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¿Cómo trabaja el alquimista?
Veamos, ahora, cómo
trabaja el alquimista, cuales son las operaciones básicas que debe realizar
para llegar a alcanzar este fin máximo, esta anhelada meta que es la Piedra
filosofal.
A este
respecto, hay que advertirlo, los libros alquímicos son deliberadamente
oscuros, ya que el método de obtención de la Piedra filosofal forma parte
del Gran Secreto. No obstante, si bien el proceso completo y detallado no se
halla descrito en ningún sitio (o mejor dicho, se halla descrito en casi
todos los grimorios en multitud de formas completamente distintas, pero de
un modo totalmente ineficaz), si podemos reconstruir a grandes rasgos las
distintas operaciones a las que debe dedicarse el alquimista a lo largo de
su Obra.
Vamos a
verlas.
La primera
operación que debe llevar a buen término es la preparación y purificación de
los elementos. Para eso usará tres de ellos: un mineral de hierro, una
pirita arseniosa por ejemplo (en cuyo interior se hallan el arsénico y el
antimonio como impurezas); un metal, hierro, plomo o más comúnmente
mercurio; y un ácido orgánico, el tartárico o el cítrico por ejemplo.
Todos estos
elementos deben ser mezclados por el alquimista cuidadosa y
concienzudamente. La operación, así, durará varios meses, ya que uno de los
condicionamientos en los que si están de acuerdo todos los libros de
Alquimia es en que las operaciones alquímicas son un proceso largo,
enormemente largo: el alquimista nunca deberá tener prisa...
Una vez
realizada concienzudamente la mezcla, el alquimista deberá empezar a
calentar el preparado de una forma progresiva, teniendo buen cuidado al
hacerlo, ya que la elevación de la temperatura hace que de la mezcla se
desprendan gases tóxicos, a los que hay que atribuir la muerte de más de un
alquimista descuidado.
La mezcla así
preparada se disuelve después mediante un ácido... y esta disolución (esto
es muy importante para el alquimista) debe hacerse a la luz de la Luna. Esto
parecería ser un condicionamiento innecesario de naturaleza puramente
supersticiosa, sino fuera porque actualmente se ha descubierto una razón que
podríamos llamar científica: esta disolución obtiene sus resultados más
óptimos cuando se realiza, como hace la química moderna, bajo una luz
polarizada... y la Luna envía a la Tierra precisamente luz polarizada.
Obtenido todo
lo reseñado, hay que proceder a purificar la mezcla. Esto se consigue
evaporando la parte líquida y calcinando después la sólida. Una y otra vez.
Sin descanso.
¿Por qué
tantas veces? Los libros de Alquimia no nos dan una respuesta concreta:
simplemente, nos dicen, ha de hacerse. Tal vez, cabe suponer, se busque una
intensa purificación del compuesto; tal vez se necesite alcanzar una cierta
condición del preparado que sólo obtenga tras un repetido proceso de
evaporación y calcinación; tal vez (y entramos de nuevo en la Alquimia
esotérica) este sea un simple método de conseguir, a través de la
infatigable labor del alquimista, una cierta disposición interior. No por
nada los alquimistas hablan de que es necesario buscar "la lenta
condensación del espíritu universal".
Este lento y
continuado evaporar y calcinar, una y otra vez, marca el final de la primera
fase de las operaciones. ¿Cuándo se llega a este final? Los libros de
Alquimia no son tampoco explícitos a este respecto: "en un determinado
momento (no precisan cuál) el alquimista considerará que ha terminado la
primera fase, y podrá iniciar la segunda". Para ello añadirá un oxidante a
la mezcla trabajada... y volverá a reanudar el ciclo anterior: disolver,
evaporar, calcinar. ¿Durante cuánto tiempo? Mucho: meses, años... hasta que
descubra, en la mezcla, la presencia de la Señal.

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