Vamos a considerar la cuestión del
autoengaño, de las ilusiones a las que la mente se entrega y se impone a
sí misma y a los demás. Este es un asunto muy serio, sobre todo en una
crisis del género de la que el mundo hoy enfrenta.
Pero, para comprender todo este problema
del autoengaño, debemos seguirlo no sólo en el nivel verbal, sino
intrínsecamente, fundamental y hondamente. Se nos satisface demasiado
fácilmente con palabras y contrapalabras; somos sabihondos, y siéndolo,
todo lo que podemos hacer es esperar que algo ocurra. Vemos que la
explicación de la guerra no detiene la guerra; hay innumerables
historiadores, teólogos y gente religiosa que explican la guerra y cómo
ella se origina; pero las guerras han de continuar, tal vez más
destructivas que nunca. Aquellos de nosotros que somos realmente serios
debemos ir más allá de la palabra, debemos buscar esta revolución
fundamental dentro de nosotros mismos; ese es el único remedio que puede
producir una duradera y fundamental redención del género humano.
De la misma
forma,
cuando discutimos esta clase de autoengaño, deberíamos estar en guardia
contra cualesquiera explicaciones y réplicas superficiales. Deberíamos no
sólo leer un texto como lo es éste, sino prestar atención al problema tal
como lo conocemos en nuestra vida diaria; esto es, deberíamos observarnos
a nosotros mismos en el pensar y en la acción, observarnos para ver cómo
procedemos a actuar por impulso
propio y cómo afectamos a los demás.
Pero muy pocos nos damos
realmente cuenta de que nos engañamos a nosotros mismos y, mucho menos,
conocemos la razón por la que lo hacemos. Aunque este conocimiento es
muy importante; porque, cuanto más nos engañamos a
nosotros mismos, mayor es la fuerza del engaño que nos brinda cierta
vitalidad, cierta energía, cierta capacidad, lo cual hace que impongamos
nuestro engaño a los demás. Gradualmente, pues, no sólo imponemos el
engaño a nosotros mismos sino a otras personas. Es un proceso recíproco de
autoengaño del que no nos damos cuenta, porque nos creemos muy capaces de
pensar claramente y no percibimos que en el proceso mismo de pensar hay
autoengaño.
El pensamiento en sí un proceso
de busca, una búsqueda de justificación, de seguridad, de autoprotección,
un deseo de que se piense bien de uno, un deseo de tener posición,
prestigio y poder. Este deseo de ser, en lo político o en lo religioso y
social, la causa misma del autoengaño. En el momento en que deseo otra
cosa que las necesidades puramente materiales produzco, provoco un estado
en el que fácilmente se acepta. Tomemos como ejemplo esto: quiero saber
qué ocurre después de la muerte, cosa en la que muchos de nosotros estamos
interesados, y cuanto más viejos somos, más interesados estamos. Queremos
saber la verdad al respecto. Pero esta verdad no la vamos a encontrar
mediante la lectura ni las diferentes explicaciones que nos puedan
ofrecer.
Para
descubrir primero
debemos limpiar nuestra mente, de forma completa, de todo factor que se
interponga, de toda esperanza, de todo deseo de continuar, de todo deseo
de descubrir qué hay del otro lado. Como la mente busca en todo instante
seguridad, tiene el deseo de continuar y espera que haya un medio de
realización, una existencia futura. Una mente así, aunque busque la verdad
sobre la vida después de la muerte, sobre la reencarnación o lo que sea,
es incapaz de descubrir esa verdad. Lo importante no es que la
reencarnación sea o no verdad, sino como la mente busca justificación,
mediante el autoengaño, de un hecho que puede o no ser. Lo importante,
pues, es el enfoque del problema, saber con qué móviles, con qué impulso,
con qué deseo lo abordamos.
El buscador se impone siempre a
sí mismo este engaño. Nadie se lo puede imponer; él mismo lo hace. Creamos
el engaño y luego nos convertimos en sus esclavos. De suerte que el factor
fundamental del autoengaño es este constante deseo de ser algo en este
mundo y en el otro. Conocemos el resultado de querer ser algo en este
mundo: total confusión, en la que cada cual compite con el otro, en el que
cada cual destruye al otro en nombre de la paz. Ya conocemos todo el juego
de unos y otros, que es una forma extraordinaria de autoengaño.
Similarmente, deseamos en el otro mundo seguridad, una posición.
Empezamos, pues, a engañarnos a
nosotros mismos en el momento en que surge este impulso de ser, de llegar
a ser algo, o de lograr. Es muy difícil para la mente librarse de eso. Ese
es uno de los problemas básicos de nuestra vida. Sin embargo, es posible
vivir en el mundo y no ser nada, y sólo entonces se está libre de todo
engaño, porque sólo entonces la mente no busca un resultado, ni una
respuesta satisfactoria, ni forma alguna de justificación, ni seguridad en
ninguna forma ni en ninguna relación. Eso ocurre tan sólo cuando la mente
comprende las posibilidades y sutilezas del engaño, y por lo tanto, con
comprensión, la mente abandona toda forma de justificación, de seguridad,
de búsqueda de poder, de placer, lo cual significa que la mente es
entonces capaz de ser completamente “nada”.
Mientras nos engañamos a
nosotros mismos en cualquier forma, no puede haber amor. Mientras la mente
sea capaz de crear e imponerse a sí misma una ilusión, es evidente que se
aparta de la comprensión. Y si no hay comprensión ni hay amor nuestra
mejor opción es comenzar ver lo que es.