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El deseo

El deseo es la base del dolor y del placer. Es la sensación con el propósito de un logro. Una persona, una palabra, un objeto ofrece una sensación, que le hace sentir a uno que le gusta o le disgusta. Si la sensación es agradable, se desea lograrlo, poseerlo, aferrarse a su símbolo y continuar con ese placer. De vez en cuando, según las propias inclinaciones y fuerzas, uno cambia el cuadro, la imagen, el objeto.

Cuando el ser humano se cansa y se aburre de una forma de placer busca una nueva sensación, una nueva idea, un nuevo símbolo. Rechaza la vieja sensación y se abre a una nueva, con nuevas palabras, nuevos significados y nuevas experiencias. Se resiste a lo viejo y se rinde a lo nuevo, que considera superior, más noble y satisfactorio. Por eso, en el deseo siempre hay resistencia y rendición, lo que origina la tentación, y al rendirse una persona a determinado símbolo de deseo hay siempre temor a la frustración.

Siempre hay un objeto hacia el cual la mente se dirige en busca de más sensación, y en este proceso se encuentran envueltos el rechazo, la tentación, el temor y la disciplina. La propia mente es el instrumento de la sensación y del deseo, o más bien, es la sensación y el deseo, y se haya mecánicamente atrapada en esa rutina de percibir sensaciones y desear. Es necesario comprender todo este proceso del deseo, la rutina, el aburrimiento y el ansia constante de experiencia.

En la persona que desea hay percepción, contacto, sensación y deseo, y su mente se convierte en el instrumento automático de este proceso. En él los símbolos, las palabras y los objetos son el centro hacia el cual se erigen todo deseo, todos los empeños y las ambiciones, y ese centro es el “yo”, el ego. Cualquier forma de deseo, ya sea de objetos materiales o sutiles como la grandeza, la virtud o la verdad, supone un proceso psicológico por el que la mente elabora y fortalece la idea del “yo” y alimenta al ego.

No hay una entidad separada del deseo, sólo hay deseo, no “uno” que desea. Una entidad no es diferente de sus cualidades. La persona que trata de llenar su vacío, su insuficiencia, su soledad, o que intenta escapar de ellas, no es diferente de aquello que está eludiendo, sino que es eso mismo. No puede escapar de sí misma; todo lo que puede hacer es comprenderse a sí misma.

Está claro que hay ciertas necesidades físicas –como el alimento, el vestido o la vivienda-, pero estas cosas no se convierten para ella en apetitos psicológicos, ni su mente las erige como dentro de deseo. La persona evolucionada se encuentra lejos del sufrimiento, pues conoce y comprende todo esto y, para ella, el deseo tiene muy poco significado.

 

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