El diablo tiene mala prensa. Feo, apestoso y cornudo, anda por ahí
cometiendo todo tipo de aberraciones y seduciendo a los más tontos
–o a los más resentidos– para que en su nombre forniquen
frenéticamente o degusten sangre de neonatos como si fuera “Bloody
Mary”.
Hay gente para todo, lo que no hay es Satanás que justifique tanta
estulticia. Discreto, eficiente, cumpliendo siempre órdenes de
instancias superiores, el Satanás bíblico se limitó a poner a prueba
a los hombres, incluido el propio Jesús durante sus cuarenta días de
desierto, para que estos comprobasen el grado de evolución
alcanzado. En un alarde de hipocresía la Iglesia lo transformó en
enemigo del hombre, delegando en él una responsabilidad que sólo a
éste último compete. Colocado en la posición conveniente, el
creyente ha de asumir su condición de ser débil, vulnerable y
naturalmente proclive al pecado, incapaz por sí solo de enfrentarse
a tan poderoso oponente. No le queda otra opción que aliarse con la
Iglesia y lo que ella dice representar si no quiere un destino de
ultratumba tan atroz como sólo el más sádico de los sádicos pudo
imaginar. Es justo reconocer que no podía haberse diseñado mejor
estrategia comercial para ganarse el mercado de las almas.
Lo más probable es que la realidad discurra por cauces menos
dramáticos y más sencillos. Puede que no exista un diablo todo
poderoso y si muchos pequeños “diablillos” individuales y
personales, que nada tienen que ver con el averno y mucho con
nuestras carencias espirituales. ¿Necesitamos dogmas de fe,
doctrinas genéricas y el seguimiento continuo de una organización
para poder combatir a esos diablillos? Esta claro que para una
inmensa mayoría sí.
Con independencia de su cuestionable existencia material, Satanás es
un actor que representa nuestros sentimientos, como lo es Jesús o
Yahvéh. Lo que fueron ha quedado desplazado por lo que para cada uno
de nosotros son, por eso Satanás está ahí, para que el hombre haga
con él lo que quiera y no al revés. Es espejo para nuestras
frustraciones, para nuestros anhelos o para nuestros temores.
Refleja los sentimientos que en él proyectamos, de forma tal, que
puede ser enemigo o aliado, expresión de castigo o de inconformismo.
Sin haber sido nunca un trasgresor, para muchos satanistas encarna
la trasgresión en estado puro, la rebeldía que el hombre pacato no
es capaz de manifestar sin intermediarios. La libertad, la auténtica
libertad, es otra cosa. Insisto, sin intermediarios, ni buenos ni
malos. Ya que tan fanático se puede ser por un extremo como por el
otro.