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Especialmente dedicado para el trocito de cielo que va a formar parte
próximamente de la familia.
Enhorabuena,
Sandra y Javi.
Comunicación
intrauterina.
¿La vida del ser humano comienza con la fecundación del óvulo por el
espermatozoide –como la ciencia materialista arguye- o se trata de un
proceso más trascendente que se repite cada cierto tiempo porque el ser
humano es inmortal? O, dicho de otra forma: ¿se incorpora un espíritu o
alma al cuerpo del bebé tras la concepción o, como los ateos y agnósticos
postulan, no existe el alma y la personalidad es un producto de la
genética, el entorno social y familiar y la educación... que desaparece
para siempre con la muerte? Y si, por el contrario, existe el alma, ¿ésta
se incorpora en el feto en ese momento procedente directamente de Dios
–como afirman algunas religiones- o se trata de un espíritu que tiene
cientos o miles de años de existencia y se va reencarnando una y otra vez
en un proceso evolutivo para su perfección que durará eones?
Ya en el siglo XXI, cuando el hombre intenta definir los nuevos paradigmas
que regirán la sociedad del próximo milenio, la respuesta a estas
preguntas es fundamental. Porque, aunque la mayoría no sea aún conscientes
de ello, de la comprensión que tengamos del ser humano, de su identidad,
de su esencia, dependerá el futuro de la sociedad que construyamos. Dicho
de otro modo, para poder avanzar el hombre necesita conocer su trayecto y
qué le depara su existencia como ser individual en el cosmos y como parte
integrante del “todo”. Esa es, a fin de cuentas, la razón de que desde la
más remota antigüedad las diferentes filosofías y religiones –siempre con
matizaciones muy concretas- se hayan encargado de poner de relieve la
inmortalidad del ser humano; cuestión que hoy algunos ponen en duda pero
que muy pocos parecen negar.
Y es que la aceptación de que el hombre es inmortal y no un ente biológico
que nace a la vida en el momento de la fecundación y se apaga en el óbito,
sino que muerte y nacimiento forman parte de un proceso que se repite
periódicamente y cuya finalidad no es otra que sumar las experiencias
necesarias para poder evolucionar, condiciona completamente el momento
cumbre de cada encarnación: el proceso de gestación. Es decir, si
aceptamos que el hombre encarna una y otra vez para enfrentarse en cada
ocasión a determinadas lecciones que ha de aprender a lo largo de cada
existencia, debemos aceptar también que cada vez que decide encarnar habrá
elegido previamente no sólo el “temario” a desarrollar, sino también a los
padres que le han de proporcionar el soporte físico necesario para
llevarlo a efecto. Con lo que ello supone: que no son los padres los que
eligen al hijo, sino que éste a los padres, que serían sólo el vehículo
imprescindible para que el “espíritu” pueda venir a aprender unas nuevas
lecciones necesarias para su evolución. Matiz muy importante para que los
progenitores entiendan desde el principio que los hijos no son “propiedad”
suya y que tienen –por el simple hecho de nacer- pleno derecho a ejercer
el libre albedrío desde que tienen uso de razón y hacer con su vida lo que
estimen oportuno. El deber de los padres quedaría entonces acotado a
realizar un buen tutelaje para que se puede desarrollar como ser humano.
Volver a nacer
Cuando en el colegio nos explicaron el “milagro” de la fecundación, sólo
nos dieron a conocer el proceso biológico, por medio del cual dos células
diminutas –una masculina y otra femenina- que sólo se pueden ver a través
de un microscopio, se unen en una sola, sin que ni siquiera los propios
“donantes” sean conscientes de lo que está ocurriendo en ese pequeño
periodo de tiempo que dura algo menos de doce horas. Y, sin embargo, esa
es sólo la síntesis del enigma que encierra el nacimiento a una nueva
vida, pues lo cierto es que a partir de ese instante comienza en realidad
una historia en la que hay tres protagonistas: la madre, el padre y el
feto (no entramos a valorar los embarazos múltiples, ya que en ese caso
habría que sumar a los padres el número de embriones), en la que todos
–aunque especialmente los progenitores- han de cumplir los papeles
asignados durante los nueve meses de gestación. Y que de su entrega y
dedicación dependerá que ese niño que viene tenga una vida armónica, sin
traumas que en el futuro le lleven a somatizar dolencias que se
manifiesten durante su infancia o cuando sea adulto.
¿Y cómo pueden los padres alcanzar ese objetivo? En primer lugar, teniendo
presente que el feto es algo más que un ser vivo que crece en el vientre
de la madre y se prepara para emerger a la vida cuarenta semanas después
de su fecundación. Es también un espíritu que tiene consciencia –hasta
aproximadamente el segundo año de vida- de sus encarnaciones anteriores. Y
en segundo lugar, precisamente por ello, comunicándose día a día con él,
trasmitiéndole sus sentimientos, sus emociones y todo cuanto hacen. Es
decir, explicarle el porqué de sus acciones. En suma, deben comprender que
el bebé, aunque sea todavía un feto, es ya un miembro más de la familia
con el que se debe contar para todo.
