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DILIGENCIA
El ego de la pereza roba el
vigor, la energ ía,
la vitalidad y el ánimo del ser humano. Pero la diligencia impide que el
ánimo se oxide, mantiene la prestancia y el aliento, invita a la persona a
la acción
adecuada y a la respuesta activa apropiada. Quien es diligente conforta,
estimula y contagia positivamente a las personas que le rodean.
La energ ía
vital es la energía o poder que rige todas nuestras funciones psicosomáticas
y hace posible la voluntad. De ahí que la energía deba ser cuidada,
propiciada e intensificada, y no dispersada o disipada inútilmente. Pero hay
que aprender, también, a canalizarla sabiamente y aplicarla en la dirección
que uno estime oportuno, pues la energía es como un caballo que hay que
saber domar y montar. La energía fragmentada o descontrolada puede
convertirse en angustia, ansiedad o compulsión. La energía, a la luz de la
consciencia, puede conducirnos muy lejos en cualquier terreno en el que nos
adentremos. Es hálito, ánimo, vigor y vida. Hay que aprender a encauzar con
sabiduría
esa corriente de poder.
La diligencia es una
prestancia de
ánimo que no hay que
confundir con la ansiedad, la agitación o la impaciencia. La persona
diligente hace lo que tiene que hacer con lucidez y medida. La prontitud que
imprime la diligencia no es la de la urgencia o inquietud, sino la de la
ejecución pronta y conveniente. La diligencia entona y vivifica, hace tomar
al ser humano los obstáculos por asalto, sin dejarse llevar por la
indolencia ante las dificultades o contratiempos, atajándolos con prontitud
y obteniendo con ellos una enseñanza.
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