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Camino del
Ebro
Ya convertidos en
uno ambos caminos, comenzamos a encontrarnos con la obra de los
constructores iniciados, como los soberbios puentes del Camino.
El puente que dio nombre a Puente la Reina tuvo una imagen de la Virgen en
una hornacina que aún puede verse junto al arco central. Hoy esa imagen se
encuentra guardada en uno de los templos del pueblo, pero todavía se
cuenta la leyenda del Pájaro Chori, que, de tiempo en tiempo acudía allí
para limpiar la imagen de aguas y barros. Se decía que siempre que
aparecía la avecilla sucedía un acontecimiento importante en la vida del
pueblo.
La carretera que ha sustituido al Camino se ha alejado de su ruta
tradicional, pero aún cabe reencontrar el viejo trazado y pasar cerca del
crucero de Curauqui, protagonista de viejas tradiciones populares. Y
cruzar el puentecillo caminero de Villatuerta y contemplar la entrañable
ermita de San Miguel.
A un tiro de piedra se encuentra Estella. Esrta ciudad se construyó por y
para los peregrinos, que la llenaron de devociones marianas. Pocas
ciudades veneran tantas advocaciones a Nuestra Señora como ésta ni tienen
tantos milagros que contar de sus imágenes respectivas, hasta el punto de
que uno ya no sabe si se refieren a una sola persona o a las
representaciones de múltiples deidades que sólo unificó el capricho del
clero y el recuerdo de la defenestrada Gaia, la Diosa Madre. La virgen de
Puy, Nuestra Señora de Rocamadour, la Virgen de Belén... Unas tienen su
propio santuario. Otras, tres al menos, se refugian en la iglesia de San
Pedro de la Rúa, un soberbio muestrario mariano situado en lo alto de una
colina y al que se accede por una empinada escalera. De este edificio, así
como del monasterio en el que estaba integrado, queda un pedazo
maravilloso de claustro, con tumbas de peregrinos y el recuerdo vivo –y
simbólico, sin duda- de un cierto obispo de Patras que murió allí sin
poder rematar la peregrinación y legó al pueblo la reliquia de la mano de
san Andrés que llevaba consigo.
A la salida de Estella se levanta el monasterio de Irache. Dicen que es el
cenobio más antiguo de Navarra y muestra en su estructura todos los
estilos arquitectónicos que han predominado a lo largo de la historia. En
lo alto de la girola del templo, los cuatro evangelistas aparecen
representados con las cabezas de sus animales simbólicos, dándoles aspecto
de dioses egipcios trasplantados allí desde sus templos nilóticos.
El Camino, a partir de aquí, discurre entre viñedos y renovada memoria de
brujos. Se pasa junto a Sansol, que dicen recibió el nombre de san Zoilo,
uno de los varones apostólicos que fueron discípulos de Santiago, pero que
recuerda más a una sacralización solar. Y se queda el peregrino asombrado
ante la majestad de la pequeña ermita octogonal de Torres del Río, que
según parece fue, como Eunate, otra Linterna de los Muertos, pero que
proclama a gritos su carácter mistérico.
A un lado queda Bargota, donde ejerció de cura el brujo Ioannes, que en
una sola noche viajaba hasta Roma y volvía, y que muchos domingos de
verano aparecía con el sombrero cubierto de nieve porque había estado en
los aquelarres que se celebraban en las altas montañas de nieves eternas.
De aquelarres saben bien por estos rincones. Y muchos recuerdan los que se
celebraban en un paraje cercano a la vecina Viana, llamado Las Charcas,
donde se reunían todos los hechiceros de la comarca, que debieron ser
muchos y fueron finalmente empapelados por la Inquisición que tenía su
tribunal en Logroño.
