LA CONTRADICCIÓN
En nosotros y alrededor nuestro vemos
contradicción; y como estamos en contradicción, hay falta de paz en
nosotros y por tanto fuera de nosotros. Hay en nosotros un estado
constante de negación y afirmación: lo que queremos ser y lo que somos. El
estado de contradicción engendra conflicto, y este conflicto no trae paz,
lo cual es un hecho obvio, sencillo. Esta contradicción íntima no debería
interpretarse como dualismo filosófico de algún género, porque eso resulta
una evasión
muy fácil. Esto es, diciendo que la contradicción es un estado
de dualismo, creemos haberla resuelto, lo cual, evidentemente, resulta
simple convencionalismo, algo que contribuye a eludir lo existente.
En nosotros a hay conflicto, contradicción,
una
constante lucha por ser algo distinto de lo que uno es. Soy esto, y deseo ser aquello.
Esta contradicción en nosotros
es un hecho, no un dualismo metafísico. La
metafísica nada significa para la comprensión de lo que es. Podemos
discutir, digamos, el dualismo, lo que es, si existe, y lo demás. Pero
eso no tiene ningún valor si no sabemos que hay contradicción en nosotros,
deseos opuestos, intereses opuestos, empeños opuestos.
Quiero ser bueno y
no soy capaz de serlo. Esta contradicción, esta oposición en nosotros,
debe ser comprendida porque engendra conflicto; y estando en conflicto, en
lucha, no podemos crear individualmente. Veamos claramente en qué estado
nos hallamos. Hay contradicción, y por ello tiene que haber lucha; y la
lucha es destrucción, disipación. En ese estado no podemos producir más
que antagonismo, lucha, mayor amargura y dolor. Si podemos comprender
plenamente y así librarnos de contradicción, podrá haber paz interior, la
cual traerá comprensión entre unos y otros.
El problema, es que vemos que la
contradicción es destructiva, disipadora, que no debería haber ni
conflicto
ni contradicción en nosotros. Pero la realidad es que en cada uno de
nosotros hay contradicción,
y que debemos comprender la razón por la que surge esta
contradicción pues genera un gran sufrimiento.
Tendríamos que darnos
cuenta de todo esto en nosotros mismos, de esta contradicción, de este sentido
de querer y no querer, de recordar algo y tratar de olvidarlo a fin de
encontrar alguna cosa nueva. Observemos eso, nada más. Es muy sencillo y
normal. No es una cosa extraordinaria. El hecho es que hay contradicción.
La contradicción
implica un estado transitorio que se ve contrariado por otro estado
transitorio. Esto es, yo creo tener un deseo permanente. Afirmo que hay en
mí un deseo permanente, y surge otro deseo que lo contradice; y esta
contradicción produce conflicto, el cual es disipación. Es decir, hay
constante negación de un deseo por otro deseo; un empeño se sobrepone a
otro empeño. Pero, la verdad, es que no existe tal deseo que sea permanente.
Todo deseo es
transitorio, no en un sentido metafísico sino efectivamente. Yo quiero un
empleo, es decir, espero que cierto empleo sea un medio de felicidad; y,
cuando lo obtengo, no me siento satisfecho. Quiero llegar a ser gerente,
luego propietario, y así sucesivamente, no sólo en este mundo sino en el
mundo llamado espiritual; el maestro de escuela llegando a ser director;
el cura, obispo, el discípulo, maestro.
Este constante devenir, este llegar a un
estado tras otro, produce contradicción. Es necesario, por lo
tanto, considerar la vida como una serie de fugaces deseos, siempre en
contradicción unos con otros, en vez de considerarla como un deseo
permanente. De ese modo la mente no necesita hallarse en un estado de
contradicción. Si miro la vida, no como un deseo permanente sino como una
serie de deseos temporarios que cambian constantemente, entonces no hay
contradicción.
La contradicción surge tan sólo cuando la
mente tiene un punto fijo de deseo; es decir, cuando la mente no considera
todo deseo como movedizo, transitorio, sino que se apodera de un deseo y
hace de él una cosa permanente; y sólo entonces, cuando surgen otros
deseos, hay contradicción. Pero todos los deseos están en movimiento
constante; no hay fijación de deseo. No hay punto fijo en el deseo, pero
la mente establece un punto fijo porque todo lo trata como medio de
llegar, de ganar; y tiene que haber contradicción, conflicto, mientras uno
esté llegando. Deseamos llegar, lograr éxito, deseamos encontrar un Dios o
verdad final que sea nuestra permanente satisfacción. Por consiguiente no
buscamos la verdad, no buscamos a Dios. Lo que buscamos es satisfacción
duradera, y a esa satisfacción la revestimos de una idea, de una palabra de
sonido respetable, tal como Dios, la verdad. De hecho, sin embargo,
todos nosotros estamos buscando satisfacción, y ese placer, esa satisfacción, la
colocamos en el punto más alto, llamándole Dios; y el punto más bajo es la
bebida.
Mientras la mente busque satisfacción, no hay mucha diferencia
entre Dios y la droga o la bebida. Socialmente, puede que la bebida sea
mala; pero el deseo íntimo de satisfacción, de ganancia, es aun más
mezquino.
Si realmente queremos hallar la verdad, debemos ser en extremo honestos, no
sólo en el nivel verbal sino en todos los niveles; tenemos que ser
extraordinariamente claros, y no podemos serlo si no estamos dispuestos a
enfrentar los hechos.
