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La otra
alquimia
De todos modos, tal
vez pueda existir otra explicación a la Alquimia por encima de la simple
fabricación del oro alquímico a través de la Piedra filosofal. Una
explicación que justifique no sólo en gran interés que despertó la Alquimia
durante los siglos XII al XVII (e incluso en el siglo XVIII, en que el
nacimiento del racionalismo mató, según algunos autores, al Arte alquímico,
pese a que se registra un notable florecimiento del mismo precisamente en
esta época), sino también el hecho de que grandes intelectos trabajaran sin
desánimo durante toda su vida en un Arte considerado como imposible y sin
salida, sin importales los fracasos, mejor dicho, apoyándose aún en ellos:
la posibilidad de la existencia de ALGO MÁS dentro de la Alquimia, algo
superior a la fabricación del oro, algo más importante que la obtención
conjunta de la Piedra filosofal, del Elixir de larga vida y del Disolvente
universal.
Esta teoría
sobre la Alquimia es sustentada por un número cada vez más creciente de
autores, que han empezado a estudiarla desde otro punto de vista
completamente distinto al habitual, descubriendo así en ella numerosas
analogías que, hasta ahora habían pasado inadvertidas o habían sido
despreciadas.
Porque todos
los trabajos alquímicos, lo hemos dicho ya, son ricos en simbolismos y
analogías. Y no se trata únicamente del simbolismo criptográfico que hemos
visto hace poco, utilizado para facilitar la tarea a los propios
alquimistas, sino de todo el simbolismo que se halla presente, de un modo
general, a todo lo que se refiere al Gran Arte. En la descripción de todas
las operaciones alquímicas hay un amplio y evidente sentido de la dualidad.
Se nos habla constantemente, por ejemplo, de la "unión de los contrarios",
de muerte y resurrección. La combinación de dos cuerpos distintos es
calificada como "matrimonio", la pérdida de su actividad característica como
"muerte", el desprendimiento de vapores como "el espíritu abandonando el
cadáver del muerto", la formación de un sólido volátil como la creación de
un "cuerpo espiritual". La idea básica de la transmutación alquímica no es
en realidad más que eso: la muerte de una materia determinada y su
resurrección como otra materia distinta y más perfecta, más noble.
Esta dualidad
tiene, evidentemente, un doble sentido. Puede aplicarse a la materia, pero
también puede aplicarse al espíritu. AL ESPÍRITU HUMANO.
Y esto es lo
que se ha hecho. El "hombre alquímico" (¿el lícita la expresión?) puede
compararse a un metal, susceptible a ser transformado en oro por efecto de
la Piedra filosofal. El cuerpo humano es un metal vil; la espiritualidad, la
religión, la gracia, el cosmos, lo que quiera llamarse, es el equivalente a
la Piedra filosofal; el mismo hombre, tocado por esa espiritualidad,
regenerado, convertido en el hombre superior, el "hombre despierto", es el
oro.
He aquí las
analogías. ¿Es esto, en síntesis, la Alquimia? Muchos autores lo niegan
categórica y sistemáticamente. Pese a todo el esoterismo de los libros de
Alquimia, dicen, no puede olvidarse que cuando los alquimistas hablan de
Alquimia se limitan a describir un más o menos ortodoxo trabajo de
laboratorio, y nada más. Pero, hay que argüir por otro lado, dentro del ser
humano también se produce algo semejante a un trabajo de laboratorio. ¿No
puede existir acaso un paralelismo? De acuerdo: ciertamente, hay gran
cantidad de escritos que hablan únicamente de la Alquimia exotérica, pero
¿hay que juzgarlo todo por estos libros, despreciando los otros como "ideas
de locos y exaltados"? ¿Hay que caer siempre en el mismo error?

La Gran
Obra está representada por el Ave Fénix, el renacimiento, irguiéndose sobre
el nigredo, del que surgen las llamas que alumbran a los contrarios,
simbolizados aquí, como es habitual, por el Sol y la Luna.
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