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Los adoradores del
diablo
"
Digamos muy alto -dice Eliphas Levi- que Satán, como personalidad superior y
como potencia, no existe."
En efecto, nos señala el
gran teórico de la magia al hablar de todo lo que concierne a la demonología: si
puede definirse a Dios como "aquel que existe", ¿ no ha de definirse, por
analogía, a su enemigo y antagonista como " aquel que necesariamente no ha de
existir" ? La afirmación absoluta del bien implica en sí misma la negación
absoluta del mal. Si el infierno es una justicia, se convierte necesariamente en
un bien. El demonio, por lo tanto, como elemento puro del mal, sencillamente no
puede existir.
Sin embargo, miles,
millones de seres humanos, a través de muchos siglos de historia, lo han adorado
y le han dedicado lo mejor de sus vidas. La Iglesia católica ha llegado a
temblar ante el poder de su imagen, y lo ha rechazado por la fuerza ya que no
podía por las palabras. Aún hoy en día, en nuestro supercivilizado,
supercientífico y superracionalista final de siglo XX, se sigue creyendo en él,
se le sigue temiendo... y se le sigue también adorando.
Ya hemos dicho al hablar
de él que el diablo, en su forma clásica, es una creación enteramente cristiana.
El culto al diablo, por lo tanto, surge también como una reacción al
cristianismo.
Tenemos pues, dos
conceptos que habría que separar, pero que están tan íntimamente ligados que es
imposible hacerlo. Para el mago "puro" no existe el diablo en su concepción
tradicional: existen únicamente las fuerzas, los espíritus, que pueden ser
algunas veces agresivos o maléficos, en cuyo caso es posible una identificación
con este diablo. Pero nos hallamos con el hecho de que, al igual que la Magia
general ha adoptado toda la simbología hebrea e incluso su alfabeto, la Magia
negra ha hecho lo mismo con respecto al demonio, y como el cristianismo tuvo sus
orígenes precisamente con el pueblo hebreo, resulta que, necesariamente, ambos
conceptos se confunden. El demonio, por lo tanto, incluso el inexistente demonio
mágico, será siempre exteriormente el Diablo cristiano, aunque interiormente lo
asimilemos después a cualquier otra cosa.

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