Ahora bien, lo que causa
contradicción en cada uno de nosotros es, ciertamente, el deseo de llegar
a ser algo, alcanzar éxito en el mundo y lograr un resultado en nuestro
fuero interno. Mientras pensemos, pues, en términos de tiempo, de logro,
de posición, tiene que haber contradicción. Después de todo, la mente es
producto del tiempo. El pensamiento se basa en el ayer, en el pasado; y
mientras el pensamiento funcione en la esfera del tiempo ‑pensar en
términos de futuro, de devenir, de ganar, de lograr- tiene que haber
contradicción porque en tal caso somos incapaces de enfrentar exactamente
lo que es. Sólo dándose uno cuenta, comprendiendo y siendo imparcialmente
consciente de lo que es, existe una posibilidad de estar libre de ese
factor desintegrarte que es la contradicción.
De modo que es esencial entender todo el
proceso de nuestro pensar, pues ahí es donde hallamos contradicción. El
pensamiento en si se ha convertido en una contradicción, porque no hemos
comprendido el proceso total de nosotros mismos; y esa comprensión sólo es
posible cuando somos plenamente conscientes de nuestro pensar, no como un
observador que opera sobre su pensamiento, sino como el pensador que es
ese pensamiento, integral e imparcialmente,
lo cual es muy arduo. Sólo así se disuelve esa contradicción que es tan
perjudicial y dolorosa.
Mientras procuremos lograr un resultado
psicológico, mientras queramos seguridad interior, tiene que haber una
contradicción en nuestra vida. Casi ninguno de nosotros es
consciente de esa contradicción; o, si lo somos, no captamos su verdadero
significado. Por el contrario, la contradicción nos da ímpetu para vivir;
el elemento mismo del razonamiento nos hace sentir que estamos vivos. El
esfuerzo, la lucha de la contradicción, nos da una sensación de vitalidad.
Es por eso que nos gustan las guerras y que disfrutamos la batalla de las
frustraciones. Mientras exista el deseo de lograr un resultado ‑que es el
deseo de estar psicológicamente en seguridad- tiene que haber una
contradicción; y donde hay contradicción no puede haber ni una mente serena
ni una persona en paz. La
serenidad de la mente es esencial para comprender toda la significación de
la vida. El pensamiento nunca puede estar tranquilo; el pensamiento, que
es el producto del tiempo, jamás podrá encontrar lo que es atemporal,
jamás podrá conocer aquello que está más allá del tiempo. La naturaleza
misma de nuestro pensar es una contradicción, porque siempre pensamos en
términos de pasado o de futuro; y por ello nunca podemos ser plenamente
conocedores, plenamente conscientes del presente.
Ser plenamente consciente del presente es
tarea extraordinariamente difícil, porque la mente es incapaz de enfrentar
un hecho de un modo directo, sin engaño. El pensamiento es producto del
pasado, y por eso sólo puede pensar en términos de pasado o de futuro; el
pensamiento no puede ser completamente consciente de un hecho en el
presente. Así, pues, mientras el pensamiento ‑que es producto del pasado-
trate de eliminar la contradicción y todos los problemas que ella origina,
él persigue tan sólo un resultado, procura lograr un fin; y semejante
pensamiento sólo crea más contradicción, y con ella conflicto, desdicha y
confusión en nosotros y por lo tanto en torno nuestro.
Para estar libre de contradicción hay que
ser consciente del presente, sin opción. Esto es hacer frente a lo que es,
a lo que sucede dentro de y fuera de uno mismo, porque cuando hacemos
frente a un hecho no puede haber opción. Evidentemente, la comprensión del hecho se hace
imposible mientras el pensamiento procure obrar sobre el hecho en términos
de devenir, de cambio, de alteración. El conocimiento propio es, pues, el
comienzo de la comprensión y, sin conocimiento propio, la contradicción y
el conflicto continuarán. Conocer todo el proceso, la totalidad de uno
mismo, no requiere ningún experto, ninguna autoridad. El seguir a la
autoridad sólo engendra miedo. Ningún experto, ningún especialista, puede
mostrarnos como comprender el proceso del “yo”. Uno mismo tiene que
estudiarlo. Nosotros podemos ayudarnos mutuamente, conversando al
respecto; pero nadie puede revelárnoslo, ningún especialista, ningún
instructor, puede explorarlo por nosotros. Sólo en nuestra vida de
relación podemos ser conscientes del proceso del "yo": en nuestra relación con las cosas,
los bienes, las personas y las ideas. En la vida de relación descubriremos
que la contradicción surge cuando la acción se aproxima a una idea. La
idea es mera cristalización del pensamiento como símbolo; y el esfuerzo
por vivir en armonía con el símbolo produce una contradicción.
De modo, pues, que mientras haya una norma
do pensamiento, la contradicción continuará; y para poner fin a la norma,
y con ella a la contradicción, tiene que haber conocimiento propio. Esta
comprensión del “yo” no es proceso reservado para unos pocos. El “yo” ha
de ser comprendido en nuestro lenguaje de todos los días, en nuestra
manera de pensar y sentir, en como miramos a los demás. Si podemos ser
conscientes de todo pensamiento, de todo sentimiento, de instante en
instante, entonces veremos que en la convivencia se comprenden las
modalidades del “yo”. Sólo entonces existe una posibilidad de quietud,
único estado de la mente en que la realidad fundamental puede
manifestarse.