A este hito del Camino se entra atravesando un puente que sustituyó al que
en su día construyó uno de los grandes pontífices de la ruta: santo
Domingo de la Calzada, por cuya tierra se pasa más adelante. Aquí, el
peregrino solía hacer un alto en la ermita de San Gregorio Ostiense, que
fue maestro de constructores y llegó a esta comarca para ahuyentar, según
dicen, a una plaga de langostas que la estaba arruinando. La ermita apenas
se reconoce ya, empotrada como está entre las casas de la calle de los
peregrinos. La iglesia concatedral de Logroño se llama La Redonda; y, con
ese nombre, recuerda que, en sus orígenes, fue una iglesia circular ya
desaparecida.
Se sale de la ciudad por una antigua puerta de la muralla conocida como el
Revellín. A poco trecho, Navarrete nos muestra una hermosa iglesia con dos
portalones que recuerdan la entrada al Santo Sepulcro de Jerusalén. Y a la
salida del pueblo se pueden ver las tapias del cementerio municipal, cuya
puerta procede de un desaparecido monasterio de caballeros sanjuanistas y
cuyas figuras nos descubren, casi de tapadillo, las etapas por las que
tenía que atravesar el peregrino jacobeo para acceder a su iniciación
secreta.
Se llega después a Nájera, que fue sede de los reyes de Navarra. Allí
encontramos un soberbio monasterio con el ábside de su iglesia penetrando
las entrañas de la tierra. Fue construido, según la tradición, como
homenaje a un milagro del que fue objeto el rey don García que, en una
ocasión, cuando cazaba, perdió a su azor mientras perseguía a una paloma;
a fuerza de buscarlo, lo encontró el buena convivencia con su presa a los
pies de una hermosa imagen de Nuestra Señora, en el interior de una cueva
de la montaña. Sobre esa oquedad se edificó el monasterio, que llegó a ser
el más importante de la comarca. El rey quiso dotarlo con todas las
riquezas imaginables y para ennoblecerlo más, hizo todo lo posible por
llevar a él cuantos cuerpos santos y beatos pudo recoger en sus dominios.
Dicen que el único cuerpo que se le resistió fue el de san Millán.
San Millán de la Cogolla constituye uno de los lugares de poder más
importantes de la Ruta Jacobea. Está situado a trasmano del Camino, pero
quien desee ir al encuentro de lo más mágico de la Ruta no puede
prescindir de su visita. Para ello ha de internarse en las estribaciones
de la griálica sierra de la Demanda. Encontrará primero el monasterio
nuevo, el de Yuso. Y, ascendiendo por la montaña, hallará el viejo, el de
Suso, construcción de dos naves en las que lo visigótico y lo mozárabe se
combinan para mostrarnos la esencia arquitectónica de lo más sagrado. En
esa iglesia está enterrado el santo Millán y, en los alrededores de la
construcción pueden verse las cuevas donde el maestro y sus discípulos y
discípulas hacían vida eremítica. Con el tiempo, este santo varón se
convertiría en émulo castellano del Apóstol y, como él, se dijo que, en
más de una ocasión, ayudó a los cristianos a vencer a la infiel algarabía.
Pero, recordando su vida de meditación y santidad, cuesta creer en
semejantes querencias bélicas.
Subiendo más a esta sierra de la Demanda, a los pies del pico de San
Lorenzo, que fue un monte sagrado remotamente dedicado al dios Lug, se
encuentra el monasterio de Valvanera, que antes de albergar la imagen de
Nuestra Señora, fue un poderoso lugar sagrado donde todo indica que se
celebraron ritos de erotismo sagrado. Ésta fue, seguramente, la razón por
la que los monjes que ocuparon el lugar lo convirtieron en un recinto
misógino, donde las mujeres tenían estrictamente prohibida la entrada. Y
hasta se dijo, cuando tuvo que levantarse aquella veda, que ninguna fémina
podría permanecer allí por más de tres días sin riesgo de perder la vida.
Nos encontramos en una comarca sagrada, que el Cristianismo monástico
vigiló celosamente durante siglos, siempre temeroso de los rebrotes
paganos que podían surgir al menor estímulo. Seguramente por eso, la ruta
de los peregrinos fue apartada de su paso por ella. Pero quedó lo bastante
cercana como para invitar aún con su presencia a quien sepa beber de sus
remotas esencias.

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