|
COMO VIVIMOS LA
AUTENTICIDAD
Todo esto parece un poco algo así como un sueño, en unos tiempos en que
estamos viviendo en un mundo lleno de reglamentos, lleno de obligaciones.
Hoy casi no se conoce la autenticidad, e incluso sabemos que no es posible o
tal vez deseable esa autenticidad. Desde jóvenes se nos ha educado, no
tratando de que nosotros descubriéramos lo que somos en nosotros mismos,
sino valorándonos siempre en función de nuestras actividades, de nuestro
rendimiento, siempre en comparación con los demás. Tanto es así que
prácticamente éste parece, a simple vista, el único modo de conocernos: yo
soy bastante honrado (bastante es un término comparativo); yo soy muy
activo, yo soy más rico, yo soy muy emprendedor. Más, menos, es decir,
siempre en relación con algo. En todo momento nos estamos definiendo
respecto a los demás. Se nos ha dicho que un ser humano vale lo que es capaz
de hacer, vale el valor que se le da, y, como este valor depende de su
éxito, de su prestigio, de su valoración social, esto ha hecho que
nosotros, desde pequeñitos, nos apoyemos en querer que los demás nos juzguen
bien, nos valoren, en que estemos siempre pendientes de estos esquemas de
valoración social.
Y, así, organizamos nuestra
conducta, nuestros valores, y estimamos a las personas según que nos
valoren, que nos reconozcan más o menos. Estamos viviendo en virtud de una
valoración comparativa constante. Nunca se nos ha valorado, nunca se nos ha
educado para que nosotros tratemos de descubrir qué somos nosotros mismos,
en nosotros mismos, por nosotros mismos.
De este modo, nos sentimos
satisfechos cuando nuestro valor queda afirmado, confirmado, aceptado o
reconocido por los demás, y nos sentimos insatisfechos cuando no se nos
reconoce, cuando se nos critica. Tanto es así que, si unos nos valoran y
otros nos critican, llega un momento en que no sabemos si valemos o no;
estamos a merced de nuestra cotización social.
Y esta necesidad de aparecer
de un modo, para merecer unos juicios determinados, nos aleja cada vez más
de nuestra posibilidad de ser. Hemos de cuidar las apariencias ante los
demás y ante nosotros mismos.
Cuando uno hace algo que va en
contra de su valoración exterior, uno mismo se siente indispuesto, uno mismo
se siente deprimido. Estamos tan pendientes de esta valoración que hemos
hecho de nosotros mismos, del yo triunfante, del yo victorioso que, cuando
algo de nuestra experiencia contradice esa valoración, nos sentimos
disminuidos; vivimos más en nuestra idea que en la experiencia genuina que
podamos tener de lo que uno realmente es. Hemos trasladado nuestra vida
desde un plano vivencial directo a un plano de interpretación intelectual
constante. De este modo estamos edificando un sistema de valores
completamente falso, completamente artificial, que nos aleja de nosotros
mismos.
Se ha llegado a decir que esto
es inevitable, que esto es lo normal, lo natural, y que las cosas son de
este modo y hay que seguir el juego y nada más.
|
|