Y es muy importante que la madre lo sepa y que no puede limitarse durante
el embarazo a cuidarse físicamente –como se ha hecho hasta ahora-, sino
que ha de trabajar el terreno de la intercomunicación con su hijo. Que no
basta con seguir los pasos que propone la ciencia convencional, que siguen
siendo necesarios pero no suficientes, pues ésta, a través de los
ginecólogos, se limita a ver al feto crecer saludablemente. Es decir, a
medir la frecuencia de los latidos de su diminuto corazón, a observar su
respiración, a contemplar su posición y a ver, por ejemplo, si se chupa el
dedo; además por supuesto, de llevar a cabo pruebas más selectivas, casi
siempre a petición de la gestante, como la amniocentesis a fin de detectar
alguna enfermedad de carácter genético. Y es que para los ginecólogos lo
que prima es el estudio del cuerpo físico del feto y no entran a estudiar
los campos más sutiles que actúan directamente sobre el embrión, como ya
han puesto de manifiesto los estudios realizados por diversos
investigadores en otras parcelas de la medicina alternativa.
Algo más que un cuerpo físico que crece
Además del control médico exhaustivo que realizan los ginecólogos, está su
relación de convivencia directa con la madre, una faceta en la que la
ciencia de vanguardia pone su énfasis. Es decir, atendiendo al aspecto
emocional y comunicativo que madre y feto deben de mantener a lo largo del
embarazo.
Y aunque con matizaciones, pues como ya comentamos algunas personas se
resisten a admitir la reencarnación, pese a que sí contemplan, sin
embargo, al ser humano como un ente inmortal, en general los
investigadores que se incluyen dentro de la nueva corriente científica
contemplan al embrión como un ser integral que es capaz de captar los
sentimientos de sus padres desde el mismo instante de su fecundación. Y
así, una vez que ese “ser” ha tomado forma física –tras la fecundación-,
inicia un camino que le llevará a cubrir diferentes etapas a lo largo de
las cuarenta semanas que dura el periodo de gestación.
Pues bien, durante los tres primeros meses de embarazo –y más o menos
hasta el cuarto-, el “ser en camino” que ha decidido encarnar se mantendrá
a la expectativa ya que el proceso se puede truncar; es decir, puede
producirse un aborto. Luego, superado ese peligro, inicia una etapa de
asentamiento y puede enfocar sin problemas su llegada, siendo en el cuarto
mes de gestación cuando ese “ser” que viene a vivir una nueva vida
terrenal entra en simbiosis con su cuerpo físico; es decir, existe ya una
unión más plena entre su nuevo soporte físico –el embrión en formación- y
su alma o espíritu.
De ahí que a partir del cuarto mes comience una nueva etapa que deberá
estar marcada por el inicio de la conexión entre la madre y el hijo,
comunicación fundamental para su posterior desarrollo, sobre todo durante
su infancia y adolescencia, dos etapas que le marcarán para cuando sea
adulto. Y es que ya de ese momento la madre empezará a transmitirle todos
sus sentimientos, sus deseos, sus angustias... y, por tanto, deberá
también explicarle lo que siente y lo que piensa, contarle sus alegrías y
sus temores. Es decir, explicarle todo lo que el niño percibe para que
éste sepa las razones de esas sensaciones, de esas emociones. Y hablando
de emociones, conviene comentar que son muchos los trabajos de
investigación que demuestran la importancia y la bondad de poner música a
los niños durante el embarazo, fundamentalmente clásica; y si es barroca,
mejor. Siendo muy contraproducente, por el contrario, tanto la música del
rock duro como cualquier ritmo estridente.
Los padres han de saber que el bebé recibe toda la información que le
envían y que ello tiene lugar a través del subconsciente de la madre;
aunque en realidad el espíritu el que la archiva porque el feto no tiene
conformado el cerebro hasta el octavo mes de gestación, momento a partir
del cual ya sí puede actuar de decodificador.
Es, pues, la posibilidad de comunicarse con el niño a través del espíritu
lo que permite que la madre se comunique con su hijo y entable auténticas
conversaciones. No por medio del lenguaje, obviamente, sino a través de
los sentimientos. Porque el feto –“el ser que viene”- lo que percibe son
sentimientos y emociones.
Pues bien, esa comunicación se puede establecer habitualmente a partir del
quinto mes; y de forma muy perceptible a partir del sexto. Y con el fin de
que haya una mayor apertura en la conversación, se puede desarrollar
formulando al niño cuestiones. La madre, por ejemplo, en estado de
relajación, le puede hacer preguntas –mentalmente o verbalizándolas-,
siendo fácil comprobar que, en efecto, responde a ellas. ¿Cómo? Pues
mediante “pataditas” o toqueteos que la madre percibirá claramente. Y así,
una vez que este hecho se convierta en un hábito, la madre podrá saber si
su hijo se encuentra bien, si le está reclamando algo –como algún
oligoelemento que el feto precise (lo que “sabe” no a nivel consciente,
por supuesto)-, o, simplemente, le dice que se encuentra tan bien y se
siente tan “amado” que está danzando.
