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Desde los más remotos tiempos de la antigüedad.
Esta es la frase con la que
se podría empezar cualquier estudio sobre el diablo. Desde los más remotos
tiempos de la antigüedad... porque el diablo es el más antiguo de los espíritus
que han acompañado al hombre en su historia. Más antiguo que el mismo hombre
quizá, puesto que todas las religiones son unánimes en precisar que el diablo
existía ya antes de que el hombre fuera creado.
Bueno, el
diablo no: el demonio. Precisemos esto, puesto que hay entre ambas palabras
consideradas comúnmente como sinónimas, un claro matiz de diferenciación. El
demonio (o los demonios) es una institución pagana, amplia, tan antigua como el
hombre mismo, y que incluye dentro de ella a todos los malos espíritus que ha
creado la humanidad. El diablo en cambio (el Diablo, así, con mayúscula) es una
institución netamente cristiana, que simboliza al espíritu del mal, al
antagonista de Dios... al Ángel Caído.
El
demonio, pues (o los demonios) es un concepto en cierto modo filosófico, tan
antiguo como la propia humanidad. Su origen se halla en la relación entre dos
elementos antagónicos que han estado siempre presentes en su lucha junto al
hombre: el Bien y el Mal, representados por los pueblos primitivos, necesitados
de personalizar y humanizar todo lo que les rodeaba, por dos tipos distintos de
espíritus, los buenos y los malos, más o menos antropomorfizados, y que tenían
sin embargo en ambos casos el apelativo de dioses.
Asimismo,
estos demonios (o dioses malignos) solían presentarse en gran número, y cada uno
de ellos estaba destinado a un fin determinado. Muchos de estos dioses eran
realmente malignos, otros solamente traviesos, y a ellos se les achacaban todas
las desgracias acaecidas a los hombres: el dios Seth egipcio, por ejemplo, era
el responsable de la sequía y las tormentas, el Tifón griego era considerado el
origen de las tempestades, los terremotos y las erupciones volcánicas...
Es con la
antigua religión persa que la diferenciación entre ambas clases de espíritus o
dioses se delimita, apareciendo por primera vez la existencia de dos principios
iguales, opuestos y eternos, que mantienen el equilibrio del mundo imponiéndole
una ley de implacable compensación: los principios absolutos del Bien y del Mal.
Por primera vez, ambas representaciones, al antropomorfizarse, se convirtieron
en entidades únicas, tomando los nombres de Ormuz y Ahrimán, el " espíritu
bienhechor " y el " espíritu malhechor ". Ambos tienen los mismos atributos y
poderes, y su misión es mantener el equilibrio del mundo dentro de la órbita del
bien y del mal: a cada buena acción de Ormuz, Ahrimán opondrá una mala, a fin de
que la balanza se mantenga siempre en equilibrio. Ambos espíritus, naturalmente,
tendrán toda una cohorte de otros espíritus servidores a su alderredor, cada uno
de ellos con una misión específica a sus órdenes.
Las
analogías entre la religión de Zoroastro y la religión cristiana son evidentes.
En muchos aspectos, el cristianismo es una continuación del zoroastrismo,
adaptado a una nueva mentalidad: la hebrea. Sin embargo, en algunos aspectos, se
producen claras diferenciaciones. Una de ellas es precisamente la que atañe a
las relaciones entre los buenos y los malos espíritus, entre el diablo y Dios.
Porque,
para todos los pueblos primitivos, y principalmente para el zoroastrismo, los
demonios constituían la personificación total o parcial del principio del Mal
frente a los hombres y, en este sentido, como antítesis del Bien humano, eran,
como él, eternos y omnipotentes, y los hombres no podían hacer nada por
vencerlos: estaban a su merced, y lo único que les cabía hacer era mantenerlos
contentos y estar siempre congraciados con ellos.
Con el
judaísmo y más tarde con el cristianismo, los demonios pierden categoría: dejan
de ser omnipotentes, aunque sigan siendo eternos. Se hallan supeditados a la
voluntad de Dios y, en cierto modo, son también esclavos de los hombres...
aunque luego tengan derecho a pedir su recompensa.
Nos
explicaremos: la demonología cristiana (es con el cristianismo que surge la
palabra Diablo) nos presenta a los demonios como seres que están obligados a
rendirse a los deseos de los hombres, siempre que éstos usen de determinadas
fórmulas, a cambio de su desquite después de la muerte de éstos, cuando deban ir
a rendir cuentas a Dios de sus actos cometidos durante toda su vida. La
iconografía cristiana, pues, al separarnos la vida carnal de la espiritual que
sobrevendrá después de la muerte, nos presenta también claramente dos aspectos
distintos del diablo, mostrándonos por un lado a un diablo obedeciendo
servilmente los deseos de los hombres durante la vida de estos... pero
atormentándolos más tarde implacablemente después de su muerte. Este doble
simbolismo, que tiene sus bases en la creencia de la existencia de un " más allá
", irá indisolublemente unido a la imagen del diablo hasta nuestros días.

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