LA COMPRENSIÓN INSTANTÁNEA
Los seres humanos podemos comprender
instantáneamente, sin preparación previa, la verdad. Podemos entender y comprender
los problemas
directamente. Podemos
comprender al instante, ahora, lo que es. Porque comprendiendo lo que es
comprenderemos la significación de la verdad; pero decir que uno debe
comprender la verdad tiene muy poco sentido. Lo que de verdad tiene
sentido es comprender un
problema directamente, plenamente, y vernos libres de él. Comprender al instante una
crisis, un reto, ver todo su significado y quedar libres. Porque lo que
comprendemos no deja huella; la comprensión
-o la verdad- es por lo tanto
lo libertador.
La
vida es una serie de retos y respuestas; y si nuestra
respuesta a un reto es condicionada, limitada, incompleta, entonces ese
reto deja su huella, su residuo, que resulta más fortalecido por otro
nuevo reto. Hay, pues, constante memoria de esos residuos, acumulaciones,
cicatrices; y, con todas esas cicatrices, intentamos hacer frente a lo
nuevo, por lo cual jamás le hacemos frente. Nunca comprendemos, por
consiguiente, nunca nos libramos de ningún reto.
El problema, la cuestión, consiste en saber
si yo puedo comprender un reto completamente, directamente, sentir toda su
significación, su perfume, su profundidad, su belleza y su fealdad, y así
librarme de él. El reto es siempre nuevo, el problema siempre es nuevo. Un
problema que teníamos ayer, por ejemplo, ha sufrido tal modificación que,
cuando hoy lo enfrentamos, ya es nuevo. Mas lo enfrentamos con lo viejo,
porque lo enfrentamos sin que nos transformemos; lo hacemos simplemente
modificando nuestros propios pensamientos.
Te encontré ayer. En este tiempo que ha
pasado hemos
cambiado. Hemos sufrido una modificación, pero todavía
tengo la imagen de ti que tenía ayer. Te encuentro hoy con mi imagen
de ti, y por lo tanto no te comprendo; sólo comprendo la imagen de
ti que ayer adquirí. Si te quiero comprender a ti que estás
transformado, cambiado, tengo que librarme de la imagen de ayer,
apartarla de mí. Es decir, para comprender un reto
-que siempre es nuevo-
también debo hacerle frente de un modo nuevo, no debe haber residuo de
ayer; tengo, pues, que decir adiós al ayer.
La vida, después de todo, es algo nuevo en
cada instante.
Es algo que está siempre sufriendo un cambio, creando un nuevo sentir. El
día de hoy nunca es igual al de ayer, y esa es la belleza de la vida.
Por ello debemos hacer frente a cualquier problema de un modo
nuevo. Cuando regresamos a nuestro hogar encontrarnos con nuestra
esposa y nuestro hijo de un modo nuevo, hacer frente al reto de un modo
nuevo. No podremos hacerlo si estamos cargados de los recuerdos de ayer. Por lo
tanto, para comprender la verdad acerca de un problema, de una relación,
debemos abordarla de un modo nuevo, no con“mente abierta”, pues eso carece
de sentido. Debemos abordarla sin las cicatrices de los recuerdos de ayer,
lo cual significa que, al surgir cada reto, nos damos cuenta de todas las
reacciones de ayer; y captando el residuo, los recuerdos de ayer,
encontraremos que ellos se nos desprenden sin lucha, y por lo tanto nuestra
mente está fresca.
Uno, pues, puede darse cuenta de la verdad instantáneamente,
no hace alta para ello ninguna
preparación. Y esto es así no por alguna fantasía de nuestra parte, por
alguna ilusión; hagamos con ello un experimento psicológico, y lo veremos.
Tomemos cualquier reto, cualquier pequeño incidente
-no esperemos alguna gran
crisis- y veamos cómo reaccionamos ante él. Démonos cuenta de ello, de
nuestras
respuestas, de nuestras intenciones, de nuestras actitudes, y las
comprenderemos, comprenderemos el contenido de nuestra mente. En verdad es
cierto que
podemos hacerlo instantáneamente si dedicamos a ello toda nuestra atención.
Es decir, si buscamos el pleno sentido de nuestro trasfondo, él nos ofrece
su significado; y entonces descubrimos de un solo golpe la verdad, la
comprensión del problema.
La comprensión, por cierto, surge del “ahora”,
del presente, que siempre es atemporal. Aunque pueda ser mañana, sigue
siendo el “ahora”; y el no hacer más que diferir, que prepararnos para
recibir mañana lo que es, es impedirnos a nosotros mismos de comprender lo
que es ahora. Podemos, por cierto, comprender al instante lo que es ahora. Mas para comprender lo que es, tenemos que estar libres de
perturbación, de distracción; tenemos que dedicar a ello nuestra mente y
corazón. Ello tiene que ser nuestro único interés en ese momento,
completamente. Entonces lo que es, nos brinda su plena profundidad, su pleno
significado, y así nos libramos del problema.
Si queremos conocer la verdad acerca de la propiedad, su significación
psicológica, si en realidad deseamos comprenderla directamente ahora,
debemos enfocar bien el problema. Es preciso que sintamos afinidad con el
problema, que no le tengamos miedo, que no tengamos credo alguno, ninguna
respuesta entre nosotros y el problema. Sólo cuando estemos en relación
directa con el problema, hallaremos la respuesta. Pero si introducimos una
respuesta, si juzgamos, si tenemos una aversión psicológica, la aplazaremos y
nos prepararemos para comprender mañana lo que sólo puede comprenderse en el“ahora”. Por lo tanto, jamás comprenderemos. El percibir la verdad no
requiere preparación alguna. La preparación implica tiempo y el tiempo no
es el medio de comprender la verdad. El tiempo es continuidad, y la verdad
es atemporal,“no continua”. La comprensión es no continua, es de
instante en instante, es sin residuo.
Quizás parezca que todo esto es muy difícil.
En realidad es fácil y sencillo
comprender, si sólo queremos experimentar con ello; pero si nos ponemos a
soñar, a meditar al respecto, ello se vuelve muy difícil. Cuando no existe
barrera entre tu y yo, te comprendo. Si estoy abierto a ti, te
comprendo directamente; y el estar abierto no es cuestión de tiempo. El
tiempo no hará
que yo sea abierto. La preparación, el sistema, la disciplina,
no harán que me abra a ti. No. Lo que hará que me abra a ti es mi
intención de comprender. Quiero ser abierto porque nada tengo que ocultar,
porque no tengo miedo; por lo tanto soy receptivo, y hay comunión
inmediata, hay verdad. Para recibir la verdad, para captar su belleza y su
júbilo, tiene que haber instantánea captación, no nublada por teorías,
temores y respuestas.