E, igualmente, aprenderá que la comunicación sólo alcanza tintes bruscos
–fuertes patadas, incluso dolorosas- por parte del feto cuando éste sufre.
Lo que suele ocurrir cuando la madre está sometida a tensiones físicas o
psicológicas extremas, debido por ejemplo, a un accidente, a un susto o a
fumar o beber en exceso.
En definitiva, madre y bebé pueden llegar a mantener una conexión plena.
Ahora bien, en ese proceso comunicativo la progenitora ha de tener cuidado
a la hora de transmitir sus mensajes, pues nunca deben de ser de carácter
impositivo, sino simplemente informativos.
El papel del padre
En todo caso, no sólo la madre juega un papel decisivo en el periodo de
gestación; el padre también ha de participar, pues aunque está claro que
su protagonismo quedará relegado a un segundo plano, no por ello carecerá
de valor. Y es que, al igual que la madre, el padre también puede llegar a
alcanzar una comunicación plena con su hijo. ¿Y qué ha de hacer? Pues, por
ejemplo, colocar sus manos sobre el abdomen de la madre y hablar con el
bebé, ya que éste recibirá sus mensajes a través del subconsciente de la
gestante. Luego, según vaya repitiendo el ejercicio, comprobará cómo
también a él le responde el bebé con estímulos –pataditas-. Debemos
comprender que el niño necesita saber cuáles son los sentimientos de sus
padres hacia él y eso sólo lo puede saber si le habla, si exterioriza sus
emociones, algo que cada vez hacen con mayor frecuencia los padres de hoy
en día.
Como podemos observar, la importancia de la comunicación entre los padres
y el feto es esencial, habiendo en la actualidad diferentes estudios que
lo ponen de manifiesto. Así, una reciente investigación llevada a acabo
por el equipo del psiquiatra Bernie Bevlin, de la Universidad de
Pittsburg, en Pennsylvania (EE.UU.), acaba de demostrar que el ambiente
familiar –unido a una dieta alimenticia adecuada por parte de la gestante
a lo largo de todo el embarazo- tiene una importancia indiscutible en el
nivel intelectual del niño. Un apunte que hecha por tierra las
conclusiones que hasta ahora manejaba la comunidad científica, que
consideraba que alrededor del 80 por ciento del cociente intelectual
procedía de la herencia genética. Sin embargo, el equipo de Bevlin opina
que tal herencia no pasa del 48 por ciento, llegando a afirmar que el
resto es responsabilidad directa de la madre.
Es más, el equipo de Bevlin va más lejos en sus conclusiones y señala que
si la madre fuma, bebe o consume drogas durante el embarazo, ello afectará
no sólo a la salud del bebé sino también a su capacidad intelectual, que
probablemente será sustancialmente menor. Algo que también sucede con
aquellos niños que nacen con un peso inferior al menor. Por lo tanto a
esas madres que les cuesta dejar alguno de sus hábitos anteriores al
embarazo, les aconsejaríamos una intensa charla con el hijo que llevan en
su interior, de ella seguro que sacan las fuerzas necesarias para apartar
ese obstáculo del camino.
El niño y el parto
Obviamente, si la comunicación ha sido eficaz y la madre ha permanecido en
sintonía con el feto a lo largo del embarazo, todo resultará más fácil y
sencillo para los dos cuando llegue el momento crucial del parto. De ahí
que sea esencial que en las últimas semanas de gestación el niño reciba la
mayor información posible acerca no sólo del instante del parto, sino de
la fase que precede al mismo.
La madre, además de haber acudido a las clases de preparación para el
parto, donde le enseñarán –entre otras cosas- a respirar adecuadamente
cuando llegue el momento preciso, ha de contarle a su hijo sus
preocupaciones e, incluso, sus temores; no olvidemos que si ella siente
esas sensaciones, él también las va a sentir, no se las podrá ocultar.
Deberá decirle, pues, cómo es el ginecólogo, quiénes van a estar en el
paritorio, contarle que su papá estará allí con ellos –siempre que el
progenitor así lo decida-, y, sobre todo, decirle que no tenga miedo a
nada pues todo estará a punto y todos sus familiares le esperan con los
brazos abiertos. Además deberá recordarle que ya hizo en otras ocasiones
el mismo camino. Y algo muy importante que la madre le debe repetir
sucesivamente es que tanto ella como su padre –al igual que el reto de la
familia- le están esperando con el corazón abierto y desean su llegada
para seguir colmándole de amor.
Todos estos mensajes harán que el tránsito por el túnel –similar, por
cierto, al de la muerte física, que no es sino el nacimiento a otra vida-
sea más sencillo y sólo tenga que preocuparse por el esfuerzo físico que
habrá de realizar. Luego, ya en el exterior, cuando haya alcanzado la
“luz”, tendrá que enfrentarse a otras sensaciones, completamente distintas
a las vividas durante la gestación; las primeras las vivirá en el propio
paritorio, cuando tenga que enfrentarse a la intensidad de los focos y
deba, por primera vez, respirar por sí mismo, ya que el cordón umbilical
que tan unido le mantenía a su madre. Una madre y un padre que él decidió
formaran parte de su evolución.
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