|
La dificultad de amar
El amor no es, de ninguna manera, idéntico al deseo de que la persona amada
se sienta cómoda siempre y por encima de todo y esté lejos de todo dolor
bajo cualquier circunstancia. La bondad incondicional que todo lo sufre
menos que sufra la persona amada no tiene nada que ver con el amor. El amor
hiere, el sentimiento inauténtico habla y adula para agradar al otro,
mientras que el verdadero amigo se irrita e irrita mientras sigue amando.
Jamás se puede consentir preferir lo cómodo a lo adecuado. Amar a una
persona no quiere decir intentar que viva sin aflicción, sino ayudarle que
realmente sea consciente y obre adecuadamente.
Pero habitualmente se cree que el amor es algo parecido a un tierno
romanticismo que debe encontrarse en el trasfondo de cualquier relación.
Muchos están convencidos que el amor se traduce automáticamente en
afabilidad e, incluso, que deben tratar por un igual a todas las personas.
No dudan en responder a la Vida, siempre y en todas las ocasiones, siguiendo
el ideal de persona afable, afectuosa y agradable. La cultura en la que nos
desenvolvemos hace que creamos esto con tal calado que sólo quien es
inteligente puede ver que este ideal de persona buena y amorosa no dista
mucho del paradigma de la persona tonta.
Nada hay más lejos de la realidad que semejante despropósito. Cada ser
humano es diferente y, por lo tanto, nuestra actitud hacia cada uno debe ser
la adecuada a su idiosincrasia y a la situación que estamos viviendo. Las
creencias y los ideales que nos hablan de un estado “espiritual” que raya la
beatitud y hacen que respondamos por un igual a todas las personas en todas
las situaciones es poco espiritual y muy perniciosa para la humanidad.
En muchas ocasiones mostrarnos firmes y tajantes, algo así como con un
espíritu militar, es el mejor servicio que podemos hacer a las personas con
las que nos relacionamos. El fundamento para que podamos dar a cada uno lo
suyo es la atención. Debemos vivir plenamente atentos y conscientes para
responder a la Vida de una manera justa y adecuada.
En este mundo un exceso de cortesía y de afabilidad hace que surja en muchas
personas la sospecha. Entonces es “normal” que crean que estamos buscando
algo y que la relación que establecemos se basa en el interés. Al no haber
en la mayoría de los casos interés alguno, aunque sí patrones de conducta
equivocados, lo que provocamos actuando así es la confusión. El error
siempre es de las dos partes y es un mal para todos, tanto para la persona
que provoca el desconcierto como para quien se confunde. Entonces, la
relación entre ambos se vicia y es difícil que pueda enderezarse.
No suele ser el mejor camino mostrarse condescendiente ante la ignorancia y
el error, y mucho menos afable. Muchas veces, por debilidad, esto es lo más
fácil, pero no suele ser lo más adecuado. Muchas personas tienen la
necesidad, aunque sea inconsciente, de agradar, y tienen miedo a no
lograrlo. Pero esto es siempre un obstáculo que impide obrar adecuadamente.
En general, se acepta mejor y es más fácil justificar a una persona tajante
y firme que a otra que actúe de forma débil. Por otro lado, tratar con la
misma expresión de afecto a todas las personas es tomado por los propios
familiares y allegados como un agravio comparativo, y les duele que alguien
exprese el mismo amor hacia el hijo o el esposo que hacia cualquier
desconocido que se cruza por la calle. Este es un error importante que
cometen muchas personas en su apreciación de la realidad, sobre todo si
tienen por cierto el precepto que insta a “amar” a todas las personas por
igual. Tenemos que vivir y desenvolvernos donde nos encontramos, y es
necesario conocer nuestra propia situación para dirigirnos con acierto.
Gracias al verdadero amor, al que nace de la consciencia, lo seres humanos
podemos ver la propia verdad y obrar adecuadamente. Y Esto significa dar a
cada uno lo que le verdaderamente corresponde. |
|