida, y
también sólo a lo que nos conviene o creemos que nos conviene. Consideramos
providencial salir ileso en un accidente de tráfico o no haber tomado el
avión que se estrelló, pero no nos damos cuenta de que el perecer en un
accidente de tráfico o el tomar el avión que se cayó es igualmente
providencial. En el fondo esto no es más que creer que hay dos dioses, el
bueno y el malo, y que la Providencia es el triunfo del dios bueno sobre el
dios malo, el triunfo del dios bueno sobre el dios de la catástrofe y el
caos. Pero no hay más que un solo Dios, y nada en el Universo escapa a sus
designios, ni siquiera nuestras equivocaciones. Los efectos y las
consecuencias de nuestros errores también son providenciales. Providencial
no es sólo lo que vemos como favorable, sino también lo que nos parece
desfavorable, no es sólo lo extraordinario, sino también lo ordinario, y no
sólo lo que acontece, sino también lo que no acontece.
Muchas veces no reconocemos a la Providencia porque nuestra voluntad es
contraria a la voluntad de Dios, y contrariamos a la Providencia. Pero si
vivimos espiritualmente vemos obrar maravillosamente a la Divina Providencia
en nuestra vida y el acaso, lo imprevisto y todo nuestro acontecer diario se
vuelve lleno de sentido, toda nuestra vida se llena de coincidencias
admirables y de milagros.
La espiritualidad es nuestra verdadera manera de ser. No hay dos hojas
iguales, como tampoco hay dos personas iguales. Pero la equivocación nos
hace a todos iguales, como presos con un mismo uniforme. En cambio, todas
las personas espirituales son distintas, porque la espiritualidad es la
realización plena de la personalidad, el reencuentro de esa identidad que
tenemos todos los seres.
No sabemos bien qué es un árbol o una ventana. Todas las cosas son muy
misteriosas y extrañas y si olvidamos su extrañeza y su misterio es tan sólo
porque estamos habituados a verlas. Comprendemos las cosas de manera muy
vaga, no sabemos que es la Creación y, ni siquiera, que son las cosas. Pero
casi todos se creen el centro del Universo, y por eso viven en un Universo
falso, como el Universo de los astrónomos antes de Copérnico. Les interesan
las cosas en la medida en que sirven a sus pequeños intereses. Pero sólo se
puede recorrer el más elevado camino espiritual si Dios, la Verdad, es el
centro del propio Universo. La mayoría de las personas se sienten solas en
el Universo y desprotegidos como si vivieran en un Universo gobernado por el
acaso. Se sienten solas y desvalidas en un mundo hostil, como niños perdidos
en el bosque, y esto es así porque no viven conscientemente ni obran
adecuadamente. |
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