|
LA COOPERACIÓN
No sabemos cómo cooperar; todo lo que sabemos es que tratamos de trabajar
juntos hacia un fin que ambos establecemos. Es muy importante comprender
que la cooperación sólo es posible cuando nada deseamos ser, ni unos ni
otros. Cuando tu y yo deseamos ser algo, la creencia se vuelve necesaria y
todo lo que la acompaña. Así como una utopía autoproyectada. Mas si
vosotros y yo creamos anónimamente sin engañarnos a nosotros mismos, sin
barreras de creencias y conocimiento, sin deseo de alcanzar poder o de
estar en seguridad, entonces hay verdadera cooperación.
Si vosotros y yo pensamos minuciosamente en un resultado, lo planeamos, lo
ponemos en ejecución, y juntos trabajamos para lograr ese resultado,
nuestras mentes coinciden, nuestros pensamientos, nuestros intelectos, por
supuesto, se entienden; pero emocionalmente, tal vez, todo el ser se
resiste a ello, lo cual produce engaño, y éste trae conflicto entre
vosotros y yo. Se trata de un hecho evidente, observable en nuestra vida
diaria. Vosotros y yo acordamos intelectualmente hacer determinado
trabajo; pero inconscientemente, en lo profundo, estamos en lucha unos
contra otros. Yo deseo un resultado a mi satisfacción, deseo dominar,
quiero que mi nombre esté antes del vuestro, si bien se dice que colaboro
con vosotros. De suerte que vosotros y yo, que somos los autores de ese
plan, en realidad nos oponemos unos a otros, aun cuando exteriormente
vosotros y yo estemos de acuerdo acerca del plan.
Lo importante es, pues, averiguar si vosotros y yo podemos cooperar, estar
en comunión, vivir juntos en un mundo en que vosotros y yo somos como la
nada; averiguar si nosotros somos real y verdaderamente capaces de
colaborar, no en el nivel superficial sino fundamentalmente. Ese es uno de
nuestros problemas, quizá el mayor. Yo me identifico con un objeto o
propósito, y vosotros os identificáis con el mismo objeto; por ambas
partes estamos interesados en él y tenemos la intención de realizarlo.
Este proceso de pensar es ciertamente muy superficial, porque mediante la
identificación producimos separación, cosa evidente en nuestra vida
diaria. Vosotros sois hindúes y yo católico; por ambas partes predicamos
la fraternidad y nos vamos a las manos. ¿Por qué? Ese es uno de nuestros
problemas. Inconscientemente y en lo profundo, vosotros tenéis vuestras
creencias y yo las mías. Con hablar de fraternidad no hemos resuelto para
nada el problema de la creencia, pero teórica e intelectualmente, nada
más, hemos acordado que debe resolverse; en lo íntimo y en lo profundo
estamos unos contra otros.
Hasta que disolvamos esas barreras que son un autoengaño, que nos brindan
cierta vitalidad, no puede haber cooperación entre vosotros y yo.
Identificándonos con un grupo, con una idea en particular, con determinado
país, jamás podremos establecer cooperación.
La creencia no trae cooperación; por el contrario, ella divide. Vemos cómo
un partido político está contra otro, cada cual con su creencia en
determinada manera de entender los problemas económicos, lo que hace que
estén todos ellos en guerra unos con otros. No están dispuestos a resolver
el problema del hambre, por ejemplo. Le interesan las teorías que habrán
de resolver ese problema. No están realmente preocupados con el problema
en sí sino con el método por el cual el problema habrá de ser resuelto.
Tiene, pues, que haber disputas entre ellos, puesto que les interesa la
idea y no el problema. De un modo análogo, las personas religiosas están
las unas contra las otras aunque verbalmente digan que todos tienen una
vida, un Dios; todo eso lo sabemos. Pero en su fuero interno, sus
creencias, sus opiniones, sus experiencias, los destruyen y los mantienen
separados.
La experiencia llega a ser un factor de división en nuestras relaciones
humanas; la experiencia es una senda de engaño. Si he experimentado algo,
a ello me apego; no examino el problema total del proceso de “vivenciar”;
pero, como he experimentado, eso resulta suficiente y a ello me aferro,
con lo cual me impongo el engaño a través de esa experiencia.
Nuestra dificultad es, pues, que cada uno de nosotros está tan
identificado con una creencia en particular, con determinada forma o
método de lograr felicidad, ajuste económico, que nuestra mente es cautiva
de eso y resultamos incapaces de ahondar más en el problema; por lo tanto
deseamos mantenernos individualmente apartados en nuestras particulares
modalidades, creencias y experiencias. Hasta que las comprendamos y
disolvamos, no sólo en el nivel superficial sino también en el nivel más
profundo, no puede haber paz en el mundo. Por eso es importante que los
que son realmente serios comprendan todo este problema: el deseo de llegar
a ser algo, de lograr, de ganar, no sólo en el nivel superficial sino
fundamental y hondamente. De otro modo no puede haber paz en el mundo.
|
|